– Me limité a decir lo que sabía.
Condujeron en silencio hasta la comisaría del distrito siete. Luego, tras apearse del coche y entrar en el edificio, se separaron. El agente Johnson llamó a Quentin desde su mesa.
– ¿Qué ocurre?
– Échale un vistazo -dijo Johnson pasándole un sobre manila.
– ¿El caso Kent? -Quentin abrió el sobre-. ¿Qué se sabe?
– La muerte fue causada por asfixia. La violaron primero.
Quentin examinó el informe del forense. Aparte de los desgarros en la vagina, la víctima apenas tenía otras marcas. Unos cuantos rasguños menores en la nuca, las piernas y los abrazos, nada más.
– Qué raro-murmuró.
– ¿Qué?
– Parece que no opuso mucha resistencia.
– ¿Crees que conocía al tipo?
– Es posible. ¿Se averiguó algo del tejido que tenía en el interior de las uñas?
– Nada. Ya recibimos los resultados del análisis. Nuestro hombre es del grupo O positivo. Como casi la mitad de la población de Nueva Orleans.
– Yo no -murmuró Quentin mientras seguía repasando el informe-. Soy del grupo A positivo -se detuvo y frunció el ceño-. ¿Walden y tú no habéis interrogado a ninguna de las mujeres que había en el bar aquella noche?
– A las camareras. Nos centramos más en los hombres, ¿Por qué?
– Piénsalo, Johnson. Esa belleza estaba monopolizando a casi todos los tipos del bar con sus bailecitos exhibicionistas. Básicamente, estaba privando a las demás mujeres de la oportunidad de comerse algún rosco. ¿Verdad?
– Verdad -el otro agente se rascó la cabeza-. ¿Y qué?
– Que aquella noche habría muchas chicas enfadadas en el bar. ¿Y qué hace uno cuando se enfada con alguien?
– ¿Le da un puñetazo en la cara?
– En este caso, no -Quentin respondió a su propia pregunta-. En este caso, no le quitas la vista de encima. Las demás chicas del bar estuvieron pendientes de todos los movimientos de Nancy Kent. Pendientes de todos los hombres que bailaron con ella. Hay que interrogarlas a ellas.
Johnson asintió.
– En eso tienes razón, Malone.
Quentin se levantó.
– Esta tarde visitaré a Shannon y le pediré una lista de nombres. Luego empezaré a hacer llamadas.
Ben se detuvo ante la entrada de la floristería. El rótulo situado encima de la puerta rezaba «La Rosa Perfecta».
La tienda donde trabajaba Anna North.
No le había resultado difícil seguirle la pista. La autora había dedicado su último libro a la organización Hermanos y Hermanas Mayores de América y a su «hermana menor», Jaye. La directora de la rama local de HHMA era una conocida de Ben. Ella le había sugerido que estableciera contacto con Anna a través de La Rosa Perfecta.
Ben se aclaró la garganta.
Había pensado mucho en Anna North desde que vio el programa de televisión. Había leído sus novelas. Leyendo entre líneas, había descubierto mucha información a partir de sus historias, amén de algunos detalles de su propia personalidad. Era previsible, que se sintiera enojada o asustada al verlo aparecer. Reaccionaría como un animal acorralado.
Pero él la convencería.
Ben respiró hondo y empujó la puerta Enseguida reconoció la gloriosa mata de cabello pelirrojo de Anna, tan parecido al de su madre.
– Buenos días -la saludó, sonriendo mientras se aproximaba al mostrador.
Ella le devolvió la sonrisa.
– ¿En qué puedo servirle?
– Soy Benjamin Walker -Ben le ofreció la mano-. El doctor Benjamin Walker.
Anna pareció sorprendida, pero le estrechó la mano.
– Encantada de conocerlo.
– Igualmente.
– ¿Qué puedo hacer por usted? Acabamos de recibir unas hortensias preciosas. De California. Y nuestras rosas siempre son…
– ¿Perfectas? -Ben le sonrió-. En realidad, he venido para verla a usted.
– ¿A mí?
– En primer lugar, permítame decirle que admiro su obra.
– ¿Mi obra? -repitió ella-. Oh, se refiere a los arreglos florales. Lo siento, pero no son cosa mía sino de Dalton Ramsey, el propietario de La Rosa Perfecta.
– No me ha entendido, Anna. Admiro sus libros.
A Anna se le demudó el rostro.
– Mis li… ¿Cómo sabe que…?
– Justine Blank es una conocida mía. Me dijo cómo podía encontrarla a usted.
Anna parecía confusa. Y disgustada. Ben procedió rápidamente a tranquilizarla.
– Soy psiquiatra. Y mi intención es buena, como Justine sabe muy bien. Estoy especializado en los efectos de los traumas infantiles sobre la personalidad y la conducta de los adultos. Su caso me ha interesado desde siempre y, cuando supe que era usted Harlow Grail y también la escritora Anna North, decidí arriesgarme a venir. Espero que acepte hablar conmigo.
Ella pareció digerir aquella información. Sus mejillas recuperaron el color, aunque no del todo.
– ¿Vio usted el programa especial sobre misterios de Hollywood sin resolver y sumó dos y dos?
– Sí. Y vi su dedicatoria a HHMA en su libro Una muerte lenta. Me figuré que Justine podría decirme cómo llegar hasta usted. Y no me equivoqué.
– Mi caso, como usted lo llama, interesa a mucha gente. Pero a mí no. Es más, he hecho todo lo posible por olvidarlo. Y ahora, si me dispensa, tengo trabajo que hacer.
– Por favor, señorita North, escuche lo que tengo que decirle.
– Me parece que no -Anna cruzó los brazos sobre el pecho-. Soy una persona reservada, doctor Walker. Y ha invadido usted mi intimidad.
– Cosa que la asusta, imagino.
Ella arrugó la frente.
– Yo no he dicho que me asuste.
– Pero así es. Vivió usted una pesadilla. Fue secuestrada por un desconocido que le arrebató el control sobre su vida. El control sobre su persona. Fue agredida físicamente y obligada a presenciar cómo mataban a un amigo suyo. Esa odisea le hizo cobrar conciencia de la maldad que existe en el mundo. Y se prometió a sí misma que jamás se vería en una situación semejante. Por eso cambió de nombre y dejó atrás su pasado. El anonimato hace que se sienta a salvo.
– ¿Cómo sabe todo eso de mí? -consiguió decir Anna al cabo de unos momentos, con voz trémula-. Si nunca nos hemos visto.
– Pero conozco su pasado. He leído sus novelas -Ben le depositó su tarjeta en la mano-. Estoy escribiendo un libro sobre los efectos de los traumas infantiles en la personalidad. Y me gustaría entrevistarla. Su historia sería un elemento magnífico para mi libro.
Ella abrió la boca, seguramente para negarse, pero Ben no le dio ocasión.
– Piénselo, por favor. Es lo único que le pido -sin mediar más palabras, se dio media vuelta y salió rápidamente de la tienda.
Capítulo 6
Jueves, 18 de enero
Anna había pasado mala noche. El sueño la había eludido y, cuando hubo conseguido dormirse, se despertó aterrorizada, gritando el nombre de Timmy.
No sabía a quién achacar su estado de agitación: a Ben Walker, por haberla encontrado con tanta facilidad, o al inspector Malone, por haber plantado las semillas de la duda con respecto a las cartas de Minnie.
Anna musitó una maldición mientras salía de la ducha. Tras echar una ojeada al reloj, se secó y se vistió. Disponía de unas tres horas para investigar un poco antes de entrar a trabajar en La Rosa Perfecta. La noche anterior había llamado al número facilitado por Minnie en su primera carta. Había contestado un hombre, lo cual supuso una decepción para Anna. Había esperado hablar con la niña directamente. Sin arredrarse, había respirado hondo antes de preguntar por la pequeña. El hombre guardó silencio durante unos segundos y luego colgó sin decir palabra. Fue entonces cuando Anna comprendió con claridad que Minnie la necesitaba.
Había vuelto a llamar varias veces, sin que nadie contestara. De modo que decidió visitar Mandeville, una comunidad situada en la orilla norte del lago Pontchartrain, para echar un vistazo al domicilio de Minnie. Una vez allí, decidiría el siguiente paso.