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Él levantó la mirada y sonrió.

– Buenos días.

– ¿Qué tienen de buenos?

– ¿Deduzco que Jaye sigue negándose a hablar contigo?

– Deduces bien -Anna colgó la chaqueta en la percha y se puso el delantal-. Su madre adoptiva empieza a irritarse con mis continuas llamadas. Hoy me ha dicho que ya me llamará Jaye cuando quiera hablar conmigo. Y luego me ha colgado.

Dalton frunció el ceño.

– Qué encantadora. Pero Jaye acabará entrando en razón, ya lo verás. Si la echas de menos, imagínate cuánto te estará echando de menos ella a ti.

Anna pensó en cómo había lastimado sin querer a su amiga. Cambió de tema deliberadamente.

– Esta mañana me ha llamado mi agente. Por eso llego tarde.

– ¡Por fin! ¿Aceptan la nueva novela?

– Sí -Anna levantó la mano para acallar sus enhorabuenas-, pero sólo según sus condiciones.

– ¿Sus condiciones? ¿Qué significa eso?

– Significa que la aceptan solamente si permito que publiciten la novela como ellos estimen conveniente. Por lo visto, piensan que el nombre de Harlow Grail puede vender muchos más ejemplares que el de Anna North.

– No lo comprendo -Dalton frunció el entrecejo-. Tu nueva historia no tiene nada que ver con la experiencia del secuestro.

– Al parecer, mi pasado es un gancho que atraerá como un imán la atención de los medios -explicó Anna con un deje de amargura-. Según mi agente, el libro en sí no es más que otra novela de suspense. Lo que lo hace especial es que está escrito por Harlow Grail, la princesa de Hollywood secuestrada.

– Lo siento, Anna. Vaya un asco.

– Y eso no es todo. Si no me avengo a sus planes, prescindirán de mí. No les doy los beneficios suficientes. Mi agente quiere que acepte. No entiende por qué dudo. La mayoría de los escritores, dijo, matarían por contar con el respaldo de una campaña publicitaría así. Además, la verdad ya ha salido a la luz y el mundo no se ha acabado.

– Un tipo adorable. Muy comprensivo.

– Creía que estaba de mi parte. Ahora comprendo que sólo le importa el dinero.

Dalton le dio un breve abrazo.

– ¿Qué piensas hacer?

– Todavía no lo sé. Quisiera poder aceptar la oferta. Ya sabes… ya sabes lo que significa para mí escribir. -Anna notó en los ojos el escozor de las lágrimas y pugnó por reprimirlas-. Pero no me imagino yendo a la radio y a la televisión para hablar de lo que me pasó. No me imagino desnudando mi vida personal delante de desconocidos. Sé la clase de gente que hay ahí fuera, Dalton. Y no puedo exponerme así.

– Y si no lo haces…

– Perderé todo aquello por lo que he trabajado -Anna sintió un nudo en la garganta y tragó saliva para deshacerlo-. Es muy injusto.

Dalton le posó un beso en la mejilla.

– Si me necesitas, aquí me tienes.

– Lo sé -ella recostó la mejilla en su hombro-. Y te lo agradezco, créeme.

En ese momento sonó la campanilla de la puerta y Bill entró con grandes zancadas. Parecía un banquero, con su traje de chaqueta y su camisa blanca.

– Os he pillado infraganti -bromeó-. Y pensar que me fiaba de ambos.

Anna se separó de Dalton y sonrió afectuosamente a su amigo.

– Te lo robaría en un santiamén, si pudiera.

Bill se llevó la mano al pecho, fingiéndose dolorido.

– Y yo que pensaba que me querías a mí.

Ella se echó a reír y meneó la cabeza, agradeciendo tener unos amigos como aquellos.

– ¿Qué haces aquí a estas horas de la mañana? Y con ese aspecto tan…

– ¿Tan aburrido? Acabo de reunirme con el grupo que financia nuestro nuevo proyecto. Por alguna razón, se sienten más a gusto dando dinero a hombres vestidos con traje de chaqueta. Figúrate -Bill se acercó al mostrador, y desvió la mirada hacia Dalton-. ¿Le has dado ya la carta?

Anna se giró para mirar a Dalton… y lo sorprendió haciéndole a Bill una señal para que se callara.

– ¿Qué carta, Dalton? -inquirió con la frente arrugada.

– No te enfades. Llegó ayer, mientras estabas almorzando.

– Es de tu pequeña fan -explicó Bill frotándose las manos-. La historia continúa.

Dalton le dirigió una mirada molesta y luego sacó un sobre del bolsillo de su delantal.

– Sé que te deprimiste mucho con su última carta. Y ayer estabas tan disgustada… No quería empeorarte el día. Pensaba dártela hoy, pero…

– Pero no te di la oportunidad. No pasa nada, Dalton -Anna tomó la carta, sintiéndose esperanzada y aprensiva a la vez, Había pensado mucho en Minnie mientras releía sus cartas una y otra vez. Había llegado a pensar que la niña estaba secuestrada. Incluso había llamado a una amiga que trabajaba en Servicios Sociales para explicarle la situación y leerle las cartas. Aunque su amiga había coincidido en que la situación parecía sospechosa, y se había mostrado solidaria con Anna, necesitaba algo concreto para iniciar una investigación. Un testigo o una declaración escrita de la niña afirmando ser víctima de abusos. De lo contrario, tenía las manos atadas.

Anna tragó saliva y bajó la mirada hacia el sobre, pensativa.

– ¿No vas a abrirla? -preguntó Bill.

Anna asintió y rasgó el sobre.

La carta empezaba igual que las demás, con un saludo y algunos comentarios sobre Tabitha, los libros de Anna y los pequeños detalles del día a día de Minnie. Pero, más adelante, dio un giro aterrador:

Él está planeando algo malo. No sé lo que es, pero tengo miedo. Por ti. Y por otra persona. Por otra chica. Intentaré averiguar algo más.

Anna releyó aquel párrafo con el corazón en la garganta.

– Dios mío -alzó la mirada hacia sus amigos-. Piensa hacerlo otra vez.

Los dos hombres intercambiaron miradas de preocupación.

– ¿Hacer qué, Anna?

– Otra chica -Anna le pasó la carta a Dalton. La mano le temblaba-. Creo que planea secuestrar a otra chica.

Bill se asomó por encima del hombro de Dalton para leer también la carta. Al terminar, emitió un silbido.

– No me gusta cómo suena eso.

– Ni a mí tampoco -Dalton frunció el ceño-. ¿Qué vas a hacer?

Anna guardó silencio un momento, sopesando sus opciones. Tenía pocas. Por fin, tomó una decisión, la única que tenía sentido. Se quitó el delantal y fue en busca de su chaqueta. Tras ponérsela, miró a sus preocupados amigos.

– Voy a acudir a la policía.

Cuarenta minutos más tarde, Anna estrechó la mano del inspector Quentin Malone.

– Tome asiento -él señaló una silla situada delante de su mesa-. Lamento que haya tenido que esperar. Hoy andamos cortos de personal. La mitad de los agentes tienen la gripe. Normalmente, realizo mi trabajo en el distrito siete. Mi compañero y yo estamos haciendo una sustitución.

Anna se sentó.

– Y le ha tocado en suerte atenderme.

– Exacto, señorita -Malone la recorrió con la mirada y luego esbozó una sonrisa lenta y sugestiva-. Soy así de afortunado.

Anna no dudó en absoluto que lo fuese. Alto, ancho de hombros e increíblemente atractivo, no debía de faltarle la compañía femenina.

– Teniendo en cuenta la escasez de personal, me alegra no haber venido a denunciar un asesinato.

– A mí también me alegra. Los asesinatos son mal asunto. Cuantos menos haya, mejor.

Ella frunció el ceño, levemente sorprendida.

– ¿Está intentando ser gracioso?

– En vano, está claro -Malone le dirigió otra sonrisa al tiempo que se sacaba una libreta del bolsillo de la camisa-. ¿Por qué no me dice a qué ha venido?

Anna así lo hizo. Luego abrió el bolso y le pasó las cartas de Minnie. El inspector las examinó mientras ella hablaba.

– Hay algo raro en la situación de esa niña. Al principio me preocupé. Pero luego, al recibir la última carta, empecé a sentir pánico.

– ¿Y por eso ha venido? ¿Porque siente pánico?

– Sí. Por ella. Y por la otra chica a la que Minnie alude en su carta.