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Él alzó la mirada, aguardando, sin revelar sus propios pensamientos. Ella chasqueó la lengua con frustración.

– Creo que Minnie está secuestrada. Y que el hombre al que llama simplemente «él» es su secuestrador. Y creo que piensa raptar a otra chica.

Por un momento, Malone permaneció callado. Luego se reclinó en la silla. Los muelles crujieron.

– Está usted leyendo demasiado en estas cartas, señorita North. La tal Minnie no afirma en ningún momento hallarse cautiva o en peligro.

– No hace falta que lo diga. Lea las cartas. Lea entre líneas. Está todo ahí.

– Escribe usted novelas de suspense, ¿no es cierto?

– Sí. Pero, ¿qué tiene que ver eso con…?

– Esta clase de historias son su especialidad.

Indignada, Anna notó un súbito calor en las mejillas.

– ¿Cree que me lo estoy inventando todo?

– Yo no he dicho eso. Tengo otra teoría acerca de estas cartas. No sé si a usted se le habrá ocurrido.

– Continué.

– ¿No ha pensado en la posibilidad de que las cartas sean una especie de timo?

– ¿Un timo? -repitió Anna-. ¿Qué quiere usted decir?

– Tal vez no las haya escrito una niña de once años. Tal vez Minnie sea un fan chiflado que pretende jugar con usted -Malone hizo una pausa-. O quizá acercarse a usted.

Ella notó un escalofrío en la columna vertebral.

– Eso es ridículo.

– ¿Sí? -él enarcó una ceja-. Usted escribe novelas de suspense. Hay mucha gente retorcida ahí fuera. Puede que alguien, por la razón que sea, se haya obsesionado con usted o con sus historias. Suele pasar.

Anna notó que las manos empezaban a temblarle y las entrelazó sobre su regazo para que él no lo advirtiera. Luego irguió el mentón.

– No me lo creo.

– Pues debería. Teniendo en cuenta su pasado, no sólo debería creérselo, sino tomárselo muy en serio.

Ella se puso rígida.

– Disculpe, pero, ¿qué sabe usted de mi…?

– Piénselo, señorita North. Su obsesión con los niños en peligro la convierte en un blanco fácil para…

– ¿Mi obsesión con los niños en peligro? Perdone, pero creo que se equivoca. ¿Y qué es lo que sabe usted de mi pasado?

Malone se reclinó en la silla.

– Señorita, hasta los policías tontos como yo sabemos sumar dos y dos. Usted es la novelista Anna North. Publica novelas de misterio en la editorial Chesire House. Tiene los ojos verdes y el cabello pelirrojo. Unos treinta y seis años de edad. Reside en Nueva Orleans -señaló sus manos entrelazadas-. Y le falta el meñique de la mano derecha.

Anna se sintió ridícula. Y furiosa. El inspector había conocido su identidad desde el principio, pero no lo había mencionado hasta entonces. Cerdo machista.

Le dirigió su mirada más gélida.

– ¡Y, a veces, los policías tontos ven el canal Estilo!

Malone le sonrió al tiempo que cerraba la libreta y volvía a guardársela en el bolsillo.

– En realidad, estudiar crímenes famosos sin resolver es una de mis aficiones. Y su caso es de los que más me interesan.

– Me siento halagada -musitó ella-. ¿Lo ha resuelto ya?

– No, señorita. Pero será usted la primera en enterarse cuando lo haga -el inspector le devolvió las cartas y se levantó, dando por concluida la conversación.

Anna también se puso en pie, irritada.

– Pues esperaré sentada.

El comentario, lejos de ofender a Malone, pareció hacerle gracia. Lo cual sólo enfureció a Anna aún más.

– Está equivocado, ¿sabe? Estas cartas las escribió una niña. Sólo hay que leerlas para comprenderlo. Y esa niña está en peligro.

– Lo siento, pero yo no lo veo así.

– ¿De modo que no piensa hacer nada? -inquirió Anna disgustada-. ¿Ni siquiera investigará el apartado de correos o el número de teléfono?

– No. Sin embargo, puede que el inspector Lautrelle opine de forma diferente. Esperamos que vuelva mañana. Le pasaré un informe completo.

– Y parcial, no me cabe duda.

Malone hizo caso omiso del sarcasmo.

– Le recomiendo que tenga cuidado, señorita North, y que sea muy cauta con los desconocidos -hizo una pausa-. ¿No respondería usted a esas cartas utilizando su dirección particular, verdad?

No, había respondido utilizando una dirección donde cualquiera podía encontrarla seis días a la semana. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida?

– ¿Mi dirección particular? -repitió Anna, resistiéndose a confesar su desliz-. No, en absoluto.

– Bien -Malone le entregó la tarjeta del inspector Lautrelle-. Si se le ofrece algo, llame a Lautrelle. Él la ayudará.

Ella se guardó la tarjeta sin mirarla siquiera y se encaminó hacia la puerta. Antes de salir, se giró y dijo:

– ¿Sabe una cosa, inspector Malone? Después de haberle conocido, no me sorprende que haya tantos crímenes famosos sin resolver.

Quentin observó cómo Anna North se marchaba, con una mezcla de diversión y de asombro. Harlow Grail en su despacho. ¿Quién lo habría imaginado?

Él tenía catorce años cuando se produjo el secuestro, y recordaba haber fantaseado con resolver el caso y convertirse en un gran héroe de Hollywood. Después, cuando ella consiguió escapar, la aplaudió por ello, aun cuando oyera decir a su padre y a sus tíos que algo no acababa de cuadrar en aquel caso.

Como al resto del país, el secuestro de Grail había seguido fascinándolo. Era el primero de los muchos casos sin resolver que había estudiado a lo largo de los años.

– Hola, compañero -Terry se situó junto a él-. ¿Quién era el bombón que acaba de salir?

– Se llama Anna North.

– ¿Ha asesinado a alguien?

Quentin miró a su compañero por el rabillo del ojo.

– Sólo sobre el papel. Escribe novelas de suspense.

– ¿No me digas? ¿Y de qué ha hablado contigo? ¿Quiere que seas el héroe de su próximo libro?

Recordando la forma en que ella lo había mirado, Quentin lo dudaba mucho. Una víctima, más bien.

– Sí -murmuró-. Algo así.

– Bueno, ya podemos irnos. LaPinto y Erickson acaban de llegar.

– No tiene muy buen aspecto.

– Precisamente. Propongo que nos larguemos mientras aún estamos a tiempo.

Quentin asintió. Cuando salieron al frío día, Terry se estremeció y se abrochó la cazadora de cuero.

– Ya empieza a fastidiarme este frío. Estamos en Nueva Orleans, por todos los santos.

– Podría ser peor -murmuró Quentin mirando hacia el cielo-. Podría nevar.

– Muérdete la lengua, Malone. ¿Te acuerdas de la última vez que nevó? En esta ciudad caen un par de copos de nieve y todo el mundo se vuelve majara. Tendríamos que trabajar las veinticuatro horas -una vez que se hubieron subido en el coche de Quentin, Terry se giró hacia él y preguntó-: Bueno, ¿qué quería la pelirroja? ¿De verdad va a incluirte en su próxima novela?

Quentin hizo una mueca.

– Tal y como fue nuestro encuentro, sólo para hacer que me rebanen el pescuezo.

Su compañero se echó a reír.

– Tienes encanto con las mujeres, de eso no hay duda. En fin, si no va a convertirte en su próximo héroe, ¿qué quería?

– Ha recibido algunas cartas inquietantes de una admiradora.

– ¿En serio? ¿Amenazas?

– Por lo visto, ella cree que no. Su admiradora es, supuestamente, una niña de once años.

– ¿Supuestamente?

– Yo tengo mis dudas -Quentin puso a su compañero al corriente-. La señorita North cree que la niña corre peligro. Informaré a Lautrelle cuando se reincorpore. Ya lo investigará él si lo cree necesario. Pasando a otro asunto, ¿cómo te fue en el interrogatorio de ayer?

Terry había tenido que responder a un interrogatorio policial interno sobre el asesinato de Kent, al día siguiente de haberse producido el suceso.

– Me hicieron un montón de preguntas relacionadas con la muerte de Nancy y luego me dejaron ir. Gracias, sobre todo, a tu declaración. Te lo agradezco de veras, tío.