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«Cálmate. No te asustes».

Anna respiró por la nariz, sopesando mentalmente los hechos. Nueva Orleans era una ciudad grande en la que vivían muchos escritores. En sus libros no se daban datos sobre ella ni se incluía su biografía. Chesire House publicaba una gran cantidad de novelas de suspense y de misterio.

Anna bajó la mirada hacia el mando a distancia que aún tenía en la mano. Antes de reconsiderarlo y acobardarse, volvió a darle al «play».

La grabación avanzó. Su madre parecía angustiada, al borde de las lágrimas. El entrevistador dio por terminada aquélla parte de la entrevista. Un momento después, la imagen quedó en negro.

En negro salvo por las crueles letras blancas que resplandecieron en la pantalla:

Sorpresa, princesa.

Canal Estilo, hoy a las tres.

Ben se perdió los diez primeros minutos del programa de Estilo sobre misterios de Hollywood sin resolver. Se reclinó en los cojines del sofá, exhausto. Se había quedado dormido mientras trabajaba, la noche anterior, y en algún momento de la madrugada había conseguido arrastrarse hasta la cama, cosa que sólo recordaba vagamente. Se había despertado antes del amanecer, tumbado de través en la cama, completamente vestido y desorientado.

El programa se interrumpió para dar paso a un corte publicitario. El presentador conminó a los espectadores a que no se movieran de sus butacas. A continuación: un cuento de hadas convertido en una pesadilla. El secuestro de Harlow Anastasia Grail.

Ben se inclinó hacia adelante, instantáneamente alerta. El secuestro de Grail era uno de esos casos que resurgía en los medios de comunicación cada cierto tiempo. Contenía todos los elementos necesarios para que su interés fuese intemporaclass="underline" gente guapa de Hollywood, dinero, niños en peligro, un final trágico y victorioso a la vez, un misterio sin resolver.

El presentador regresó, narrando brevemente el relato de la princesita de Hollywood y del día en que ella y su amiguito desaparecieron de los establos de la finca de los Grail en Beverly Hills. Asimismo, el programa ofreció una dramática reconstrucción filmada de los hechos… incluida la valiente fuga de Harlow Grail.

Ben absorbió cada palabra. Se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración y expelió el aire lentamente. ¿Qué habría sido de ella?, se preguntó. Después de soportar semejante odisea, ¿en qué se habría convertido? ¿Cómo habría afectado el horror de aquellos tres días a la mujer que era en la actualidad?

Mientras tales preguntas se filtraban en su cerebro, el programa ofreció una entrevista reciente con Savannah Grail, antes de pasar a otro misterio.

Ben apagó el televisor y se reclinó, intrigado. La historia de Harlow Grail sería un elemento excelente para su libro. Harlow había sobrevivido a una experiencia que muy pocos lograban superar. Sin duda, dicha experiencia había alterado el resto de su vida. La inclusión de aquella historia no sólo enriquecería su libro, sino que lo convertiría en noticia.

Ben frunció el ceño, repasando mentalmente lo que sabía tras ver el programa. Savannah Grail había declarado que su hija vivía en Nueva Orleans y que escribía novelas de suspense publicadas por Chesire House. También había revelado que las firmaba con un seudónimo y que guardaba celosamente su intimidad.

Ben se levantó y se dirigió hacia su escritorio. Allí encontró el libro que habían dejado en su consulta el día anterior. De la editorial Chesire House, escrito por Anna North.

Por supuesto.

North era el apellido de soltera de Savannah Grail, un detalle que Ben sólo había recordado al oírlo en el programa. Anna era el diminutivo de Anastasia y de Savannah. Obviamente, la novelista Anna North no era otra que Harlow Grail, la princesita de Hollywood secuestrada.

Ben frunció el ceño mientras miraba la novela que tenía entre las manos, desconcertado. ¿Cuál de sus pacientes le habría dejado el libro? ¿Y por qué razón? Se limitaría a preguntarlo, decidió. Empezando por los seis pacientes a los que había recibido el día anterior.

El sol por fin hizo su prometida aparición y su tibia luz iluminó la mesa de la cocina de Anna. Esta permanecía sentada, con la mirada perdida, mientras el teléfono sonaba con insistencia. Finalmente, se activó el contestador automático. Anna había bajado el volumen del aparato al mínimo para no saber quién llamaba. Ya había hablado con su madre, con su padre y con media docena de amigos. Había hablado con su agente y con su editor. Todos habían recibido un ejemplar de su nuevo libro y una nota que los apremiaba a sintonizar el canal Estilo aquel día a las tres. Uno tras otro, le habían expresado la sensación de incredulidad que habían experimentado al descubrir que ella era Harlow Grail, la princesa de Hollywood secuestrada. Querían saber por qué Anna nunca les había dicho nada.

Anna se llevó una mano a la boca. ¿Quién le habría hecho aquello? ¿Y por qué?

Se oyeron unos golpecitos en la puerta principal, seguidos de la voz de Dalton.

– Somos nosotros -dijo en voz alta-. Dalton y Bill.

Anna se levantó trabajosamente y acudió a abrir la puerta. Sus amigos permanecían en el umbral, sonriendo de oreja a oreja.

– Hemos intentado llamarte…

– Primero la línea estaba ocupada.

– Y luego no respondías.

– Lo habéis visto -dijo ella-. ¡El Estilo!

– Naturalmente que lo hemos visto, chiquilla traviesa -Dalton zarandeó un dedo-. Y Bill y yo pensando que te conocíamos.

– Creíamos que eras un libro abierto -murmuró Bill mientras trasponía la puerta-. Luego recibimos tu nota sobre el programa de hoy.

Dalton cerró la puerta tras ellos.

– Podías habérnoslo dicho, Anna.

Anna era incapaz de articular palabra. El miedo se lo impedía. Y la desesperación.

Se giró hacia sus amigos y se llevó una mano trémula a la boca. Quienquiera que hubiese hecho aquello, sabía dónde vivía y qué personas formaban parte de su vida. Dios santo, ¿quién podía conocer tantos detalles sobre ella?

– ¿Anna? -murmuró Dalton-. ¿Sucede algo?

– Yo no os envié esa nota -consiguió decir ella, atragantándose con las lágrimas-. Ojalá hubiese sido yo.

– No lo comprendo. Si no fuiste tú, ¿quién la mandó?

– No lo sé -Anna se volvió para mirar a sus amigos una vez más-. Pero creo… temo que…

Kurt. La había encontrado.

– Será mejor que me siente.

Se acercó al sofá y se derrumbó en él. Ellos la siguieron. Dalton se sentó a su derecha y Bill a su izquierda. Ninguno la presionó para que hablara, cosa que Anna agradecía. Detestaba perder el control delante de otras personas, de modo que pugnó por dominarse. Se frotó los brazos al notar un escalofrío.

– Mi vida cambió radicalmente después del secuestro -murmuró echando la vista atrás, evocando recuerdos dolorosos-. Yo misma cambié. Ya no me sentía a salvo. No confiaba en nadie. Vivía… con un miedo constante.

Sus amigos guardaron silencio, digiriendo su explicación. Al cabo de un momento, Dalton se aclaró la garganta.

– ¿Mató a ese niño pequeño… delante de ti?

Los ojos de Anna se llenaron de lágrimas mientras su mente se inundaba de imágenes… imágenes del pequeño Timmy debatiéndose mientras Kurt le tapaba la cara con la almohada.

Un sonido de horror le brotó de la garganta. Aquel recuerdo seguía doliéndole, más de lo que podía soportar.

– Ni siquiera consiguieron recuperar el cadáver. Y luego se ensañó conmigo.

– Tu meñique.

Ella asintió, y Bill le tomó la mano.

– No me extraña que estés aterrorizada, Anna. Qué experiencia más horrible.

– Vosotros no fuisteis los únicos en recibir una nota acerca del programa de Estilo -Anna respiró hondo para cobrar fuerzas-. Casi todas las personas que forman parte de mi vida han recibido una. Mi madre, mi padre, algunos amigos, mi agente y mi editor -a continuación explicó cómo le habían dejado en su casa un paquete con la entrevista grabada de su madre-. La cinta terminaba con un mensaje que me urgía a ver el programa.