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– Hace dos días acudió usted a verme, señorita North. Había recibido cartas de una admiradora y le preocupaba que dicha admiradora, una niña, estuviera en peligro.

– Se llama Minnie. Pero sí, eso es cierto.

– De hecho, creía que no sólo Minnie estaba en peligro, sino también otra chica, aún desconocida.

– Exacto. Pero no sé lo que tiene que ver eso con…

– ¿Qué edad tiene Minnie, según afirma en sus cartas?

– Once años.

– ¿Y qué edad tiene Jaye?

– Quince años.

– ¿Y qué edad tenía usted cuando la secuestraron?

Anna se puso en pie, con las mejillas inflamadas.

– ¡Ya veo adonde quiere ir a parar! ¡Pero se equivoca! Mire… -se llevó una mano a la frente y luego la bajó de nuevo-. Jaye ha desaparecido. Si huyó voluntariamente, lo hizo sin varios objetos personales muy importantes para ella. Sus padres adoptivos… no actuaban con normalidad, inspector Malone. Tuve la sensación de que ocultaban algo.

– Eh, eh, un momento. ¿Insinúa que pueden ser los responsables de su desaparición?

Anna elevó el mentón.

– Me pareció extraña su reacción ante la desaparición de Jaye. ¿Querrá hablar con ellos, por favor? Estoy muy preocupada por Jaye.

En vez de contestar inmediatamente, Quentin repasó todo lo que Anna le había dicho. Luego se levantó.

– Lo investigaré.

Ella dejó escapar un jadeo de sorpresa.

– ¿Lo dice en serio?

– Sí. Hablaré con la asistenta social y con sus padres adoptivos. ¿Se sentirá así más tranquila?

– Mucho más -Anna emitió un tembloroso suspiro de alivio-. Gracias.

A continuación, Quentin la acompañó hasta la salida y, tras prometer que se mantendría en contacto, observó cómo Anna se marchaba. Debía reconocer que aquella mujer le intrigaba. Por su pasado y por lo que había vivido. Por su trabajo de escritora.

Quentin entornó los ojos pensativamente. ¿Acaso dicho trabajo le estaba afectando la mente? ¿O sería su pasado? Por otra parte, ¿era posible que su inquietud y su miedo fueran justificados?

En ese momento se acercó Terry, relamiéndose.

– No sé lo que tienen las pelirrojas que me ponen a cien.

Quentin se giró hacia su compañero con gesto de incredulidad.

– Por amor de Dios, Terry, ¿nunca piensas antes de abrir la bocaza?

– ¿Qué ocurre? -Terry alzó las manos inocentemente-. Sólo he dicho que las pelirrojas me ponen.

– Exacto. A ti y, como mínimo, a otro tipo que merodea por ahí.

Su compañero se puso pálido.

– Oh, vaya, no quería decir que…

– Claro que no -Quentin miró por encima de su hombro-. Pero puede haber cerca gente que no tenga ningún sentido del humor.

– Como la capitana, por ejemplo -Terry chasqueó la lengua con frustración-. Esta mañana ya me ha echado un buen rapapolvo.

– ¿Por qué?

– Estaba de mala uva y se desfogó conmigo, simplemente.

La buena de tía Patti. Al parecer, no estaba dispuesta a permitir que uno de sus agentes se derrumbara así como así.

– ¿Cómo te fue en el interrogatorio?

– Bien. Aunque me habría ido mejor si hubiera estado en casa, con Penny. Esos cabrones se negaron a considerar el whisky como una coartada válida.

Quentin se sentó tras su mesa.

– Las pruebas disiparán cualquier sospecha.

– Sí. Aunque, por lo que he oído, no encontraron muchas en el escenario del crimen. Tenías razón. No la violaron Esos pantalones funcionaron como una especie de cinturón de castidad.

– Pero la mató, de todos modos-Quentin arrugó la frente-. ¿Por qué las escogerá pelirrojas?

– Porque su madre era pelirroja. O porque un setter irlandés le mordió cuando era niño. O porque tiene sangre de toro y le enfurece el color rojo. ¿Quién sabe? -Terry se frotó la mandíbula.

– Eh, Malone -llamó Johnson en ese momento-. La capitana quiere vernos. Trae tus anotaciones sobre los casos Parker y Kent

– Esto apesta -Terry se levantó-. Me siento totalmente desplazado.

– Ya pasará -dijo Quentin mientras se guardaba la libreta en el bolsillo.

– No permitas que me dejen fuera.

– Tranquilo -Quentin le dio un apretón en el hombro-. Tengo la sensación de que esta vez vamos a necesitarte.

Quentin siguió a Walden y a Johnson hasta la oficina de la capitana y cerró la puerta después de entrar, consciente de que Terry los observaba. Maldiciendo entre dientes, se acercó a su tía y, colocando las palmas abiertas sobre la mesa, la miró directamente a los ojos.

– Quiero a Terry en el equipo. Es un buen policía.

– Era un buen policía -corrigió ella-. Se está derrumbando. Y está bajo sospecha. Lo siento, pero no.

– «Bajo sospecha». Eso es una tontería y lo sabes. Landry no tuvo nada que ver con…

La capitana lo interrumpió.

– Ya he tomado una decisión. Y ahora, a menos que quieras unirte a tu compañero, te recomiendo que te calles y te sientes. ¿Entendido, inspector?

Sin embargo, en lugar de sentarse, Quentin siguió de pie, apoyándose en el marco de la puerta.

– ¿Qué es lo que tenemos? -preguntó la capitana entrelazando las manos encima de la mesa.

– La víctima se llamaba Evelyn Parker -empezó a decir Johnson-. Veinticuatro años. Caucásica. Muy guapa. Trabajaba en el centro y vivía en el Bywater.

– Le gustaba divertirse -añadió Walden-. Como a Kent. Había ido de copas la noche en que murió.

– ¿Tienen ya alguna pista? ¿Alguna teoría? -la capitana arqueó una ceja-. ¿Alguna buena conjetura?

– Yo creo que lo que une a las víctimas es el color de su pelo -terció Quentin-. Lo que debemos descubrir es por qué ese tipo va tras las pelirrojas.

Walden negó con la cabeza.

– Las dos mujeres estaban de juerga la noche en que murieron. A ambas les gustaba salir. Para mí, ese es el nexo de unión.

Quentin miró al agente.

– Las encuentra en los bares, simplemente. No las escoge porque frecuenten ese tipo de locales. Me da la sensación de que el sujeto no se relaciona excesivamente con ellas en público. Tiene mucho cuidado de no llamar la atención. Las invita a una copa, luego les pide que bailen con él un par de veces, a lo sumo. Pero alguien tuvo que verlas con las víctimas y acordarse.

– A ambas las asesinó en un callejón -dijo la capitana-. ¿Qué creen que utilizó para asfixiarlas? Una almohada no, seguro.

– ¿La mano? -sugirió Walden.

– En ese caso, las víctimas tendrían más contusiones en la nariz y la boca -objetó Quentin.

– Pues una bolsa de plástico. Le resultaría fácil llevarla en el bolsillo.

– Pero no se ha hallado ningún rastro de plástico cerca de las víctimas. Y habría sido lo más probable, teniendo en cuenta que las asesinó sobre un suelo asfaltado.

Walden se rascó la cabeza.

– Y, por lo general, cuando un asesino utiliza una bolsa, suele dejarla sobre la víctima.

– Quizá nuestro hombre es precavido -aventuró la capitana-. Y le preocupa dejar huellas potenciales. Mata a la chica, se guarda en el bolsillo el arma homicida y luego se deshace de ella en otro lugar.

– O sea, que no es estúpido.

– Pues vaya una suerte -Johnson emitió una risita tonta.

– Si no es estúpido, debe de ponerse guantes para no dejar huellas. Además, con el frío que ha hecho, a nadie le extrañaría ver a un tipo con guantes. Ni siquiera a las víctimas.

Quentin arrugó la frente.

– Se me ocurre una teoría muy simple. En la calle hace frío, así que el tipo lleva una chaqueta. Las asfixia con ella.

– Pero, en ese caso, hubiéramos encontrado más rastros de fibra.

Quentin se retiró de la puerta.

– ¿Y si la chaqueta es de cuero?

Los ocupantes de la habitación guardaron silencio. Luego intercambiaron miradas.

– La lleva puesta siempre -prosiguió Quentin-. Con el tiempo que hace, no llama la atención. El cuero es flexible pero no poroso. Y fácil de limpiar.