– ¿De dónde has sacado esto?
– De la casa de los Clausen. Me la llevé la noche que desapareció Jaye.
– Tendré que quedármelo.
– Lo sé. Pero temía que… -Anna respiró hondo-. Temía que la caja desapareciera si no me hacía cargo de ella.
Paula arrugó la frente.
– No te comprendo.
– Los contenidos de esa caja son la prueba de que Jaye no se escapó de casa.
– Ya lo hemos hablado por teléfono, Anna. Sé que te cuesta aceptar que…
– Ella jamás dejaría esos recuerdos atrás, Paula. ¡Lo sé! Representan su historia. Son lo único que tiene de su pasado.
– Jaye es lista, Anna. Sabe que nosotros nos encargamos de custodiar sus objetos personales, sin límite de tiempo. Aunque tardara diez años en aparecer, los encontraría aquí, esperándola.
– Pero si Jaye hubiese tenido la intención de huir, ¿por qué no se llevó ropa o comida? ¿Por qué iba a llevarse sus libros de texto? ¿Por qué se dejó sus CDs de música? No tiene ningún sentido,
– Fran y Bob llamaron esta mañana. Dicen que faltaban varios artículos de comida de su despensa.
– Eso dicen ellos.
Paula se puso rígida al tiempo que las mejillas se le teñían de color.
– ¿Se puede saber qué significa eso, Anna?
– Significa que quizá Fran y Bob no han dicho toda la verdad. Hay algo sospechoso en…
– ¡Por el amor de Dios! -Paula se levantó y miró a Anna con severidad-. Son buenas personas. Llevan casi veinte años acogiendo a jóvenes en su casa. Todo el mundo tiene un alto concepto de ellos, incluida yo. ¿Cómo te atreves a insinuar que pueden ser culpables de… de algún delito criminal?
Anna se puso de pie.
– Lo único que pido es que investigues un poco más la desaparición de Jaye. Interroga a los Clausen más a fondo, avisa a la policía…
– Ya he dado parte a la policía de la desaparición de Jaye, como exige la ley.
– Yo conozco a Jaye, Paula. Sé que ella no haría algo así. Le ha ocurrido algo -Anna se inclinó hacia delante-. Me dijo que un hombre la había seguido al salir del colegio. Quizá si se lo comentas a la policía…
– Fran me pasó esa información, y ya obra en conocimiento de las autoridades -Paula emitió un resoplido de exasperación-. Quizá no conozcas a Jaye tan bien como crees. Es una niña compleja, capaz de comportarse de una manera inesperada. Quizá te duela oírlo, pero es cierto.
– Conozco su pasado. Sé que se ha escapado docenas de veces. Pero en los dos últimos años ha madurado mucho. Emocional y espiritualmente…
La asistenta social levantó una mano para interrumpirla.
– Antes de seguir, Anna, quiero que te preguntes hasta qué punto la sensación de culpabilidad te impide aceptar el hecho de que Jaye se ha escapado.
– ¿La sensación de culpabilidad? -repitió Anna-. ¿Por qué iba yo a sentirme culpa…?
– Tengo entendido que os peleasteis recientemente. Que Jaye se sintió traicionada por ti.
– Eso no tiene nada que ver con lo ocurrido.
– ¿Tú crees? ¿No has pensado que quizá huyó por eso, precisamente? ¿Que esa madurez que creías ver en ella se rompió en mil pedazos cuando descubrió que le habías mentido?
Anna notó que se le formaba un nudo en la garganta.
– No era mi intención lastimarla -consiguió decir al fin-. Intenté explicarle lo de mi pasado y las razones que me impulsaron a mantenerlo en secreto.
– Lo sé -dijo Paula en tono suave-. Y lo comprendo. Pero yo no soy una adolescente dolida, que se considera traicionada por las personas que contaban con su cariño y con su confianza.
Una abrumadora sensación de culpa se adueñó de Anna. De culpa y de desesperación.
– Yo no deseaba hacerle daño -insistió-. Quiero a Jaye.
La expresión de la asistenta social se suavizó. Recogió la caja de recuerdos y se la devolvió a Anna.
– Guárdala tú, de momento. Creo que es lo que Jaye querría.
Anna tomó la caja y se marchó. Mientras salía del edificio, rogó que Jaye se encontrase bien. A salvo. Rogó que fuese cierto que había huido y que acabara regresando a casa.
Quentin vio a Anna nada más entrar en la comisaría del distrito siete. Estaba en el otro extremo de la atestada sala, con una pequeña caja apretada contra el pecho. Ladeó la cabeza para observarla.
¿Qué tenía Anna North que le atraía irresistiblemente, como un imán? Era guapa, sí. Pero debía de haber un puñado de mujeres igual de guapas en la sala, y Quentin sólo se había fijado en ella.
– Señorita North -la saludó tras cruzar rápidamente la habitación-. ¿Qué la trae a mi territorio?
Ella se giró, con una leve expresión de consternación en el semblante. Evidentemente, había esperado que sus caminos no volvieran a cruzarse.
– Necesito hablar con algún inspector de policía…
– Ese soy yo.
– Y yo que esperaba que me tocara otro inspector. Pero ha vuelto usted a tener suerte, parece ser.
Él se echó a reír.
– Sígame -Quentin la condujo hasta su despacho y le indicó con un gesto que tomara asiento-. ¿Cómo va su trabajo?
– Muy bien, gracias -Anna cruzó las piernas-. Bonita corbata. Muy colorida.
Quentin se miró la corbata y esbozó una sonrisita cínica…
– Gracias.
– Pocos hombres adultos se atreven a llevar una corbata con dibujos de cangrejos y botes de salsa picante -Anna enarcó una ceja-. ¿Es para dar un toque de humor a su trabajo?
Quentin volvió a sonreír.
– ¿En qué puedo ayudada, señorita North? -dijo sacándose del bolsillo la libreta y un bolígrafo.
– Una amiga mía ha desaparecido. En realidad, es mi hermana menor.
– ¿Su hermana menor?
– Colaboro como voluntaria con Hermanos y Hermanas Mayores de América. Jaye es mi «hermana menor» desde hace dos años.
Quentin le pidió el nombre completo de la chica, su edad y sus señas, entre otra información. Hecho esto, alzó la mirada nuevamente.
– ¿Cuándo desapareció?
– El jueves por la mañana se fue al colegio a la hora de siempre. Llevaba su bolso y la mochila de los libros. Se despidió de su madre adoptiva y nadie ha vuelto a verla desde entonces -Anna recorrió con la mano la tapa de la caja que sostenía en el regazo-. Aquella noche llamé a sus amigas y fui a los sitios que suele frecuentar. Nadie sabía nada de ella.
– ¿Y por qué no han venido a denunciarlo sus padres adoptivos?
– Creen que se ha escapado de casa. Si revisa los archivos de la policía, verá que ya han dado parte. No es la primera vez que huye de un hogar de acogida.
– ¿Cuántas veces se ha escapado con anterioridad?
– Seis veces.
Quentin tomó varias notas y luego volvió a mirar a Anna North a los ojos.
– Pero usted cree que esta vez no es ese el caso.
Ella se inclinó hacia delante.
– Sé que no. Mire lo que encontré debajo de su cama -abrió la caja y se la pasó al inspector-. En la vida de Jaye ha habido muchas más cosas malas que buenas. Ha perdido a todos sus seres queridos, empezando por su madre. Los objetos de esa caja representan todo lo bueno de su pasado. Lo único bueno que posee. Jamás se habría ido sin ella.
Quentin examinó el contenido de la caja.
– ¿Eso es todo?
– No. Hace una semana, me comentó que un hombre la había seguido desde el colegio.
– ¿Denunció el hecho?
Anna emitió un suspiro.
– No.
– ¿Fue un hecho aislado u ocurrió más de una vez?
– No lo sé… Jaye sólo me habló del incidente de aquel día.
Quentin cerró la caja y se la devolvió.
– ¿Qué es lo que sospecha usted? ¿Que alguien la ha secuestrado?
– Sí -contestó Anna con lágrimas en los ojos-. Desearía que no fuese así. Desearía que realmente se hubiera escapado de casa…
Quentin se levantó, rodeó la mesa y se sentó en el borde. A continuación soltó la libreta.