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—Le quiero, Mike. Usted es Dios.

Jubal permaneció un poco más en la habitación, poniéndose presentable, cambiándose de ropa y tomando un trago pequeño de coñac para eliminar el sabor ligeramente amargo que aún tenía en su estómago. Luego fue a reunirse con los demás.

Patty estaba sola en el salón con la caja de parloteos, que estaba apagada. Alzó la vista cuando él entró.

—¿Almorzará algo, Jubal?

—Sí, gracias.

Ella se le acercó.

—Eso está bien. Me temo que la mayoría se han limitado a comer un poco y han salido zumbando de aquí. Pero todos los que ya se han ido han dejado un beso para usted. Se los entrego, en bloque.

Se las arregló para transmitir todo el cariño delegado a ella cimentado con el suyo propio; Jubal se dio cuenta de que aquel beso le dejaba fortalecido, con la serena aceptación de ella compartida, sin que quedase en su ánimo el más leve poso de amargura.

—Vamos a la cocina —dijo Patty—. Tony se ha marchado, así que la mayor parte de los demás están allí. No es que los gruñidos de Tony mantuviesen a la gente alejada de la cocina, pero… —se interrumpió, y dobló el cuello para intentar mirarse la parte baja de su espalda—. ¿No ha cambiado un poco la escena final? ¿Como si se hubiera ahumado algo, quizá?

Jubal asintió solemnemente y dijo que así lo creía. No podía ver ningún cambio apreciable en el dibujo…, pero no era cosa de ponerse a discutir con la idiosincrasia de Patty. Ella asintió.

—Lo esperaba. Puedo ver perfectamente a mi alrededor…, excepto la parte de atrás de mí misma. Aún necesito un espejo doble para observar mi espalda con claridad. Mike dice que mi Visión incluirá eso cuando llegue el momento. Bien, no importa.

En la cocina había quizá una docena de personas, sentadas a la mesa y en otros lugares; Duque estaba ante el hornillo, removiendo algo en una cacerola pequeña.

—Hola, jefe. He pedido un autobús de veinte plazas. Es el mayor que puede posarse en nuestra pequeña plataforma de aterrizaje…, y lo necesitamos de ese tamaño si queremos llevarnos también los pañales y los animalitos de Patty. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. ¿Van a venir todos a casa?

Si faltaban habitaciones las chicas podían dormir juntas, preparar camas en el salón y en algunos otros sitios…, y de todos modos, aquella multitud podía distribuirse por parejas. Ahora que pensaba en ello, incluso podía concederse el lujo de no dormir solo; había tomado la decisión de no resistirse. Resultaba agradable tener un cuerpo cálido en el otro lado de la cama, aunque sus intenciones no fuesen activas. ¡Por Dios, había olvidado lo agradable que era! Acercarse…

—No todos. Tim llevará el autobús, nos dejará allí, y luego regresará a Texas por una temporada. El capitán, Beatrix y Sven se quedarán en Nueva Jersey.

Sam alzó la vista de la mesa.

—Ruth y yo tenemos que regresar junto a nuestros chicos. Y Saúl nos acompañará.

—¿No pueden quedarse antes un par de días en mi casa?

—Bueno, tal vez. Lo hablaré con Ruth.

—Jefe —preguntó Duque—, ¿cuándo podremos llenar la piscina?

—Bueno, hasta ahora nunca la habíamos llenado antes de abril…, pero con los nuevos calentadores supongo que la podemos llenar en cualquier época. Sin embargo —añadió—, el tiempo no invita aún; ayer todavía había nieve en el suelo.

—Jefe, permítame que le dé una pista. Este grupo puede caminar con nieve hasta la cadera de una jirafa y no notarlo…, y si quieren, pueden nadar. Además, hay formas mucho más baratas de impedir que el agua se congele que esos grandes calentadores de petróleo.

—Jubal…

—¿Sí, Ruth?

—Nos quedaremos un día, o tal vez más. Los chicos no me echarán de menos…, y de todos modos, no ardo en deseos de mostrarme maternal precisamente, sin Patty cerca para llamarlos al orden. Jubal, se dará usted cuenta de que nunca me ha visto tal como soy hasta que me vea en la piscina, con la cabellera flotando en la superficie del agua…, y el aspecto de la señora Que Hace lo Que Uno Quisiera Que Hiciese.

—Es un compromiso. Digan, ¿dónde están el Cabeza Cuadrada y el Holandés? Beatrix nunca ha estado en casa…, no pueden tener tanta prisa.

—Se lo comunicaré, jefe.

—Patty, ¿podrán sus serpientes soportar durante una temporada un sótano cálido y limpio, hasta que encontremos algo mejor? No me refiero a Cariñito, por supuesto; ella es una persona. Pero no creo que las cobras deban andar sueltas por la casa.

—Claro, Jubal.

—Hum… —Harshaw miró a su alrededor—. Dawn, ¿sabe taquigrafía?

—No la necesita —intervino Anne—. No más que…

—Entiendo. Debí haberme dado cuenta. ¿Escribe a máquina?

—Aprenderé, si usted lo desea —repuso Dawn.

—Considérese contratada…, hasta que surja alguna plaza vacante de suma sacerdotisa en algún sitio. Jill, ¿olvidamos a alguien?

—No, jefe. Excepto que los que ya se han marchado se considerarán libres de acampar en cualquier momento en su finca. Y lo harán.

—Lo daba por supuesto. Nido número dos, cuando y como sea necesario —se acercó al hornillo y echó un vistazo al interior de la cacerola cuyo contenido removía Duque. Había una pequeña cantidad de caldo—. Hum… ¿Mike?

—Sí —Duque sacó una cucharada y lo probó—. Le falta un poco de sal.

—Sí, Mike siempre necesitaba algo de condimento… —Jubal se hizo cargo de la cuchara y probó a su vez el caldo. Duque tenía razón: el sabor era más bien dulzón; no le vendría mal un poquito de sal—. Pero asimilémoslo tal como está. ¿Quién queda por compartir?

—Sólo usted. Tony me dejó aquí con instrucciones estrictas para que lo removiese a mano, añadiera agua si era necesario y le esperase. No debía dejar que se evaporarse todo y quemara la cacerola.

—Entonces saca un par de tazas. Lo compartiremos y asimilaremos juntos.

—Ahora mismo, jefe… —dos tazas surcaron el aire y se posaron junto al hornillo, al lado de la cacerola—. Esto es una broma a cuenta de Mike; siempre andaba diciendo que me sobreviviría y que iba a servirme a mí en la comida de Acción de Gracias. O tal vez la broma sea a cuenta mía…, porque habíamos hecho una apuesta y ahora no puedo cobrarla.

—Has ganado sólo por negligencia. Repártelo bien.

Duque lo hizo así. Jubal alzó su taza.

—¡Compartamos!

—Acerquémonos siempre.

Bebieron el caldo despacio, prolongándolo, saboreándolo, glorificando, abrigando y absorbiendo a su donante. No sin sorpresa, Jubal descubrió que, si bien se veía abrumado por la emoción, se trataba de una relajada felicidad que no provocaba lágrimas. Pensó en el torpe y extraño cachorrillo que era su hijo cuando lo vio por primera vez… tan deseoso de complacer, tan ingenuo en sus pequeños errores…, y qué orgulloso poder había desarrollado, sin llegar a perder su angélica inocencia. «Por fin te asimilo, hijo…, ¡y no cambiaría ni una sola línea!»

Patty le tenía preparado el almuerzo. Jubal se sentó a la mesa y comió con apetito, con la sensación de que habían transcurrido días desde su último desayuno. Sam hablaba:

—Le estaba contando a Saúl que no asimilo ninguna necesidad de cambiar los planes. Sigamos como antes. Si uno dispone de la mercancía adecuada, el negocio sigue desarrollándose y prosperando, aunque el fundador de la firma haya pasado a mejor vida.

—No estoy en desacuerdo —objetó Saúl—. Ruth y tú encontraréis otro templo…, y los demás también. Pero necesitamos tomarnos un cierto tiempo para acumular capital. No se trata de revivir un puesto callejero en una esquina, ni nada que podamos montar en una tienda que se haya quedado vacía; requiere instalaciones y equipo. Y eso significa dinero…, sin contar los gastos tales como enviar a Stinky y Maryam a Marte, para que pasen allí uno o dos años…, y eso es fundamental.