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—No lo sé. Pero si es el mismo…, no creo que sirva de nada buscarle.

—Hum. Hable, muchacha.

—Jubal…, lo siento, lo siento terriblemente…, pero no se lo conté todo.

—La gente rara vez lo hace. Adelante, suéltelo.

Interrumpiéndose a menudo, tartamudeando, Gillian consiguió contarle lo de aquellos dos hombres en el apartamento de Ben que de repente dejaron de estar allí. Jubal se limitó a escuchar.

—Y eso es todo —concluyó ella tristemente—. Yo chillé y asusté a Mike…, y él cayó en ese trance en el que lo vio usted…, y luego lo pasé terrible para conseguir traerle aquí. Pero ya le hablé de eso.

—Hum… Sí, lo hizo. Me hubiera gustado que me hablara de eso otro también.

Jill enrojeció.

—Pensé que nadie me creería. Y estaba asustada. Jubal, ¿pueden hacernos algo a nosotros?

—¿Eh? —Harshaw pareció sorprendido—. ¿Hacer qué?

—Enviarnos a la cárcel o algo así.

—Oh. Querida, el presenciar un milagro todavía no ha sido declarado crimen. Ni el realizarlo. Pero este asunto tiene más facetas que pelos un gato. Cállese y déjeme pensar.

Jill guardó silencio. Jubal permaneció diez minutos meditando. Al final, abrió los ojos y dijo:

—No veo a su chico problema. Probablemente estará de nuevo en el fondo de la piscina…

—Lo está.

—…así que zambúllase y sáquelo. Séquelo y llévelo a mi estudio. Quiero averiguar si puede repetir su hazaña a voluntad…, y no creo que necesitemos una audiencia. No, sí que necesitaremos una audiencia. Dígale a Anne que se ponga su toga de testigo y venga…, dígale que la quiero en su capacidad oficial. Y quiero a Duque también.

—Sí, jefe.

—Usted no goza del privilegio de llamarme «jefe»; no figura en mi relación de deducibles de impuestos.

—Sí, Jubal.

—Eso está mejor. Hum…, me gustaría que tuviéramos por aquí a alguien cuya desaparición no echásemos de menos. Lamentablemente, todos somos amigos. ¿Supone que Mike podría hacer su acto con objetos inanimados?

—No lo sé.

—Lo averiguaremos. Bueno, ¿a qué está esperando? Arrastre a ese chico fuera del agua y despiértelo —Jubal parpadeó, pensativo—. Qué sistema para desembarazarse de… No, no debo caer en la tentación. La veré arriba, muchacha.

12

Unos minutos más tarde Jill se presentó en el estudio de Jubal. Anne estaba ya allí, envuelta en la larga toga blanca de su especialidad; miró a Jill, pero no dijo nada. Jill halló una silla y se sentó en silencio mientras Jubal permanecía en su escritorio y dictaba a Dorcas; no pareció notar la llegada de Jill y no interrumpió su dictado.

—…por debajo del cuerpo tendido, la sangre empapaba una esquina de la alfombra y se deslizaba más allá, extendiéndose en un charco oscuro sobre las losas del suelo frente a la chimenea, donde atraía la atención de dos moscas desocupadas. La señorita Simpson se llevó una mano a la boca. «¡Dios mío!», exclamó, en voz muy baja y angustiada. «¡La alfombra favorita de papá!… Y papá también, creo». Fin del capítulo, Dorcas, y fin de la primera entrega. Envíalo por correo. Adelante.

Dorcas se levantó y se fue, llevándose consigo su máquina taquigráfica y dedicándole una sonrisa a Jill al pasar. Jubal dijo:

—¿Dónde está Mike?

—En su habitación —respondió Gillian—, vistiéndose. No tardará en llegar.

—¿«Vistiéndose»? —repitió Jubal, malhumorado—. No dije que esto fuera una ceremonia.

—Pero tenía que vestirse.

—¿Por qué? A mí me da lo mismo que los chicos se presenten en cueros o con gabán de terciopelo en un día caluroso. Vaya a buscarle.

—Por favor, Jubal. Tiene que aprender a comportarse. Estoy intentando con tanto esfuerzo enseñarle…

—¡Hum! Lo que está intentando es inculcarle su propia moralidad de clase media, estrecha de miras y directamente salida de la Biblia.

—¡No es cierto! En ningún momento me ha preocupado su moralidad; simplemente le he enseñado las costumbres necesarias.

—Costumbres, moralidad…, ¿hay alguna diferencia? Mujer, ¿no se da cuenta de lo que está haciendo? Aquí, por la gracia de Dios y unas circunstancias favorables, tenemos una personalidad no contaminada por los tabúes psicopáticos de nuestra tribu… ¡y usted quiere convertirlo en una copia al carbón de cualquier conformista de cuarta categoría entre la multitud que puebla esta asustada Tierra! ¿Por qué no ir hasta el fondo? Déle un maletín y haga que lo lleve consigo a cualquier parte donde vaya…, hágale sentir vergüenza si no lo lleva en la mano.

—¡No estoy haciendo nada parecido! Sólo trato de evitarle problemas. Es por su propio bien.

Jubal soltó un bufido.

—Ésa es la excusa que dan al gato macho antes de castrarlo.

—¡Oh! —Jill se detuvo y pareció contar hasta diez. Luego dijo, formal y cortante—: Ésta es su casa, doctor Harshaw, y estamos en deuda con usted. Traeré a Michael enseguida —se puso en pie para irse.

—Espere, Jill.

—¿Señor?

—Siéntese…, y por el amor de Dios, deje de intentar ser tan desagradable como yo; le faltan mis años de práctica. Ahora déjeme poner una cosa en claro: no están en deuda conmigo. Es imposible tal cosa, porque yo nunca hago nada que no quiera hacer. En realidad no lo hace nadie, pero en mi caso es distinto porque yo siempre me doy perfecta cuenta de ello. Así que por favor no invente una deuda que no existe, o antes de que se dé cuenta estará intentando sentir gratitud…, y ése es un traidor primer paso que desciende hasta la completa degradación moral. ¿Lo asimila? ¿O no?

Jill se mordió el labio, luego sonrió.

—No estoy segura del sentido que quiere darle al vocablo «asimilar».

—Yo tampoco. Aunque tengo intención de recibir lecciones de Mike hasta que lo consiga. Pero hablaba muy en serio. «Gratitud» es un eufemismo de la palabra resentimiento. El resentimiento de la mayoría de las personas me tiene sin cuidado, pero si procede de las chicas guapas me resulta muy desagradable.

—Pero Jubal, yo no estoy resentida… Eso es una tontería.

—Espero que no lo esté, pero ciertamente acabará estándolo si no arranca de su mente esa idea errónea de que me debe algo. Los japoneses tienen cinco formas distintas de decir «gracias»…, y cada una de ellas se traduce literalmente como resentimiento, en diversos grados. ¡Ojalá en nuestro idioma tuviéramos este mismo tipo de honestidad sincera! En cambio, el inglés es capaz de definir sentimientos que el sistema nervioso humano es completamente incapaz de experimentar. «Gratitud», por ejemplo.

—Jubal, es usted un viejo cínico. Me siento agradecida hacia usted, y seguiré experimentando gratitud.

—Porque es una jovencita sentimental. Eso nos convierte en una pareja complementaria. Hum… Vayamos a Atlantic City para un fin de semana de ilícito libertinaje, sólo los dos.

—¿Para qué, Jubal?

—¿Se da cuenta de hasta qué profundidad llega su agradecimiento cuando intento sacar partido de él?

—Oh, estoy dispuesta. ¿Cuándo nos vamos?

—¡Hum! Hubiéramos debido irnos hace cuarenta años. Cállese. La segunda cuestión que quiero resaltar es que está usted en lo cierto; el muchacho tiene que aprender efectivamente las costumbres humanas. Hay que enseñarle a quitarse los zapatos en una mezquita y a llevar el sombrero puesto dentro de una sinagoga y a cubrir sus desnudeces cuando los tabúes lo exijan…, o nuestros chamanes lo quemarán vivo por desviacionismo. Pero, chiquilla, por la miríada de aspectos engañosos de Ahrimán, no le haga un lavado de cerebro en el proceso. Asegúrese de que conserva a cada paso cierto cinismo.