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Tanto marcianos como humanos eran formas de vida autoconscientes, pero habían tomado dos direcciones diametralmente opuestas. Toda la conducta humana, todas las motivaciones humanas, todos los temores y esperanzas del hombre, estaban intensamente teñidos y muy controlados por su trágica y extrañamente hermosa forma de reproducción. Lo mismo era cierto para Marte, pero con un corolario que era como la imagen en un espejo. Marte disponía del eficiente esquema bipolar tan común en esa galaxia, pero el de los marcianos era tan distinto del de la Tierra que la cuestión «sexo» podía ser denominada así sólo por un biólogo, y no hubiera sido en absoluto «sexo» para un psiquiatra humano. Las ninfas de Marte eran femeninas, todos los adultos eran masculinos.

Pero en cada caso sólo en su función, no en su psicología. La polaridad hombre-mujer que controlaba todas las vidas humanas no podría existir en Marte. No había ninguna posibilidad de «matrimonio». Los adultos eran enormes, con un aspecto que a los primeros humanos que los vieron les recordó el de veleros rompehielos; eran físicamente pasivos, mentalmente activos. Las ninfas eran rollizas, como esferas peludas, siempre en movimiento, rebotando sin cesar pero carentes de ningún tipo de energía mental. No había ningún paralelo posible entre los cimientos psicológicos humanos y marcianos. La bipolaridad humana era a la vez la fuerza cohesionadora y la energía impulsora de todo el comportamiento humano, desde la composición de sonetos hasta la resolución de ecuaciones nucleares. Si algún ser piensa que los psicólogos humanos exageran en este punto, no tiene más que ir a investigar en las oficinas de patentes de la Tierra, en sus bibliotecas y en sus galerías de arte, y buscar allí las creaciones de los eunucos.

Marte, que funcionaba de una manera distinta que la Tierra, prestó escaso interés a la Envoy y a la Champion. Los dos acontecimientos habían ocurrido demasiado recientemente para ser significativos…, si los marcianos hubiesen usado periódicos, una edición cada siglo terrestre hubiera sido algo normal. El contacto con otras razas no era nada nuevo para los marcianos; había ocurrido antes, y volvería a ocurrir de nuevo. Cuando la raza nueva era totalmente asimilada (en un milenio terrestre, más o menos), llegaba entonces el momento de la acción, si era necesario.

En Marte, los acontecimientos de importancia eran de un tipo distinto. Los descorporizados Ancianos habían decidido —casi sin pensarlo— enviar al humano incubado a asimilar lo que pudiera del tercer planeta, y luego dirigieron su atención a otros asuntos más serios. Poco antes, más o menos en torno de la época del César Augusto terrestre, un artista marciano se había dedicado a la composición de una obra de arte. Hubiera podido ser calificada con la misma propiedad como un poema, una composición musical o un tratado filosófico; era una serie de emociones, ordenadas a lo largo de una trágica y lógica necesidad. Puesto que un ser humano la hubiera experimentado sólo en el sentido en que puede explicársele una puesta de sol a un ciego de nacimiento, no importa a qué categoría de la creatividad humana hubiera podido ser asignada. Lo verdaderamente importante fue que el artista se descorporizó accidentalmente antes de haber terminado su obra maestra.

La descorporización inesperada era siempre algo raro en Marte; el gusto marciano en tales asuntos requería que la vida fuera un todo redondeado, en el que la muerte física ocurría en el instante apropiado y elegido de antemano. Este artista, sin embargo, se había obsesionado de tal manera con su trabajo que se olvidó de regresar del frío; cuando fue notada su ausencia, su cuerpo apenas servía para comer. Ni él mismo se había dado cuenta de su descorporización, y había seguido componiendo su secuencia.

El arte marciano se dividía claramente en dos categorías: el creado por los adultos vivos, que era vigoroso, a menudo completamente radical y primitivo, y el de los Ancianos, que era normalmente conservador, extremadamente complejo, y del que se esperaba que mostrase unos estándares de técnica mucho más altos; los dos tipos eran juzgados por separado.

Pero, ¿bajo qué estándares debía juzgarse esa obra? Era un puente que enlazaba lo corpóreo con lo descorporizado; su forma final fue establecida meticulosamente por un Anciano…, pero por otra parte el artista con el desprendimiento propio de todos los artistas en todas partes, ni siquiera se había dado cuenta de su cambio de estado y había seguido trabajando como si aún siguiera corpóreo. ¿Era posible que aquélla fuese una nueva forma de arte? ¿Podían producirse más obras semejantes a través de la descorporización por sorpresa de los artistas mientras estaban entregados a su trabajo? Los Ancianos llevaban desde hacía siglos discutiendo las excitantes posibilidades en reflexivas reuniones, y todos los marcianos corpóreos aguardaban ansiosamente su veredicto.

El asunto era del mayor interés, puesto que no se trataba de arte abstracto, sino religioso (en el sentido terrestre) y fuertemente emocionaclass="underline" describía el contacto entre la raza marciana y la gente del quinto planeta, un acontecimiento que había ocurrido hacía mucho tiempo pero que seguía siendo algo vivo e importante para los marcianos en el mismo sentido que una muerte por crucifixión continuaba siendo viva e importante para los humanos después de dos milenios terrestres. La raza marciana había encontrado a la gente del quinto planeta, la había asimilado por completo, y a su debido tiempo había pasado a la acción; las ruinas de los asteroides era todo cuanto quedaba, excepto que los marcianos seguían apreciando y alabando a la gente a la que habían destruido. Esta nueva obra de arte era uno de los muchos intentos de asimilar todas las partes de la hermosa experiencia, en su absoluta complejidad, en una sola composición. Pero, antes de poder juzgarla, era imprescindible comprender cómo juzgarla. Era todo un problema.

En el tercer planeta, Valentine Michael Smith no estaba preocupado por esta candente cuestión en Marte; nunca había oído hablar de ella. El marciano encargado de su tutoría, así como los hermanos de agua de éste, no le molestaban con cosas que no podía entender. Smith sabía de la destrucción del quinto planeta y de su importancia emocional del mismo modo que un niño humano aprende en la escuela lo referente a Troya y a Plymouth Rock, pero no había sido puesto delante de un arte que no podía asimilar. Su educación había sido única, enormemente más amplia que la de sus compañeros de nidada, pero inmensamente inferior a la de un adulto; su tutor y los consejeros de su tutor entre los Ancianos se tomaron cierto pasajero interés en ver cuánto y qué tipo de enseñanzas era capaz de aprender aquel extraño polluelo. Como resultado de ello, habían aprendido más cosas acerca de la raza humana de las que la propia raza humana había aprendido sobre sí misma, ya que Smith asimiló muy rápidamente materias que ningún otro ser humano había aprendido jamás.

Pero, justo en estos momentos, Smith estaba simplemente disfrutando, con una alegría en su corazón que no había experimentado desde hacía muchos años. Había encontrado un nuevo hermano de agua en Jubal, había adquirido muchos nuevos amigos, gozaba de deliciosas nuevas experiencias en una cantidad tan caleidoscópica que no tenía tiempo de asimilarlas; lo único que podía hacer era archivarlas para revivirlas luego con más tranquilidad.

Su hermano Jubal le había dicho que asimilaría aquel extraño y maravilloso lugar con más rapidez si aprendía a leer, así que dedicó todo un día a aprender a leer bien y rápido, con Jill indicándole las palabras y pronunciándolas para él. Eso significó mantenerse alejado de la piscina durante todo el día, cosa que constituía un gran sacrificio, puesto que nadar (una vez comprendió que era algo permitido) no sólo era una exuberante y sensual delicia, sino también un éxtasis religioso casi insoportable. Si Jill y Jubal no se lo hubiesen ordenado, no habría salido nunca de la piscina.