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—La verá. Pero ahora no puede interrumpir su trabajo, está dictando. Permítame explicarle la técnica, a fin de que no insista. Hasta ahora he pasado una parte de cada día en comunicación con Mike…, sólo unos breves momentos, aunque parece una jornada de ocho horas. Luego dicto de inmediato a la cinta todo cuanto Mike me ha vertido. A partir de esas cintas otras personas, entrenadas en fonética marciana pero no necesariamente estudiantes avanzados, efectúan transcripciones fonéticas con todo detalle. Luego Maryam las mecanografía utilizando una máquina especial…, y esta copia maestra es la que Mike o yo corregimos a mano. Yo preferiría que lo hiciera siempre Mike, pero su tiempo está a tope.

»Pero nuestro esquema se ha visto alterado ahora, y Mike asimila que tiene que enviarnos a Maryam y a mí lejos, a algún Shangri-La para que terminemos la tarea…, o, más correctamente, ha asimilado que nosotros asimilaremos esa necesidad. Así que Mike está completando meses y años de cintas a fin de que podamos llevárnoslas y traducir sin prisas su contenido a una fonética que los humanos puedan aprender a leer. Aparte eso, tenemos montones de cintas de conferencias de Mike en marciano, que será imprescindible transcribir cuando el diccionario esté concluido…, conferencias que comprendimos en su momento con su ayuda, pero que más tarde necesitarán ser impresas, con el diccionario.

»Me veo obligado a suponer que Maryam y yo tendremos que marcharnos pronto porque, ocupado como está con un centenar de otras cosas, Mike ha cambiado el método. Hay aquí ocho dormitorios equipados con grabadoras. Aquellos de nosotros que pueden hacerlo mejor…, Patty, Jill, yo mismo, Maryam, su amiga Allie, algunos otros…, nos turnamos en esas estancias. Mike nos pone en un corto trance y vierte el lenguaje: definiciones, locuciones, conceptos, dentro de nosotros, en unos pocos momentos que representan horas…, luego nosotros dictamos de inmediato lo que ha sido vertido en nosotros, de una forma exacta, mientras aún está fresco en nuestras mentes. Pero eso no puede hacerlo cualquiera, ni siquiera del Templo Íntimo. Se requiere un acento afinado y la aptitud de unirse a la relación del trance y descargar luego los resultados. Sam, por ejemplo, lo tiene todo, salvo el acento claro…, se las arregla, Dios sabe cómo, para hablar marciano con acento del Bronx. No se le puede utilizar; originaría incontables errores. Y eso es lo que Allie está haciendo ahora…, dictar. Se encuentra aún en el estado de semitrance necesario para un recuerdo total y, si se la interrumpe, olvidará todo lo que no se haya registrado.

—Asimilo —aceptó Jubal—, aunque la imagen de Becky Vesey como adepta a lo marciano me estremece un poco. De todos modos, en su tiempo fue una de las mejores mentalistas del negocio del espectáculo; era capaz de efectuar lecturas que hacían que hasta el último primo se saliera de sus zapatos…, y perdiera el contenido de su billetera. Oiga, Stinky, si va a ser enviado lejos en busca de paz y tranquilidad para desarrollar todos esos datos, ¿por qué usted y Maryam no vienen a casa? Hay sitio de sobra en los dormitorios y estudios de la nueva ala.

—Quizá lo hagamos. La espera aún es.

—Cariño —dijo Miriam, ansiosa—, es una solución que me encantaría…, si Mike nos empuja fuera del Nido.

—Si asimilamos la necesidad de alejarnos del Nido, querrás decir.

—Viene a ser lo mismo, como muy bien asimilas.

—Hablas correctamente, querida. Pero, ¿cuándo se come en esta casa? —reprochó Stinky—. Tengo en mi interior una urgencia que lo es todo menos marciana. El servicio era mejor en el otro Nido.

—No esperarás que Patty trabaje en el dichoso diccionario, se ocupe de que todo el mundo esté a gusto, haga recados para Mike, y además tenga la comida en la mesa en el instante en que a ti se te ocurra sentir hambre, querido. Jubal, Stinky nunca terminará su sacerdocio…, es esclavo de su estómago.

—Bueno, yo también.

—Y vosotras chicas podíais ir a echar una mano a Patty —añadió el esposo de Miriam.

—Eso suena como una insinuación muy vulgar. Sabes perfectamente, querido, que hacemos todo lo que ella nos deja…, y que Tony no permite a casi nadie entrar en su cocina…, ni siquiera en esta cocina… —se puso en pie—. Vamos, Jubal, veamos qué se guisa. Tony se sentirá muy halagado si usted visita sus dominios.

Jubal fue con ella, se sintió un poco desconcertado al ver que se usaba la telequinesia en la preparación de la comida y conoció a Tony. Éste frunció el entrecejo hasta que supo la identidad de la visita, luego le mostró orgullosamente su centro de trabajo…, entre una diatriba de insultos —escupidos en una mezcla de inglés e italiano— dirigidos a los canallas que habían destruido «su» cocina en el Nido. Mientras les atendía, una cuchara, sin ayuda de mano alguna, removía la salsa del spaguetti que se preparaba en una pequeña olla.

Poco después, Jubal se negaba a ocupar un asiento en la cabecera de una larga mesa y elegía un sitio a un lado. Patty se sentaba en un extremo; la silla de la cabecera siguió vacante…, aunque Jubal tuvo la extraña sensación —que se esforzó en reprimir— de que el Hombre de Marte estaba allí sentado, y que todo el mundo podía verle menos él.

Frente a Jubal, al otro lado de la mesa, estaba el doctor Nelson.

Jubal se dio cuenta de que sólo se habría sorprendido si el doctor Nelson no hubiese estado presente. Le saludó con una inclinación de cabeza y dijo:

—Hola, Sven.

—Hola, doctor. Compartamos el agua.

—Nunca tenga sed. ¿Qué hace usted por aquí? ¿Pertenece al cuadro médico?

Nelson negó con la cabeza.

—Estudio medicina.

—Vaya. ¿Y aprende algo?

—He aprendido que la medicina no es necesaria.

—De habérmelo preguntado, yo se lo habría dicho. ¿Ha visto a Van?

—Debería llegar a última hora de esta noche o mañaña por la mañana temprano. Su nave aterrizó hoy.

—¿Siempre viene aquí? —inquirió Jubal.

—Llámelo un estudiante con prórroga. No dispone de mucho tiempo para pasar aquí.

—Bueno, me alegrará verle. Hace como año y medio que no le echo la vista encima.

Jubal trabó conversación con el hombre que tenía a su derecha mientras Nelson hablaba con Dorcas, que estaba a su izquierda. Jubal captó la misma punzante expectación en la mesa que había notado antes, sólo que reforzada. Sia embargo, era algo a lo que no podía ponerle el dedo encima; sólo parecía una familia tranquila cenando en relajada intimidad. En un momento determinado un vaso de agua empezó a dar la vuelta a la mesa pero, si era un ritual con palabras en él, éstas eran pronunciadas en voz demasiado baja como para ser oídas. Cuando llegó a Jubal, éste tomó un sorbo y lo pasó a la muchacha sentada a su izquierda, con ojos un poco desorbitados y demasiado acomplejada para charlar con él…, y le dijo en voz baja:

—Le ofrezco el agua.

—Gracias por el agua, pa…, Jubal —consiguió responder ella.

Ésas fueron casi las únicas palabras que pudo arrancarle. Cuando el vaso completó su circuito y llegó al asiento vacío de la cabecera de la mesa, quedaba quizá un centímetro de agua en su interior. El vaso se alzó solo, se inclinó, el agua desapareció de él, y el recipiente de cristal volvió a posarse sobre el mantel. Jubal decidió, correctamente, que había tomado parte en un grupo de «Compartir el Agua» del Templo íntimo…, y probablemente en su honor…, aunque por ninguna parte apareció la orgiástica bacanal que había supuesto acompañaría una tal bienvenida de un hermano. ¿Era porque se hallaban en un entorno extraño? ¿O acaso había imaginado todo aquello de acuerdo con sus gustos?

¿O simplemente los otros lo habían suprimido como deferencia hacia él?