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—Pero ya se lo dije: nunca se acercaron a mi planta.

—Sí. Pero esto nos dice algo más. Todo eso ocurrió horas antes de que usted liberara a Mike de su encierro…, unas ocho horas antes, puesto que Cavendish establece su llegada ante el falso «Hombre de Marte» a las 9:14 de la mañana. Lo cual es lo mismo que decir que el Gobierno tenía aún a Mike bajo sus pulgares en aquel momento. En el mismo edificio. Hubieran podido mostrarlo. Sin embargo, corrieron el grave riesgo de presentar un fraude para que fuera inspeccionado por el testigo honesto más famoso de Washington…, de todo el país. ¿Por qué?

Aguardó. Jill respondió lentamente:

—¿Me lo está preguntando a mí? No lo sé. Ben me dijo que tenía intención de preguntarle a Mike si deseaba abandonar el hospital…, y de ayudarle si su respuesta era «sí».

—Cosa que intentó con el falso Mike.

—¿Usted cree? Pero… Jubal, ellos no podían saber lo que Ben intentaba hacer…, y, de todas formas, Mike no se hubiera marchado con Ben.

—¿Por qué no? Más tarde, aquel mismo día, se marchó con usted.

—Sí…, pero yo era ya su «hermano de agua», igual que lo es usted ahora. Tiene en la cabeza esta loca idea marciana de que puede confiar por completo en cualquier persona que haya compartido con él un trago de agua. Con un «hermano de agua» se muestra completamente dócil…, y con cualquier otro se muestra más testarudo que una mula. Ben no hubiese podido moverle ni un centímetro… —añadió—. Al menos, así era la semana pasada…, está cambiando terriblemente aprisa.

—Eso es cierto. Demasiado aprisa, quizá. Nunca había visto un tejido muscular desarrollarse con tanta rapidez. Lamento no haberlo pesado el día que llegaron. No importa, volvamos a Ben. Cavendish informa de que Ben se despidió de él y del abogado, un tipo llamado Frisby, a las 9:31 horas, y Ben continuó en el taxi. No sabemos adónde fue entonces. Pero una hora más tarde él, o alguien que dijo ser él, telefoneó ese mensaje a Paoli Fiat para que fuese retransmitido a su oficina.

—¿No cree que fuera Ben?

—No. Cavendish mencionó el número de licencia del taxi, y mis investigadores trataron de echar una mirada a la cinta de registro de viajes correspondiente a aquel día. Si Ben utilizó su tarjeta de crédito, en vez de meter monedas en el contador de la cabina, el número de cargo debería figurar en la cinta…, pero, aunque Ben hubiera pagado con monedas, la cinta señalaría adonde fue el taxi y cuándo.

—¿Y bien?

Harshaw se encogió de hombros.

—Los registros indican que el taxi se hallaba en reparación y que nunca estuvo en servicio el jueves por la mañana. Eso nos da dos alternativas: o el testigo honesto leyó o recordó mal el número del taxi, o alguien anduvo manipulando la cinta de registro… —añadió hoscamente—. Tal vez un jurado decidiese que hasta un testigo honesto puede tomar equivocado el número de licencia de un taxi, sobre todo si no se le ha pedido que lo recuerde…, pero yo no lo creo. No cuando el testigo en cuestión es James Oliver Cavendish. Cavendish estaba seguro de ese número…, o jamás lo hubiese mencionado en su informe —Harshaw frunció el entrecejo y prosiguió—. Jill, me está obligando usted a meter las narices en el asunto…, y no me gusta. ¡No me gusta en absoluto!

»Aun dando por supuesto que Ben remitiera realmente el mensaje, sigue siendo muy improbable que pudiera manipular el registro diario del taxi…, y es más inconcebible aún que tuviera alguna razón para hacerlo. No; enfrentémonos a ello: Ben fue a alguna parte en ese taxi…, y alguien que puede manipular los registros de un vehículo de transporte público se tomó un montón de trabajo para ocultar adónde fue…, y remitió un falso mensaje para impedir que alguien se dé cuenta de que ha desaparecido.

—¡Desaparecido! ¡Secuestrado, querrá decir!

—Tranquila, Jill. «Secuestrado» es una palabra muy fea.

—¡Es la única palabra! Jubal, ¿cómo puede seguir usted ahí y no hacer nada, cuando debería estar gritando a los cuatro vientos que…?

—¡Alto, Jill! Hay otra palabra. En vez de secuestrado, puede estar muerto.

Gillian se desmoronó.

—Sí —admitió, con un hilo de voz—. Eso es lo que temo realmente.

—Yo también. Pero supondremos que no es así hasta que veamos sus huesos. Pero es una cosa u otra…, así que supondremos que ha sido secuestrado. Jill, ¿cuál es el mayor peligro que encierra un secuestro? No caliente su linda cabecita; yo se lo diré. El mayor peligro para la víctima es dar la alarma, empezar a gritar; porque un secuestrador asustado suele matar a su víctima. ¿Había pensado usted en eso? —Gillian pareció aterrorizada; Harshaw prosiguió, más suave—. Me veo obligado a decir que creo que es muy probable que Ben esté muerto. Lleva ausente demasiado tiempo. Pero hemos aceptado suponer que estaba vivo…, hasta que sepamos otra cosa.

»Ahora tiene usted intención de buscarle. Gillian, ¿puede decirme cómo piensa hacerlo, sin incrementar el riesgo de que Ben caiga asesinado por los individuos desconocidos que le secuestraron?

—Oh… ¡Pero sabemos quiénes son!

—¿Lo sabemos?

—¡Por supuesto que sí! Los mismos que mantenían a Mike prisionero…, ¡el Gobierno!

Harshaw negó con la cabeza.

—No lo sabemos. Eso no es más que una suposición basada en lo que hacía Ben cuando fue visto por última vez. Pero no es una certeza. Ben se ha ganado montones de enemigos con su columna, y no todo ellos están en el Gobierno. Puedo pensar en varios que lo matarían de buen grado si pudieran salirse con bien de ello. Sin embargo… —Harshaw frunció el entrecejo—, su suposición es todo lo que tenemos para empezar. Pero no «el Gobierno»; ése es un término demasiado amplio. «El Gobierno» son varios millones de personas, casi un millón sólo en Washington. Debemos preguntarnos: ¿qué pies han pisado aquí? ¿Qué persona o personas? No «el Gobierno», sino ¿qué individuos?

—Pero eso está bastante claro, Jubal, ya le he dicho lo que Ben me contó. Se trata del propio secretario general.

—No —negó Harshaw—. Aunque puede que sea cierto, no nos sirve. No importa quien lo hiciera, si es algo turbio o ilegal no fue el secretario general quien lo hizo, aunque se beneficiara de ello. Ni nadie podrá demostrar siquiera que estuviera enterado. Es probable que no supiera nada de ello…, no de su parte sucia. No, Jill, necesitamos averiguar qué lugarteniente, dentro del amplio grupo de sicarios del secretario general, se encargó de esta operación. Pero eso no es una empresa tan desesperada como parece, creo. Cuando Ben fue llevado a ver a ese falso «Hombre de Marte», uno de los ayudantes ejecutivos del señor Douglas estaba con él. Primero intentó quitarle la idea de la cabeza, luego fue con él. Ahora parece que este mismo esbirro de alto nivel desapareció también de la circulación el último jueves…, y no creo que sea una coincidencia, no cuando parece que estaba a cargo del falso «Hombre de Marte». Si le encontramos, puede que encontremos a Caxton. Se llama Gilbert Berquist, y tengo razones…

—¿Berquist?

—Ése es su nombre. Y tengo razones para sospechar que… Jill, ¿qué ocurre? ¡No se me desmaye, o me obligará a tirarla a la piscina!

—Jubal… Ese «Berquist». ¿Hay más de un Berquist?

—¿Eh? Supongo que sí…, aunque por todo lo que he podido descubrir, parece ser un tanto bastardo; puede que sólo haya uno. Quiero decir dentro del cuadro ejecutivo. ¿Le conoce?