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Sam negó con la cabeza.

—He estado hablando con usted durante toda la cena. Deseaba comprobarlo por mí mismo, pese a lo que Mike dijo. Asimila. Me pregunto qué nuevas cosas podría revelarnos si se molestase en aprender el lenguaje.

—Ninguna. No soy más que un viejo con poco que contribuir a nada.

—Insisto en reservarme mi opinión. Todos los demás Primeros Llamados han tenido que enzarzarse con el lenguaje para conseguir algún auténtico progreso. Incluso los tres que estaban con usted tuvieron que ser sometidos a un riguroso entrenamiento, mantenidos en trance durante la mayor parte de los pocos días y las escasas ocasiones en que los tuvimos entre nosotros. Todos menos usted…, y usted realmente no lo necesita. A menos que desee poder quitarse los spaguetti de la cara sin recurrir a la servilleta, cosa en la que asimilo no está interesado de todos modos.

—Sólo para observarlo.

La mayoría de los otros habían ido abandonando ya la mesa, discretamente y sin ceremonias de ninguna clase, cuando desearon hacerlo. Ruth se les acercó y se detuvo junto a ellos.

—¿Van a pasarse ustedes dos toda la noche ahí sentados? ¿O deberemos retirarlos junto con los platos?

—Estoy tiranizado. Vamos, Jubal —Sam se levantó para besar a su esposa.

Se detuvieron sólo un instante en la sala de estar con el estéreotanque.

—¿Alguna novedad? —preguntó Sam.

—El procurador del condado —dijo alguien— no ha parado de hacer discursos en un intento de demostrar que todos los desastres de hoy son obra nuestra…, sin admitir que no tiene ni la menor idea de cómo se produjeron.

—Pobre tipo. Ha estado mordiendo una pata de palo y le duelen los dientes.

Siguieron su camino y encontraron una estancia más tranquila. Sam dijo:

—Estuve diciendo que todos esos problemas eran algo que había que esperar…, y empeorarán aún más antes de que consigamos el suficiente dominio sobre la opinión pública como para ser tolerados. Pero Mike no tiene prisa. Así que cerramos la Iglesia de Todos los Mundos. Está cerrada. Nos mudamos a otro sitio y abrimos la Congregación de la Fe Única…, y somos echados de nuevo a patadas. Entonces reabrimos en alguna otra parte como el Templo de la Gran Pirámide, que atraerá hacia nosotros un rebaño de mujeres estúpidas, gordas y vanidosas, algunas de las cuales terminarán con su obesidad y su estupidez.

»Y cuando tengamos a la Asociación Médica y la abogacía local y los periódicos y los principales políticos mordiéndonos los talones…, bueno, entonces abriremos la Hermandad del Bautismo en alguna otra parte. Y cada una de ellas significará un sólido progreso, un núcleo duro y resistente de miembros disciplinados a los que no se podrá lastimar. Mike empezó aquí hace apenas dos años, inseguro de sí mismo y con sólo la cortés ayuda de tres sacerdotisas poco entrenadas. Ahora poseemos un Nido sólido…, más un lote de peregrinos bastante adelantados con los que entraremos en contacto más tarde y dejaremos que se reúnan con nosotros. Y algún día…, algún día seremos demasiado fuertes para que puedan perseguirnos.

—Bien —asintió Jubal—, puede funcionar. Jesús consiguió una buena publicidad con sólo doce discípulos.

Sam sonrió, feliz.

—Un muchacho judío. Gracias por mencionarle. Es la más importante historia de un éxito en mi tribu, y todos la conocemos, aunque muchos no hablemos nunca de Él. Pero fue un muchacho judío que se portó bien, y me siento orgulloso de Él, puesto que yo también soy judío. Observe, por favor, que Jesús no intentó tenerlo todo terminado para el miércoles próximo. Fue paciente. Estableció una sólida organización y la dejó crecer. Mike también es paciente. La paciencia tiene tanto de disciplina que ni siquiera es paciencia; es algo automático. No hay que estrujarse el cerebro. Nunca hay que estrujarse el cerebro.

—Una sólida actitud en cualquier momento.

—No se trata de ninguna actitud; es el funcionamiento de la disciplina. Jubal, asimilo que está cansado. ¿Quiere que le descansemos? ¿O prefiere ir a la cama? Si no quiere ir, nuestros hermanos le mantendrán despierto toda la noche, dándole conversación. Ya sabe que la mayoría de nosotros no dormimos mucho.

Jubal bostezó.

—Prefiero un buen baño, largo y caliente, seguido de ocho horas de sueño. Visitaré a nuestros hermanos mañana, y en días sucesivos.

—En muchos días sucesivos —confirmó Sam.

Jubal encontró su habitación, e inmediatamente Patty se le reunió, insistió en abrirle el grifo de la bañera, prepararle la cama sin siquiera tocar la ropa, disponer todo lo necesario para las bebidas —con cubitos de hielo frescos— junto a ella, mezclar un combinado y colocar el vaso en el estante junto a la bañera. Jubal no intentó darle prisa; ella había llegado exhibiendo todos sus dibujos. Sabía lo suficiente respecto al síndrome que podía conducir a un tatuaje total como para estar completamente seguro de que, si no les prestaba atención y pedía que se le permitiera examinarlos, ella se sentiría muy dolida, aunque intentara ocultarlo.

Tampoco mostró ni experimentó nada de la agitación que había sentido Ben en una situación anterior semejante. Se quitó la ropa que llevaba, sin concederle la menor importancia…, y descubrió, con retorcido orgullo, que no le importaba en absoluto quedarse desnudo frente a alguien, pese a que habían transcurrido muchos años desde la última vez que permitió que otra persona le viera así. Tampoco pareció importarle gran cosa a Patty, que se limitó a comprobar que todo estaba bien en la bañera antes de dejarle meter en el agua.

Luego se quedó y le explicó los dibujos, uno por uno y en la secuencia correlativa en que había que contemplarlos. Jubal se mostró adecuadamente asombrado y apropiadamente halagador, aunque completamente impersonal como crítico de arte. Pero se trataba indiscutiblemente —reconoció para sí— de la obra de mayor calidad hecha con una aguja de tatuar que hubiera visto nunca. Hacía que los dibujos de su amiga japonesa resultaran como una alfombra barata al lado de la más fina Princess Bokhara.

—Han cambiado un poco —le dijo Patty—. Tome la escena del sagrado nacimiento, por ejemplo; esa pared del fondo empieza a parecer combada…, y la cama casi tiene el aspecto de una camilla de hospital. Pero estoy segura de que a George no le importa. Desde que se marchó al Cielo, ninguna aguja ha tocado mi piel. Y si se produce algún cambio milagroso, estoy segura de que lo sabe y de que, de algún modo, él tiene algo que ver con ello.

Jubal decidió que Patty era un poco tonta pero decididamente encantadora; en general, prefería a las personas tontas; «la sal de la tierra» le dejaba frío. No demasiado tonta, se corrigió; Patty había dejado que se desvistiera él mismo, luego había puesto sus ropas dentro del armario sin acercarse demasiado a ellas. Era probablemente una clara prueba de que uno no necesitaba ser demasiado listo, fuera eso lo que fuese, para beneficiarse de aquella notable disciplina marciana que al parecer el muchacho podía enseñar a cualquiera.

Finalmente se dio cuenta de que ella se preparaba para irse y le sugirió que lo hiciera, pidiéndole que diese en su nombre un beso de buenas noches a sus ahijadas; a él se le había olvidado hacerlo.

—Estaba exhausto, Patty.

Ella asintió.

—Tengo que ir a trabajar en el diccionario —se inclinó sobre él y le besó, cálida pero rápidamente—. Llevaré ese beso a sus bebés.

—Y hágale una caricia a Cariñito.

—Sí, claro. Ella le asimila, Jubal. Sabe que a usted le gustan las serpientes.

—Estupendo. Compartamos el agua, hermano.

—Usted es Dios, Jubal.

Se retiró. Jubal se arrellanó en la bañera, y se sorprendió al darse cuenta de que no estaba en absoluto cansado y que los huesos habían dejado de dolerle. Patty era un tónico…, irradiaba serena felicidad. Le hubiera gustado no tener dudas…, luego admitió que no deseaba ser otra cosa que él mismo, viejo y excéntrico y autocomplaciente.