Cómo el mundo se sumía en la oscuridad.
Jaye se incorporó, con el corazón acelerado, resollando. Paseó la mirada por la habitación en penumbra y comprobó que estaba sola.
Respiró hondo por la nariz para tranquilizarse.
Estaba sentada en una especie de cama plegable. El colchón estaba desnudo y raído por el uso. Jaye apretó los labios para evitar que le temblaran. El único mueble que había en la habitación era una hamaca de jardín, y junto a la pared del fondo vio un lavabo, con un cepillo de dientes, un tubo de dentífrico y una toalla. Al lado del inodoro había un rollo de papel higiénico.
Jaye ahogó un grito de desesperación y apartó la mirada. La única ventana de la habitación estaba tapada con tablones y, justo enfrente, se hallaba la puerta.
Jaye se bajó de la cama y avanzó hasta ella de puntillas. Tragando saliva, alargó una mano temblorosa para probar el pomo. Pero este no giró. Los ojos se le llenaron de lágrimas al tiempo que se reprendía a sí misma por haber esperado un milagro.
¿Qué clase de secuestrador iba a dejar la puerta abierta?
Tendría que encontrar otro medio de salir. Agachó la mirada, reparando en algo que no había visto antes. Uno de los paneles de la puerta había sido reemplazado por una gatera.
Jaye se acuclilló para examinarla y la presionó, sólo para comprobar que estaba cerrada por fuera. Apretó con más fuerza, notando que empezaba a ceder, y luego retiró la mano con frustración. Podía abrirla de una patada, pero, ¿para qué? De todos modos, su cuerpo no cabría por la abertura.
Jaye se incorporó y, girándose hacia la ventana, se acercó para asomarse por las angostas rendijas de los tablones. De inmediato vio que era de noche. La luz que se filtraba por los resquicios de las tablas procedía de una farola. Y se oía un ruido amortiguado de tráfico, música y gente charlando.
¡Gente! Alguien podía oírla gritar y acudiría en su ayuda. O avisaría a la policía.
– ¡Socorro! -gritó al tiempo que golpeaba los tablones. Volvió a gritar una y otra vez, deteniéndose entre grito y grito para escuchar. Las conversaciones del exterior de su prisión no se alteraron en lo más mínimo. Nadie acudiría a socorrerla. Nadie respondería a sus gritos de auxilio.
Frenéticamente, corrió hacia la puerta y empezó a darle patadas y golpes. Lloró hasta que se agotaron sus fuerzas.
Finalmente, exhausta, se derrumbó en el suelo entre sollozos.
Capítulo 7
Viernes, 19 de enero
Se llamaba Evelyn Parker. Había sido guapa, simpática y amante de las diversiones. Trabajaba en una clínica dental del centro y residía en la zona de la ciudad denominada el Bywater.
Había muerto el día de su veinticuatro cumpleaños.
– Vaya mierda, que te den matarile el día de tu cumpleaños, ¿eh, Malone? -comentó Sam Tardo, uno de los agentes encargados de recoger pruebas-. Y no toquéis nada. Aún no hemos terminado con el cadáver.
Quentin paseó la mirada sobre la víctima, buscando algo que pudiera haber pasado inadvertido: un botón, manchas de sangre, alguna huella.
– ¿Piensas lo mismo que yo? -inquirió Terry agachándose para echar una ojeada de cerca.
Nancy Kent.
– Sí -Quentin frunció el ceño. Evelyn Parker era una guapísima mujer con el cabello pelirrojo; había salido a divertirse la noche de su muerte. Al parecer, la habían violado antes de asfixiarla. Y, como ocurrió con Nancy Kent, la habían encontrado en un callejón situado detrás de un bar.
– ¿Quién la encontró? -preguntó Quentin.
– Una chica que hacía jogging.
– ¿Jogging? ¿Y para qué entró en el callejón?
– Por lo visto, iba con su perro. El chucho se volvió loco a la entrada del callejón, así que ella decidió acercarse para echar un vistazo.
– ¿Le ha tomado Walden declaración?
– Sí -Johnson señaló hacia el bar-. Ahora está interrogando al dueño.
Quentin volvió a fijar su atención en la víctima. Al contrario que Nancy Kent, Evelyn Parker sí se había resistido. Tenía contusiones en la cara, el cuello y el pecho, y los pantalones vaqueros bajados hasta las rodillas. Las braguitas estaban destrozadas.
Quentin miró a Terry de soslayo para hacerle un comentario sobre los pantalones, pero se tragó las palabras al advertir por primera vez lo cansado que parecía su compañero. Tenía los ojos enrojecidos y había estado muy callado.
– ¿Te encuentras bien?-le preguntó.
– Tan bien como puede esperarse sin casa adonde ir y sin haber dormido -Terry se frotó los ojos y maldijo-. Ya estoy harto de esta mierda.
– No creo que llegaran a violarla, Ter. Ese cerdo no pudo penetrarla así, con los vaqueros a la altura de las rodillas. Son muy ceñidos. Así que, a menos que se detuviera a intentar subirle de nuevo los pantalones, creo que simplemente se rindió y la mató.
– Adiós, ADN.
– Exacto -afirmó Quentin mientras salían del callejón-. Y será difícil relacionar los casos sin una prueba física.
– Casi imposible -por un momento, Terry guardó silencio-. Lo cual no me ayuda en absoluto -maldijo de nuevo-. Espero que no intenten, cargármelo a mí también.
Quentin se detuvo para mirar a su compañero.
– ¿Y por qué iban a hacerlo?
– Por lo de Nancy Kent, claro está.
– Pero si te descartaron como sospechoso.
Terry se metió las manos en los bolsillos y arqueó los labios con amargura.
– Ya, pero esto lo cambia todo. Volverán a interrogar a todos los sospechosos del primer asesinato. Seguro que la capitana nos llama en cuanto entremos en la comisaría. Mierda.
– Cuando te pregunte dónde estuviste anoche, ¿qué le dirás, Ter?
– La verdad. Que estuve en mi asqueroso apartamento, solo. Tragando whisky. Antes de eso, estuve con Penny.
– ¿Algún progreso con ella?
– ¿Progreso? Bah, no quiere que le amargue la diversión. Para Penny, la vida es una fiesta. Prefiere no saber nada de su marido. Pero luego no le hace ascos a ningún otro fulano que se le acerque.
– ¿Tienes alguna prueba de eso, Ter? No me parece muy propio de la Penny que yo conozco.
– Claro que tengo pruebas. Alex me ha dicho que últimamente Penny sale mucho de noche, que la señora Stockwell cuida de ellos mientras su madre está fuera. Dice que suele regresar bastante tarde.
– ¿Esas son tus pruebas? -Quentin abrió la portezuela del coche-. Alex sólo tiene seis años, inspector.
– ¿Y por qué otra razón iba a trasnochar tanto? -Terry apretó los puños-. ¡Es mi mujer, maldita sea! Debe estar en casa, con nuestros hijos.
– Puede que visite a alguna amiga. No tienes pruebas de que se esté viendo con otro hombre.
– Pero lo sé -Terry se giró hacia Quentin-. Tienes que hablar con ella, Malone. Penny respeta tu opinión. Le caes bien -su voz cobró un tono desesperado-. Por favor, habla con ella. Convéncela de que me deje volver. No sé si soportaré mucho más esta situación.
– Está bien -accedió Quentin-. No me parece que sea lo mejor, pero lo haré.
Habían pasado veinticuatro horas sin que se supiera nada de Jaye. Desesperada, Anna decidió visitar a Paula Pérez, la asistenta social encargada del caso de Jaye.
– Toc, toc -dijo mientras se asomaba por la puerta de su despacho.
Paula alzó la mirada y sonrió.
– Pasa, Anna.
– La recepcionista no estaba, así que he decidido entrar. ¿Vengo en mal momento?
– No, siéntate.
Anna así lo hizo, con la caja de recuerdos de Jaye apretada contra el pecho.
– He venido para hablar de Jaye.
– Me lo figuraba. Aún no se sabe nada, Anna.
– Lo sé -Anna agachó la mirada hacia la caja de recuerdos. Luego se la pasó a la asistenta social-. Quería que vieras esto. Es de Jaye.
Paula abrió la caja y examinó brevemente el contenido. Al cabo de un momento, miró de nuevo a Anna.