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Sin embargo, una hora más tarde, Anna descubrió que aquella dirección iba a servirle de poco. No pertenecía a un domicilio particular, sino a una agencia de servicio postal. Anna examinó de nuevo el número y entró. Luego sonrió al hombre que atendía al mostrador y se presentó.

– Soy escritora y he estado carteándome con una admiradora. En el remite de sus cartas figuraba esta dirección -Anna le entregó un sobre-. Sé que ha recibido mis cartas, pero ahora me pregunto cómo es eso posible.

El hombre, que resultó ser el propietario de la agencia, le devolvió el sobre, sonriendo.

– En realidad, una de las ventajas de alquilar un buzón en nuestra empresa, y no en la oficina de correos, es que nosotros asignamos una dirección en lugar de un número de apartado de correos.

– ¿Quiere decir que esta persona tiene alquilado un buzón en su establecimiento?

El hombre sonrió nuevamente.

– Exacto, así es. Si lo desea puedo darle un folleto informativo donde se especifican nuestros servicios -antes de que ella pudiera negarse, sacó el folleto de debajo del mostrador-. Por si alguna vez lo necesita.

Anna le dio las gracias y, después de guardarse el folleto en el bolso, volvió a centrarse en la razón de su visita.

– Necesito encontrar a la chica que escribió esa carta ¿Pueden ustedes facilitarme sus señas?

– Lo siento -en ese momento entró un cliente, y la mirada del hombre se desvió hacia la puerta-. Eso no es posible.

– ¿Ni siquiera tratándose de una emergencia? Sé que puede parecer una locura, pero hay una niña pequeña en peligro. ¿No podría saltarse las normas, aunque sólo sea por esta vez? ¿Por favor?

– No -respondió el hombre tajantemente-. No puedo hacer excepciones. Y ahora, si me disculpa, debo atender a un cliente.

Anna salió de la agencia, frustrada. ¿Qué iba a hacer ahora?

Pensó en el apellido de Minnie, Swell, poco frecuente en aquella parte del país.

Jo y Diane. De la boutique Green Briar.

Por supuesto. Jo Burris y Diane Cimo conocían a casi todos los habitantes de la orilla norte del lago. Si alguien con ese apellido había estado en su boutique, lo recordarían.

Anna se subió en el coche y enfiló la autovía 22. Había conocido a Jo y Diane en su primera visita a la orilla norte. Simpáticas y afectuosas, siempre la trataban como a una vieja amiga.

Aparcó el coche frente a la tienda y entró. Jo, una hermosa mujer de edad indefinida, alzó la mirada de la caja que estaba desempaquetando. Sonrió cálidamente.

– Anna, precisamente estaba pensando en ti. Acabamos de recibir unas prendas maravillosas -mostró el jersey rosa que acababa de desempaquetar-. Con tu color de pelo, cariño, ningún hombre se te resistiría.

Anna se echó a reír. Aunque sentía una enorme tentación de probarse el jersey, expuso el verdadero motivo de su visita.

– Swell -repitió Jo, enarcando las cejas pensativamente. Al cabo de un momento, meneó la cabeza-. Lo siento, cielo, ese nombre no me suena de nada.

– ¿Y el nombre de Minnie? -inquirió Anna-. ¿Has oído a alguien hablar de una niña llamada Minnie?

Jo negó de nuevo con la cabeza.

– Pero es posible que Diane sí. O alguno de nuestros clientes. Si es importante, podemos preguntar.

– Sí, Jo, es muy importante -charlaron durante unos cuantos minutos más y, por fin, Anna salió de la boutique.

Cuando llegó al trabajo, cincuenta minutos después, vio que tenía algunos mensajes en el contestador. Dos de su agente y uno del doctor Ben Walker. Anna llamó a su agente enseguida.

– Hola, Will, ¿qué hay?

– Han aumentado la oferta.

Anna notó que el estómago le daba un vuelco.

– ¿Qué has dicho?

– Como lo oyes. Madeline me llamó esta mañana. Chesire House ha decidido ofrecer más dinero si aceptas la nueva propuesta

– Pero, ¿por qué habrán aumentado la oferta? -inquirió Anna-. Ni siquiera la he rechazado aún oficialmente…

– Yo les había expresado tus recelos. Dejé bien claro que te estaban exigiendo un sacrificio personal considerable -Will emitió un suspiro de satisfacción-. Ah, me encanta que los planes salgan bien.

Anna tragó saliva, con el corazón martilleándole el pecho.

– Will -murmuró-. El dinero es lo de menos. Siempre ha sido lo de menos.

– Han ofrecido cincuenta mil dólares, Anna.

Por segunda vez, Anna sintió un vuelco en el estómago.

– Repítelo.

Will repitió la cifra, y ella colocó la mano en el brazo de Dalton buscando apoyo.

– Pero con las mismas condiciones -prosiguió su agente.

– ¿No ceden en eso?

– Ni un milímetro -ante el silencio de Anna, Will se apresuró a añadir-: Piénsatelo bien, Anna. Piensa en lo que esto puede significar en tu carrera. Estamos hablando de entrar en la lista de los libros más vendidos. De una campaña publicitaria de proporciones gigantescas. Y piensa en lo que perderás si rechazas la oferta. Con lo que vendes actualmente, te será difícil publicar en otras editoriales.

– Pensaba que creías en mi trabajo -respondió Anna con voz espesa y dolida.

– Y así es. Pero en este negocio se necesita algo más que una buena historia para vender un libro. Se necesita un gancho. Y tú lo tienes a tu disposición, Anna. Utilízalo. No desperdicies esta oportunidad.

– Te entiendo, pero… no puedo hacerlo -Anna meneó la cabeza-. Sé que no puedo hacerlo.

– ¿Por qué te empeñas en sabotear así tu propia carrera? ¿Es que no lo entiendes? Las oportunidades así sólo se dan una vez en la vida. No puedes dejarla pasar.

– Lo sé, pero…

– Seguiré negociando. Sé que podré sacarles aún más dinero. Ya ven en ti una mina de oro en potencia. Si aceptas avenirte a sus planes…

– ¡Will! Calla y escúchame. Me gustaría hacerlo, pero no puedo. ¡No puedo!

Su agente permaneció callado durante largos e incómodos segundos. Cuando volvió a hablar, lo hizo en tono amargo pero resignado.

– ¿Es esa tu decisión final?

– Sí -logró responder Anna-. Lo es.

– En fin, tú mandas -Will hizo una pausa-. Si estuviera en tu lugar, Anna, me plantearía buscar la ayuda de un profesional para resolver tu problema. Y es un problema, aunque tú te empeñes en negarlo.

Dicho esto, colgó, y Anna devolvió el auricular a su sitio, luchando por controlar la desesperación que empezaba a embargarla. No era ninguna estúpida. Además de una nueva editorial, tendría que buscarse un nuevo agente.

Tendría que empezar otra vez de cero, después de lo arduamente que había trabajado. Después de lo que había luchado.

– ¿Te ha colgado? -preguntó Dalton con indignación-. Nunca me cayó bien, Anna. Ni a Bill. Es un cabrón arrogante. Y homófobo, estoy seguro.

Ella intentó sonreír, sin conseguirlo.

En ese momento, volvió a sonar el teléfono. Anna contestó rápidamente, esperando que Will hubiese vuelto a llamar para pedirle disculpas.

– La Rosa Perfecta.

– Anna, soy Ben Walker. ¡Espere! Antes de colgar, escúcheme.

– Adelante -respondió ella-, pero sea breve. Estoy trabajando.

– Lamento haber invadido su intimidad cómo lo hice -se disculpó Ben-. Había previsto su reacción pero, en mi ansiedad por entrevistarla, seguí adelante de todos modos. Por favor, acepte mis disculpas.

Anna se sintió más aplacada. Pero sólo moderadamente.

– Prefiero que no me recuerden el pasado. Lo dejé atrás.

– En eso se equivoca, Anna. ¿No lo comprende? Si teme ese pasado hasta el punto de esconderse de él, automáticamente deja de ser el pasado y se convierte en el presente.

Jaye le había dicho prácticamente lo mismo. Igual que su agente, hacía unos minutos.