– No creerás que tu madre…
– No -Anna meneó la cabeza-. Hace un año, mi madre recibió una llamada de un periodista independiente que estaba preparando una serie sobre las actrices de los cincuenta. Ella le concedió la entrevista y nunca volvió a saber nada más de él. Hasta hoy.
Dalton pareció irritarse.
– Eso no explica cómo pudo tu madre revelar tanto acerca de tu vida privada durante la entrevista. ¡Por Dios!
Anna se miró las manos.
– El mal ya está hecho. Y ella no es el enemigo. Ella no es quien desea hacerme… -reprimió la palabra, pero esta pendió en el aire, entre ellos.
Daño. Alguien deseaba hacerle daño.
Bill arrugó el ceño.
– ¿No recuerda tu madre, por casualidad, el nombre del periodista?
Anna negó con la cabeza.
– Pero se quedó con su tarjeta. Dijo que la buscaría
– Te diré lo que haremos -murmuró Bill-. Tengo un par de amigos productores de televisión. ¿Qué te parece si les pido que averigüen de quién obtuvo Estilo la entrevista?
– Gracias -dijo ella tomándole la mano-. Sería… de gran ayuda.
– ¿Tienes idea de quién puede estar detrás de todo esto?
– No, yo… -Anna desvió la mirada hacia Dalton y se esforzó por articular las palabras, sabiendo que parecería ridículo-. Como sabéis, nunca detuvieron a Kurt. Pero el FBI insistió en que ya no podía amenazarme…
– Crees que Kurt está detrás de todo esto, ¿verdad?
– Sé que puede parecer una locura pero… que podría ser posible.
Dalton la atrajo hacia sí.
– En mi opinión, es sumamente improbable.
– Cierto -convino Bill-. ¿Por qué iba a buscarte Kurt ahora? Ha pasado mucho tiempo.
– Para saldar una cuenta pendiente -susurró Anna-. Para castigarme por haber fastidiado su plan.
De nuevo, sus amigos guardaron silencio. Esta vez, Bill fue el primero en hablar.
– Piénsalo razonadamente, Anna. Comprendo que tengas miedo y te sientas amenazada. Pero, ¿por qué iba a urdir todo este plan para revelar tu identidad?
– Es verdad -terció Dalton-. Si Kurt pretendiera vengarse de ti, ¿no crees que se habría limitado a raptarte de nuevo? ¿O a matarte?
– Muchas gracias, Dalton -Anna esbozó una sonrisa forzada-. Recuérdame que ponga barrotes en las ventanas.
Bill arrugó la frente.
– No tiene sentido, Anna. Piensa en los hechos. Han pasado veintitrés años. En ese tiempo, el tal Kurt habrá cometido sin duda otros delitos. Puede que esté en la cárcel. O incluso que haya muerto.
Ella se frotó con los dedos la mano mutilada.
– Me gustaría creerlo, pero… Tengo el terrible presentimiento de que me ha encontrado.
– Tienes que ir a la policía -Dalton miró a Bill, pidiendo su conformidad-. Cuanto antes, mejor.
– La policía -repitió Anna-. ¿Y qué digo? ¿Que alguien está mandando notas misteriosas y ejemplares de mis novelas a mis amigos? Sed realistas, se reirían en mi cara.
– No, debes exponerles tus sospechas. Teniendo en cuenta tu pasado, no creo que nadie vaya a reírse de ti.
– Estoy de acuerdo -dijo Bill-. Al menos, servirá para ponerlos en alerta. ¿Acaso tienes algo que perder?
– Me lo pensaré, ¿de acuerdo? -murmuró Anna.
– Prométemelo -pidió Dalton en tono firme-. No quiero que te ocurra nada malo.
– Está bien, prometo que me lo pensaré.
Estuvieron charlando un rato y, por fin, cuando Anna les hubo asegurado que se encontraría bien sola, Bill y Dalton se levantaron para marcharse.
De camino hacia la puerta, Bill se detuvo y giró la cabeza para mirarla.
– ¿Cómo se ha tomado Jaye la noticia? -inquirió-. Es una chica muy sensible.
Anna se quedó petrificada. Asombrosamente, hasta aquel momento, no había pensado en Jaye. ¿Habría recibido ella también la nota?
Tragó saliva, notando una sensación de náusea en la boca del estómago. Le había costado mucho ganarse la confianza de Jaye. Ahora, la joven podía interpretar el secreto de Anna como una mentira, como otro acto de traición en una vida donde tales actos habían abundado.
Anna se despidió de sus amigos y corrió hacia el teléfono. Revisó el contestador automático y, tras comprobar que su amiga no la había llamado, marcó su número.
Jaye se negó a ponerse al teléfono.
Destrozada, Anna le dijo a su madre adoptiva que iría a su casa enseguida. Debía hablar con la joven lo antes posible.
Y se puso en camino, conduciendo a toda velocidad, rezando y diciéndose mentalmente que todo iría bien, que conseguiría que Jaye comprendiera por qué le había ocultado el secreto de su pasado.
Pero enseguida se dio cuenta de que no sería tan sencillo,
– Puedo explicártelo, Jaye.
– No hay nada que explicar -Jaye elevó el mentón-. Confié en ti y me mentiste.
– No te mentí -al oír el resoplido de disgusto de su amiga, Anna le tendió la mano. La oscuridad del ocaso ensombreció el cielo mientras permanecían en el porche-. Por favor, Jaye, escúchame. Esa persona, Harlow Grail, ya no existe. La dejé atrás cuando me trasladé aquí. Desde el principio te dije la verdad sobre mí. Soy Anna North.
Jaye se abrazó para protegerse del relente.
– Eso es… ¡una bobada! Anna North es solamente una parte de lo que eres en realidad.
– Me cambié de nombre y me trasladé a otra ciudad. Lo dejé todo atrás, salvo a mis padres…
– Los adultos siempre hacéis eso, ¿verdad? Justificáis vuestros actos aunque estén mal.
– Simplemente estoy tratando de hacerte entender por qué.
– Por qué me mentiste.
Anna negó con la cabeza.
– Ahora soy Anna North. Harlow Grail sólo existe en el recuerdo de la gente. La dejé…
– ¡No, no la has dejado atrás! -gritó Jaye-. No puedes. Lo sé, porque no pasa ni un día sin que yo me acuerde de mi padre y de las cosas que hizo -alzó la barbilla, luchando por no romper a llorar-. Si de verdad hubieras dejado a Harlow Grail atrás, no te esforzarías tanto en intentar ocultarte de ella.
Tenía razón, maldita fuera. ¿Cómo podía saber tanto, siendo tan joven? Pero Anna sabía la respuesta. El sufrimiento era un buen maestro.
– Nuestras situaciones son muy distintas.
Jaye se puso rígida, con las mejillas súbitamente teñidas de color.
– Ah, ya entiendo. Mi opinión y mis sentimientos no importan, porque sólo soy una estúpida cría.
– No. Nuestras situaciones son distintas porque tu padre está en la cárcel -Anna alzó la mano mutilada-. El hombre que me hizo esto nunca fue detenido. No me oculto de mi pasado. Me oculto de él. Porque tengo miedo.
La expresión de Jaye se suavizó y, por un momento, Anna creyó haber convencido a su amiga. Pero Jaye meneó la cabeza.
– Los amigos de verdad son totalmente sinceros los unos con los otros. Yo lo he sido contigo. Pero tú, en cambio… Ni siquiera sé quién eres en realidad.
– Lo siento, Jaye. Perdóname -Anna le tendió la mano-. Por favor.
– No -Jaye dio un paso atrás, con los ojos inundados de lágrimas-. Me mentiste. Ya no puedo seguir siendo amiga tuya -se giró y, después de entrar en la casa, cerró dando un portazo. El fuerte estrépito reverberó en el interior de Anna, partiéndole el corazón.
Capítulo 5
Miércoles, 17 de enero
Durante los cuatro días siguientes, Anna llamó a Jaye a diario, pero la joven seguía negándose a hablar con ella.
Anna la echaba de menos. Con un suspiro, atravesó la puerta principal de La Rosa Perfecta. Dalton se hallaba detrás de la caja registradora, contando el cambio.
– Lamento llegar tarde -se disculpó Anna mientras se quitaba la chaqueta.
Él levantó la mirada y sonrió.
– Buenos días.
– ¿Qué tienen de buenos?
– ¿Deduzco que Jaye sigue negándose a hablar contigo?
– Deduces bien -Anna colgó la chaqueta en la percha y se puso el delantal-. Su madre adoptiva empieza a irritarse con mis continuas llamadas. Hoy me ha dicho que ya me llamará Jaye cuando quiera hablar conmigo. Y luego me ha colgado.
Dalton frunció el ceño.
– Qué encantadora. Pero Jaye acabará entrando en razón, ya lo verás. Si la echas de menos, imagínate cuánto te estará echando de menos ella a ti.
Anna pensó en cómo había lastimado sin querer a su amiga. Cambió de tema deliberadamente.
– Esta mañana me ha llamado mi agente. Por eso llego tarde.
– ¡Por fin! ¿Aceptan la nueva novela?
– Sí -Anna levantó la mano para acallar sus enhorabuenas-, pero sólo según sus condiciones.
– ¿Sus condiciones? ¿Qué significa eso?
– Significa que la aceptan solamente si permito que publiciten la novela como ellos estimen conveniente. Por lo visto, piensan que el nombre de Harlow Grail puede vender muchos más ejemplares que el de Anna North.
– No lo comprendo -Dalton frunció el entrecejo-. Tu nueva historia no tiene nada que ver con la experiencia del secuestro.
– Al parecer, mi pasado es un gancho que atraerá como un imán la atención de los medios -explicó Anna con un deje de amargura-. Según mi agente, el libro en sí no es más que otra novela de suspense. Lo que lo hace especial es que está escrito por Harlow Grail, la princesa de Hollywood secuestrada.
– Lo siento, Anna. Vaya un asco.
– Y eso no es todo. Si no me avengo a sus planes, prescindirán de mí. No les doy los beneficios suficientes. Mi agente quiere que acepte. No entiende por qué dudo. La mayoría de los escritores, dijo, matarían por contar con el respaldo de una campaña publicitaría así. Además, la verdad ya ha salido a la luz y el mundo no se ha acabado.
– Un tipo adorable. Muy comprensivo.
– Creía que estaba de mi parte. Ahora comprendo que sólo le importa el dinero.
Dalton le dio un breve abrazo.
– ¿Qué piensas hacer?
– Todavía no lo sé. Quisiera poder aceptar la oferta. Ya sabes… ya sabes lo que significa para mí escribir. -Anna notó en los ojos el escozor de las lágrimas y pugnó por reprimirlas-. Pero no me imagino yendo a la radio y a la televisión para hablar de lo que me pasó. No me imagino desnudando mi vida personal delante de desconocidos. Sé la clase de gente que hay ahí fuera, Dalton. Y no puedo exponerme así.
– Y si no lo haces…
– Perderé todo aquello por lo que he trabajado -Anna sintió un nudo en la garganta y tragó saliva para deshacerlo-. Es muy injusto.
Dalton le posó un beso en la mejilla.
– Si me necesitas, aquí me tienes.
– Lo sé -ella recostó la mejilla en su hombro-. Y te lo agradezco, créeme.
En ese momento sonó la campanilla de la puerta y Bill entró con grandes zancadas. Parecía un banquero, con su traje de chaqueta y su camisa blanca.
– Os he pillado infraganti -bromeó-. Y pensar que me fiaba de ambos.
Anna se separó de Dalton y sonrió afectuosamente a su amigo.
– Te lo robaría en un santiamén, si pudiera.
Bill se llevó la mano al pecho, fingiéndose dolorido.
– Y yo que pensaba que me querías a mí.
Ella se echó a reír y meneó la cabeza, agradeciendo tener unos amigos como aquellos.
– ¿Qué haces aquí a estas horas de la mañana? Y con ese aspecto tan…
– ¿Tan aburrido? Acabo de reunirme con el grupo que financia nuestro nuevo proyecto. Por alguna razón, se sienten más a gusto dando dinero a hombres vestidos con traje de chaqueta. Figúrate -Bill se acercó al mostrador, y desvió la mirada hacia Dalton-. ¿Le has dado ya la carta?
Anna se giró para mirar a Dalton… y lo sorprendió haciéndole a Bill una señal para que se callara.
– ¿Qué carta, Dalton? -inquirió con la frente arrugada.
– No te enfades. Llegó ayer, mientras estabas almorzando.
– Es de tu pequeña fan -explicó Bill frotándose las manos-. La historia continúa.
Dalton le dirigió una mirada molesta y luego sacó un sobre del bolsillo de su delantal.
– Sé que te deprimiste mucho con su última carta. Y ayer estabas tan disgustada… No quería empeorarte el día. Pensaba dártela hoy, pero…
– Pero no te di la oportunidad. No pasa nada, Dalton -Anna tomó la carta, sintiéndose esperanzada y aprensiva a la vez, Había pensado mucho en Minnie mientras releía sus cartas una y otra vez. Había llegado a pensar que la niña estaba secuestrada. Incluso había llamado a una amiga que trabajaba en Servicios Sociales para explicarle la situación y leerle las cartas. Aunque su amiga había coincidido en que la situación parecía sospechosa, y se había mostrado solidaria con Anna, necesitaba algo concreto para iniciar una investigación. Un testigo o una declaración escrita de la niña afirmando ser víctima de abusos. De lo contrario, tenía las manos atadas.
Anna tragó saliva y bajó la mirada hacia el sobre, pensativa.
– ¿No vas a abrirla? -preguntó Bill.
Anna asintió y rasgó el sobre.
La carta empezaba igual que las demás, con un saludo y algunos comentarios sobre Tabitha, los libros de Anna y los pequeños detalles del día a día de Minnie. Pero, más adelante, dio un giro aterrador:
Él está planeando algo malo. No sé lo que es, pero tengo miedo. Por ti. Y por otra persona. Por otra chica. Intentaré averiguar algo más.
Anna releyó aquel párrafo con el corazón en la garganta.
– Dios mío -alzó la mirada hacia sus amigos-. Piensa hacerlo otra vez.
Los dos hombres intercambiaron miradas de preocupación.
– ¿Hacer qué, Anna?
– Otra chica -Anna le pasó la carta a Dalton. La mano le temblaba-. Creo que planea secuestrar a otra chica.
Bill se asomó por encima del hombro de Dalton para leer también la carta. Al terminar, emitió un silbido.
– No me gusta cómo suena eso.
– Ni a mí tampoco -Dalton frunció el ceño-. ¿Qué vas a hacer?
Anna guardó silencio un momento, sopesando sus opciones. Tenía pocas. Por fin, tomó una decisión, la única que tenía sentido. Se quitó el delantal y fue en busca de su chaqueta. Tras ponérsela, miró a sus preocupados amigos.
– Voy a acudir a la policía.