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Esto último parecía la tesis más probable…, y descubrió que se sentía vejado por ello. Por supuesto —se dijo—, le alegraba el que le ahorrasen la necesidad de rechazar una invitación a algo que ciertamente no deseaba…, que no hubiera deseado a ninguna edad, dados sus gustos personales. Pero maldita sea, venía a ser lo mismo que: «No menciones para nada el patinaje sobre hielo, porque la abuelita es demasiado anciana y frágil y no sería educado. Hilda, propón que juguemos a las damas y todos aplaudiremos la idea…, a la abuelita le gusta jugar a las damas. Ya iremos a patinar en otra ocasión. ¿De acuerdo, chicos?».

Jubal se resintió ante aquella respetuosa consideración, si se trataba de eso; casi hubiera preferido ir a patinar, aunque hubiese tenido que pagarlo con una fractura de cadera.

Pero decidió olvidar el asunto, alejarlo por completo de su mente, cosa que hizo con la ayuda del comensal de su derecha, que era tan charlatán como silenciosa la muchacha de su izquierda. Jubal supo que se llamaba Sam, y al poco tiempo sabía que Sam era un hombre de amplia y profunda erudición, un rasgo que Jubal valoraba en cualquiera cuando era algo más que mero recitado de loro…, y asimiló que en Sam lo era.

—Este retroceso sólo es aparente —le aseguró Sam—. El huevo estaba a punto de romper la cáscara y ahora nos extenderemos. Por supuesto, hemos tenido problemas y seguiremos teniendo problemas…, porque ninguna sociedad, no importa lo liberales que parezcan ser sus leyes, está dispuesta a permitir que se desafíen impunemente sus conceptos básicos. Y nosotros lo desafiamos todo, desde la santidad de la propiedad hasta la santidad del matrimonio.

—¿La propiedad también?

—La propiedad tal como funciona hoy. Hasta ahora, Michael no ha hecho más que enfrentarse a unos cuantos tahúres timadores. Pero, ¿qué sucederá cuando sean miles, decenas de miles, centenares de miles y más, las personas que no puedan ser detenidas ni siquiera por las cajas fuertes de los bancos y que sólo dispongan de su autodisciplina para impedirles apoderarse de cualquier cosa que deseen? A decir verdad, esa disciplina es más fuerte que cualquier freno legal, pero ningún banquero puede asimilar ese detalle hasta que él mismo recorra el espinoso camino que conduce a esa disciplina, en cuyo caso… dejará de ser banquero. ¿Qué le ocurrirá al mercado de valores cuando los iluminados conozcan la ruta que ha de seguir el rebaño, y los agentes de cambio y bolsa no?

—¿Usted la conoce?

Sam negó con la cabeza.

—No tengo ningún interés. Pero Saúl, aquí…, ese joven Hebe robusto; es mi primo…, ha asimilado un poco, junto con Allie. Michael les ha recomendado prudencia al respecto, nada de grandes alharacas, así que utilizan una docena de cuentas pantalla…, pero sigue existiendo el hecho de que cualquiera de los disciplinados puede ganar cualquier suma de dinero en cualquier empresa, bienes raíces, acciones, carreras de caballos, juego, nombre usted lo que quiera…, cuando compiten con los semidespiertos. No, no creo que el dinero y las propiedades desaparezcan; Michael asegura que ambos conceptos son útiles…, pero afirmo que van a sufrir un vuelco, hasta el punto que la gente tendrá que aprender nuevas reglas (y eso significa aprenderlas de la manera más dura, como nosotros) o verse desplazada irremediablemente. ¿Qué le ocurrirá a la Lunar Enterprises cuando el medio de transporte corriente entre aquí y Luna City sea la teleportación?

—¿Debo comprar? ¿O vender?

—Pregunte a Saúl. Puede seguir utilizando la actual corporación, o puede llevarla a la bancarrota. O puede dejar las cosas tal como están durante un siglo o dos. Pero, aparte los banqueros y los corredores de bolsa, considere cualquier otra ocupación. ¿Cómo va a dar lecciones una maestra a unos chiquillos que saben más que ella y no se callarán cuando cometa algún error en sus enseñanzas? ¿Qué será de los médicos y dentistas cuando todo el mundo esté siempre sano? ¿Qué pasará con las industrias textiles y del vestido y los grandes imperios de la moda cuando la ropa ya no sea realmente necesaria y las mujeres pierdan gran parte de su interés en los nuevos modelos (aunque nunca lo perderán del todo), y a nadie le importe en absoluto que le vean con el culo al aire? ¿Qué forma adoptará «el problema agrícola» cuando pueda decírseles a las malas hierbas que no crezcan y las cosechas se recojan sin beneficios para la Cosechera Internacional o la John Deere? Diga simplemente un nombre: cambiará hasta el punto de hacerlo irreconocible cuando sea aplicada la disciplina. Tome por ejemplo el cambio que sacudirá tanto la santidad del matrimonio, en su forma actual, como la santidad de la propiedad. Jubal, ¿tiene usted alguna idea de cuánto dinero gasta anualmente este país en drogas anticonceptivas y dispositivos semejantes?

—Tengo cierta idea, Sam. Casi mil millones de dólares sólo en anticonceptivos orales este último año fiscal…, y aproximadamente la mitad más en remedios patentados, curalotodos y panaceas tan útiles como el almidón de maíz.

—Oh, sí, es usted médico.

—Sólo de pasada. Pero soy una mente curiosa.

—De cualquier forma, ¿qué será de esa gran industria…, y de las discordantes protestas de los moralistas…, cuando una mujer pueda concebir solamente cuando decida hacerlo con un acto de volición, cuando además sea inmune a las enfermedades, le importe únicamente la aprobación de los de su misma clase…, y su orientación esté tan cambiada que desee las relaciones sexuales con una vehemencia que Cleopatra jamás pudo soñar, pero que cualquier hombre que pretenda violarla caiga fulminado instantáneamente si ella así lo asimila, sin que llegue a saber nunca qué es lo que le ha golpeado? ¿Cuando las mujeres se vean libres de culpa y temor, pero invulnerables excepto por decisión propia? Demonios, la industria farmacéutica será una baja sin importancia; ¿qué otras industrias, leyes, instituciones, actitudes, prejuicios y demás estupideces tendrán que abandonarse?

—No asimilo en su totalidad —confesó Jubal—. Todo esto se refiere a un tema por el que he sentido muy poco interés personal desde hace tiempo.

—De todos modos, una institución no resultará dañada: el matrimonio.

—¿De veras?

—Puede asegurarlo. En vez de ello se verá purificada, fortalecida y dotada con una nueva resistencia. ¿Resistencia? ¡Éxtasis! ¿Ve esa muchacha de ahí abajo, la de la larga cabellera negra?

—Sí. Me deleité en su belleza hace un momento.

—Ella sabe que es hermosa, y ha dejado crecer su belleza un par de palmos más desde que nos unimos a la Iglesia. Es mi esposa. Hace poco más de un año, vivíamos juntos y nos llevábamos como perro y gato. Ella era celosa, y yo desatento. Hastiado. Demonios, ambos estábamos hastiados, y lo único que nos mantenía bajo el mismo techo eran nuestros chicos…, y su carácter dominante; me daba cuenta de que nunca me dejaría marchar sin provocar un enorme escándalo. De todas formas, yo tampoco tenía valor, a mi edad, para intentar la aventura de un nuevo matrimonio. Así que me desviaba hacia caminos torcidos, cuando se me presentaba la ocasión de salir bien librado. Un profesor universitario tiene muchas tentaciones, pero pocas oportunidades seguras, y Ruth se manifestaba sosegadamente amargada. A veces, no tan sosegadamente. Y entonces nos unimos a la Iglesia… —Sam sonrió con aire feliz—. Y me enamoré de mi propia esposa. ¡La amiguita número uno!

Las palabras de Sam habían sido pronunciadas en voz baja, una conversación íntima entre él y Jubal, cubierta por el ruido general de la comida y la alegre compañía. Su esposa estaba a cierta distancia de ellos. Pero levantó la cabeza y dijo con voz clara:

—Eso es una exageración, Jubal. Creo que soy la número seis.

—¡Sal de mi mente, hermosa! —protestó su esposo—. Esto es una conversación entre hombres. Presta a Larry toda tu atención —cogió un panecillo y se lo arrojó.