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Jubal se deshizo suavemente del abrazo.

—Compórtese de acuerdo con su edad, hijo. Siéntese y disfrute de su desayuno. Me sentaré con usted.

—No he venido aquí a desayunar, he venido a verle. Buscaremos un lugar tranquilo y charlaremos.

—Está bien.

Fueron a la sala de estar de una de las suites. Mike tiraba de la mano de Jubal como un chiquillo excitado dando la bienvenida a su abuelo favorito. Eligió un amplio y cómodo sillón para Jubal y se dejó caer en un sofá que había delante y próximo a él. Aquella habitación daba hacia el ala que tenía la plataforma privada de aterrizaje; unas altas puertas vidrieras daban acceso a ella. Jubal se levantó para cambiar el sillón de sitio de forma que la luz no le diera directamente en la cara cuando miraba a su hijo adoptivo; no se sorprendió mucho, pero sí se irritó ligeramente, cuando el pesado sillón se movió como si su masa no fuera superior a la del balón de un niño; sus manos solamente tuvieron que guiarlo.

Había dos hombres y una mujer en la habitación cuando llegaron. Se marcharon al poco rato, severa, pausada y discretamente. Después de eso quedaron a solas, excepto que a ambos les fueron servidas sendas raciones del coñac favorito de Jubal…, a mano, con gran complacencia de éste. Estaba completamente dispuesto a admitir que el control remoto que poseía aquella gente sobre los objetos ahorraba esfuerzos y probablemente dinero —ciertamente en lavandería: su camisa manchada de spaguetti quedó en una fracción de segundo tan limpia como si se la hubiera acabado de poner—, y evidentemente era un método preferible a la ceguera automática de los aparatos mecánicos. Sin embargo, Jubal no estaba acostumbrado al telecontrol realizado sin cables ni corriente; era algo que le asombraba, del mismo modo que los coches sin caballos alteraron a los caballos decentes y respetables en la época en que nació.

Duque sirvió el coñac.

—Hola, Caníbal —dijo Mike—. Gracias. ¿Eres el nuevo mayordomo?

—De nada, Monstruo. Alguien tiene que hacerlo, y tienes a todos los cerebros de esta casa esclavizados ante los micrófonos.

—Bueno, habrán terminado dentro de un par de horas, así que podrás volver a tu inútil y lasciva existencia. El trabajo está terminado, Caníbal. Cero. Treinta. Fin.

—¿Ya está todo ese maldito lenguaje marciano metido en un puño? Monstruo, será mejor que te examine en busca de condensadores fundidos.

—¡Oh, no, no! Sólo los conocimientos primarios que tengo de él. Que tenía, quiero decir; mi cerebro es ahora un saco vacío. Pero los hombres de frente ancha y despejada como Stinky volverán a Marte durante todo un siglo para empaparse de lo que yo nunca aprendí. Ya he terminado mi trabajo: unas seis semanas de tiempo subjetivo hasta las cinco de esta mañana, o cuando fuera el momento en que terminamos la reunión, y ahora las personas robustas y firmes podrán terminarlo, mientras yo puedo ver a Jubal sin nada en mi mente —Mike se estiró y bostezó—. Siento una sensación agradable. Concluir un trabajo siempre causa bienestar.

—Antes de que termine el día estarás metido en alguna otra cosa. Jefe, este monstruo marciano no puede tomarlo o dejarlo. Puedo asegurarle que ésta es la primera vez que se relaja un poco y no hace nada desde hace más de dos meses. Debería apuntarse a los «Trabajólicos Anónimos». O debería visitarnos usted más a menudo. Es una influencia benéfica sobre él.

—Dios evite que sea nunca una influencia benéfica sobre nadie.

—Sal de aquí, Caníbal, y deja de decir mentiras sobre mí.

—Mentiras, y un cuerno. Me has convertido en un sincero compulsivo: siempre digo la verdad…, y eso es un gran inconveniente en algunos de los lugares que frecuento…

Duque se marchó. Mike alzó su vaso.

—Compartamos el agua, hermano mío padre Jubal.

—Beba profundamente, hijo.

—Usted es Dios.

—Tranquilo, Mike. Paso por eso con los demás, y respondo educadamente. Pero no me venga con ésas. Le conozco desde que «no era más que un huevo».

—De acuerdo, Jubal.

—Eso está mejor. ¿Cuándo empezó a beber por las mañanas? Siga haciendo eso a su edad y pronto habrá arruinado su estómago. No vivirá para convertirse en un viejo borrachín feliz como yo.

Mike contempló su vaso medio vacío.

—Bebo cuando es un acercamiento hacerlo. El licor no me produce ningún efecto; ni a mí ni a la mayoría de nosotros, a menos que lo deseemos. Una vez dejé que surtiese efecto sin detenerlo, hasta que llegué a perder el sentido. Fue una extraña sensación. Ninguna corrección en ello, asimilo. Sólo una forma de descorporizarse por un tiempo, sin llegar a hacerlo del todo. Puedo conseguir un efecto similar retrayéndome, sólo que mucho mejor y sin ningún daño que tenga que ser reparado después.

—Y más económico, al menos.

—De acuerdo, pero la factura de licores no es casi nada. De hecho, mantener todo el Templo no costaba más de lo que le cuesta a usted mantener nuestra casa. Excepto la inversión inicial y reemplazar alguna que otra cosa, café y pastelillos era casi lo único; nosotros mismos nos procurábamos nuestra diversión. Éramos felices. Necesitábamos tan poco que a veces me preguntaba qué hacer con los ingresos que llegaban.

—Entonces, ¿por qué organizaba colectas?

—¿Eh? Uno tiene que cobrar algo, Jubal. Los primos no prestan ninguna atención a lo que se les ofrece gratis.

—Lo sabía. Sólo me preguntaba si usted lo sabía también.

—Oh, sí. Asimilo a los primos, Jubal. Al principio intenté predicar gratis, sólo por el placer de hacerlo. Tenía todo el dinero que necesitaba, así que pensé que era lo correcto. No dio resultado. Nosotros los seres humanos tendremos que hacer considerables progresos antes de poder aceptar las cosas gratuitas y valorarlas. Normalmente no les doy nada gratis hasta que alcanzan el Sexto Círculo. Para entonces ya están en condiciones de aceptar…, y aceptar es mucho más difícil que dar.

—Hum. Hijo, creo que tal vez debería escribir un libro sobre psicología humana.

—Ya lo hice. Pero está en marciano; Stinky tiene las cintas —Mike miró de nuevo su vaso, dio un lento sorbo—. Nos hemos acostumbrado a tomar algo de licor. Unos cuantos de nosotros: Saúl, Sven, yo, algunos más…, nos gusta. Y he aprendido que puedo permitir que surta sólo un poco de efecto; lo interrumpo en ese punto, y así obtengo un acercamiento eufórico muy parecido al trance, pero sin tener que retraerme. Los daños menores son fáciles de reparar —dio otro sorbo—. Eso es lo que estoy haciendo esta mañana: dejar que me inunde un suave resplandor interno y sentirme feliz a su lado.

Jubal lo estudió atentamente.

—Hijo, no está bebiendo únicamente para mostrarse social; algo le bulle en la cabeza.

—Sí.

—¿Quiere hablarme de ello?

—Sí, padre, siempre es una gran corrección estar con usted, aunque no me turbe nada. Pero es usted el único ser humano con el que puedo hablar y saber que asimila, y no sentirme abrumado por ello. Jill siempre asimila, pero si se trata de algo que me duele, a ella le duele todavía más. Con Dawn ocurre lo mismo. Patty…, bien, Patty puede alejar de mí cualquier angustia, pero a cambio de quedarme con ella. Las tres resultan heridas con demasiada facilidad para que yo pueda correr el riesgo de compartir plenamente con ellas alguna cosa que no asimile y que desee compartir.

Mike parecía muy pensativo.

—La confesión es algo necesario —continuó—. Los católicos lo saben, la tienen…, y poseen todo un cuerpo de hombres fuertes para recibirla. Los fosteritas tienen confesiones en grupo, donde las palabras pasan de unos a otros y pierden virulencia. Necesito introducir la confesión en esta Iglesia, como parte de las purificaciones iniciales… Oh, ya la tenemos ahora, pero espontánea, cuando el peregrino ya no la necesita. Necesitamos hombres fuertes para eso. El pecado rara vez está relacionado con la auténtica incorrección…, pero «pecado» es lo que el pecador asimila como tal, y cuando uno asimila con el pecador, el pecado puede doler. Lo sé.