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—¿Y qué te ha conducido a esta trascendental conclusión?

Caxton golpeó los papeles contra la palma de su mano.

—Esto. No es posible que Smith se manifestara ayer y anteayer del modo en que lo hizo, y que esta noche haya concedido esa entrevista. Antes hubiera accionado sus mandos… Se hubiera sumergido en uno de esos trances.

—Me siento reconfortada de que al fin te hayas dado cuenta de lo obvio.

—Jill, ¿serías tan amable de patearme un par de veces en la boca y luego olvidarlo? Esto es serio. ¿Sabes lo que significa?

—Significa que usaron un actor para falsificar una entrevista. Te lo dije hace una hora.

—Desde luego. Un actor, y uno bueno además, meticulosamente caracterizado y aleccionado. Pero esto implica mucho más que eso. Tal como lo veo, hay dos posibilidades. La primera es que Smith ha muerto y…

—¡Muerto! —Jill se halló de pronto reviviendo la curiosa ceremonia del trago de agua y notó de nuevo el sabor de la extraña, cálida y extraterrestre personalidad de Smith, entremezclada con una insoportable amargura.

—Tal vez. En cuyo caso, ese suplantador seguirá «vivo» durante una semana o diez días, hasta que tengan tiempo de redactar los documentos que desean que firme. Luego el suplantador «morirá» y lo mandarán fuera de la ciudad, probablemente con un condicionamiento hipnótico de silencio tan fuerte que el asma le asfixie si tratara de hablar… Incluso es posible que le practiquen una lobotomía transorbital si los chicos quieren estar seguros. Pero, si Smith está muerto, será mejor que lo olvidemos todo; nunca podremos demostrar la verdad. Así que vamos a suponer que sigue con vida.

—¡Oh, eso espero!

—¿Qué es Hécuba para ti, o qué eres tú para Hécuba? —citó erróneamente Caxton—. Si continúa vivo, es posible que no haya nada especialmente siniestro en todo este asunto. Al fin y al cabo, muchas figuras públicas utilizan dobles en algunas de sus apariciones; es algo que ni siquiera irrita al público porque, cada vez que algún tipo cree haber descubierto un doble, esto le hace sentirse tan listo que con ello ya tiene suficiente. Así que es posible que la Administración se haya limitado a ceder a las demandas públicas, y haya ofrecido el espectáculo del Hombre de Marte que tanto hemos estado reclamando. Podría ser que dentro de dos o tres semanas nuestro amigo Smith se halle en suficiente buena forma como para resistir el esfuerzo que representan las apariciones en público, en cuyo momento le harán correr sin descanso de un lado para otro. ¡Pero lo dudo mucho!

—¿Por qué?

—Utiliza tu hermosa cabecita rizada. El honorable Joe Douglas ha hecho ya un primer intento de arrancar a Smith lo que deseaba de él… y ha fracasado de la manera más miserable. Pero Douglas no puede permitirse fracasar. Así que opino que enterrará a Smith más profundamente que nunca… y eso será lo último que sabremos del auténtico Hombre de Marte.

—¿Quieres decir que lo matará? —jadeó Jill, muy despacio.

—¿Por qué ser tan cruel? Pero sí encerrarle en alguna clínica particular y no permitirle que se entere nunca más de nada. Puede que ya haya sido alejado del Centro de Bethesda.

—¡Oh, querido! Ben, ¿qué vamos a hacer?

Caxton frunció el entrecejo y pensó unos instantes.

—No tengo ningún buen plan. Ellos tienen el bate y la pelota, y establecen las reglas del juego. Pero lo que voy hacer es esto: me presentaré en ese hospital con un testigo honesto a un lado y un abogado duro al otro, y pediré ver a Smith. Quizá consiga arrastrarles a terreno descubierto.

—¡Estaré detrás de ti!

—Ni lo sueñes. Tú quédate fuera de esto. Como señalaste antes, podría arruinarte profesionalmente.

—Pero me necesitas para identificarle…

—Oh, no. Me considero capaz de distinguir, incluso en el transcurso de una entrevista muy corta, a un hombre criado por seres no humanos de un actor que pretenda suplantarle. Pero, si algo va mal, tú serás mi as en la manga: una persona que sepa que están organizando una mascarada con el Hombre de Marte y que tenga acceso al interior del Centro de Bethesda. Cariño, si no recibes noticias mías, considérate en libertad para obrar por tu cuenta.

—Ben, ¿no te harán daño?

—Lucho fuera de mi peso, nena. No hay forma de saberlo.

—Oh… Ben, no me gusta esto. Si logras entrar y verle, ¿qué piensas hacer?

—Voy a preguntarle si desea abandonar el hospital. Si dice que sí, le invitaré a que venga conmigo. En presencia de un testigo honesto no se atreverán a impedirle salir. Un hospital no es una prisión; no tienen ningún derecho legal a retenerle.

—Oh… ¿Y luego qué? Necesita realmente cuidados médicos, Ben; no está en condiciones de ocuparse de sí mismo. Lo sé.

Caxton frunció de nuevo el entrecejo.

—He estado pensando en eso. Yo no puedo cuidarle. Tu podrías, por supuesto, si tuvieras los medios. Podríamos acomodarle en mi piso y…

—…y yo le cuidaré. ¡Lo haremos, Ben!

—Despacio. He pensado en eso. Douglas podría sacar algún conejo legal del sombrero, un reconocimiento de incapacidad o algo parecido, y Smith tendría que regresar a su encierro. Y acaso tú y yo fuéramos encerrados también… —Frunció más el entrecejo—. Pero conozco a un hombre que podría ofrecerle refugio y salirse con bien de ello.

—¿Quién?

—¿Has oído hablar alguna vez de Jubal Harshaw?

—¿Eh? ¿Y quién no?

—Esa es una de sus ventajas: todo el mundo sabe quién es, lo cual le convierte en una persona difícil de atropellar. Puesto que posee a la vez los títulos de doctor en medicina y abogado, es tres veces más difícil de atropellar. Pero, lo más importante, es un individualista tan acérrimo que lucharía contra el Departamento de Seguridad de la Federación en pleno, armado sólo con un cuchillo de pelar patatas, si eso le pareciera bien… y eso le hace ocho veces más difícil de atropellar. Pero lo más importante es que le conocí a fondo durante los juicios de deslealtad; es un amigo con el que puedo contar. Si logro sacar a Smith de Bethesda, lo llevaré a la casa de Harshaw en el Poconos… ¡y entonces simplemente nos limitaremos a dejar que esos inútiles traten de volver a ocultarlo bajo la alfombra! Entre mi columna y los deseos de lucha de Harshaw, les haremos pasar unos malos momentos.

7

Pese a haber trasnochado, Jill estaba preparada para efectuar su relevo del turno nocturno en la planta del hospital a la mañana siguiente, diez minutos antes de la hora que le correspondía. Tenía toda la intención de obedecer las órdenes de Ben: permanecer alejada del intento del periodista de ver al Hombre de Marte, pero estaba decidida a mantenerse cerca cuando se produjera… sólo por si Ben necesitara refuerzos.

Ya no había guardiamarinas en el pasillo. Bandejas, medicamentos y dos pacientes que preparar para cirugía la tuvieron atareada durante las primeras dos horas; apenas tuvo tiempo de comprobar la puerta de la suite K-12. Estaba cerrada con llave, lo mismo que la puerta de la sala de espera contigua. La puerta a la sala de guardia al otro lado también estaba cerrada. Consideró la posibilidad de meterse en ella subrepticiamente para ver a Smith a través de la puerta de comunicación, ahora que los guardias se habían ido, pero decidió aplazarlo; tenía demasiado trabajo. No obstante, se mantuvo atenta a cuantas personas aparecieron por la planta.

Ben no se dejó ver, y un discreto interrogatorio a la telefonista de la centralita le aseguró que ni Ben ni nadie más había acudido a ver al Hombre de Marte mientras Jill estuvo atareada en otra parte. Eso la desconcertó; aunque Ben no había dicho la hora, ella había sacado la conclusión de que su plan consistía en invadir la ciudadela a primeros del día, tan pronto como le fuera posible.