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– Pensamos ir a Tipitina’s.

– Tocan los Zydeco Kings. Y es sábado. Vamos, ¿por qué no?

– No sé, muchachos -Anna meneó la cabeza-. La verdad es que no estoy de humor para…

– Puedes invitar a tu amigo el doctor. Si lo haces, juro solemnemente no pellizcarle el trasero.

Anna se echó a reír sin poder evitarlo.

– Os adoro, chicos.

– ¿Significa eso que vendrás? ¿Por favor?

Ella claudicó al fin.

– Está bien, iré.

Bill y Dalton llamaron a la puerta de su apartamento a las siete en punto. Anna se sentía atrevida, sexy y más que lista para pasar una noche de diversión con sus amigos. Había decidido que se lo merecía. Por unas horas, desterraría de su mente lo sucedido en los días anteriores. Incluso había seguido la sugerencia de Bill y había invitado a Ben a acompañarlos.

– ¿No ha podido venir tu apuesto doctor? -preguntó Dalton como si le leyera la mente.

– Lo intentará -Anna cerró la puerta del apartamento y, tras guardarse las llaves en el bolso, se giró hacia sus amigos-. Tenía varios pacientes a los que atender.

– Él se lo pierde -murmuró Bill fijándose en sus vaqueros ceñidos, su jersey negro y su chaqueta de cuero-. Esta noche estás para comerte, cariño.

– Muchas gracias, bondadoso señor -Anna se echó a reír mientras daba el brazo a sus amigos-. Aunque es una lástima que los dos tipos más guapos y simpáticos que conozco sean gays.

Los tres salieron del edificio y se encaminaron hacia Tipitina’s. El conocido club estaba situado a escasas manzanas, de modo que decidieron ir dando un paseo en lugar de tomar un taxi.

El ambiente del local estaba en su apogeo cuando llegaron. Los Zydeco Kings atraían a numeroso público siempre que actuaban, sobre todo en los fines de semana.

Bill divisó a algunos conocidos y se dirigió hacia ellos, seguido de Dalton y Anna. Él grupo ya tenía una mesa, de modo que se limitaron a añadir algunas sillas más.

Durante la primera hora, Anna estuvo muy atenta por si veía aparecer a Ben. Luego se rindió. Aunque se sentía decepcionada, intentó sumergirse en el ambiente festivo de la noche. Al final, se divirtió como nunca en su vida, bailando con un compañero detrás de otro.

– Agua, por favor -resolló mientras regresaba a la mesa y se derrumbaba en la silla, haciéndose aire con la mano.

Dalton le pasó su copa.

– ¿Sigue sin haber señales, del buen doctor?

– No -ella suspiré y se reclinó en la silla-. He estado pendiente.

– Mmm, probablemente sea mejor así.

– ¿Sí? ¿Por qué lo dices?

– Porqué hay un tipo increíblemente atractivo mirándote -murmuró Dalton-. Un verdadero semental.

– ¿A mí? -Anna se giró en la silla-. ¿Dónde?

– Allí -señaló Dalton-. Pero no mires ahora. No debes mostrarte muy ansiosa.

– Probablemente te estará mirando a ti, Dalton. Parece que, en esta ciudad, todos los hombres guapos son homosexuales.

– Esta vez no hay esa suerte, cariño. A menos que mi radar me engañe, ese tipo es hetero. Ya está mirando otra vez… Oh, oh, viene hacia aquí. Cálmate, corazón mío. Ese hombre es un sueño.

– ¿Estás seguro de que viene hacia…? -al girarse, Anna notó que se le paraba el corazón.

El inspector Malone.

Y, definitivamente, se dirigía hacia su mesa.

Anna tragó saliva mientras lo veía acercarse, incapaz de apartar la mirada de él. Dios santo, Dalton tenía razón. Con sus vaqueros azules y su camisa de batista, era un sueño de hombre.

– Hola, Anna -saludó él deteniéndose junto a la mesa.

– Inspector Malone -dijo ella con voz aguda y nerviosa. ¿Qué demonios le pasaba?

– Llámame Quentin -el inspector le dirigió una sonrisa deslumbrante-. O simplemente Malone, como todo el mundo.

Dalton le dio un codazo a Anna.

– ¿No vas a presentarme a tu amigo, Anna?

Ella se notó las mejillas acaloradas.

– Por supuesto. Dalton, te presento al inspector Quentin Malone. Es el policía del que te he hablado.

– Ah, ese policía -Dalton sonrió y extendió una mano-. Anna no me dijo que eras un semental.

Quentin meneó la cabeza, aparentemente sin alterarse.

– Pues siento oírlo.

– Si la invitas a bailar, quizá te dé la oportunidad de demostrar lo que vales.

– ¡Dalton! -Anna miró a su amigó con irritación-. Te sugiero que, a partir de ahora, tomes bebidas sin alcohol. O que te vayas a casa a dormir la borrachera.

Quentin hizo caso omiso del comentario y alargó la mano.

– Me encantaría tener la oportunidad de demostrar lo que valgo. ¿Quieres bailar, Anna?

Ella abrió la boca para negarse, pero Dalton la obligó a levantarse mientras le susurraba la palabra «paraíso» en el oído.

– Un tipo curioso -murmuró Quentin mientras la atraía hacia sus brazos-. ¿Es un buen amigo?

– Sí -Anna lo miró a los ojos y alzó la barbilla, retándolo a soltar algún chiste relacionado con los gays.

Pero Quentin no hizo tal cosa. Se limitó a estrecharla más contra sí.

– Hueles muy bien.

– Tranquilízate, Casanova. No estaría bailando contigo si Dalton no me hubiera obligado, prácticamente.

– Tendré que darle las gracias -Quentin la hizo girar y los muslos de ambos se tocaron. Anna notó que el pulso se le aceleraba.

– Ahórratelo. Te prometo que esta no será tu noche de suerte.

– Ah, cariño -Quentin le acercó los labios al oído-, me partes el corazón.

Ella sintió el soplo de su aliento, cálido y sensual. Pero se resistió contra la súbita llama de excitación que estalló en su interior.

– Lo siento, inspector. Pero aunque otras mujeres encuentren sus encantos irresistibles, conmigo no darán resultado.

– ¿No? -la voz de Quentin semejaba una ronca caricia-. Yo creí que estaba funcionando a la perfección.

Tenía razón, maldita fuera. Anna lo miró a los ojos, simulando una fría irritación.

– En realidad, me aburren los hombres pagados de sí mismos. Dalton dijo que estabas mirándome. ¿Por qué?

– ¿Tú qué crees?

– No juegue conmigo, inspector. Ni me venga con eso de que soy la mujer más guapa del local. No soy tan ingenua ni tan presuntuosa como para tragármelo.

La sonrisa de él se desvaneció.

– Quizá he pensado que necesitabas protección.

– ¿Contra quién? ¿Contra Dalton? -Anna chasqueó lengua-. Por favor.

Quentin apretó más la mano en torno a su cintura.

– Contra esa clase de hombres que vienen aquí de caza. Predadores que buscan a mujeres desinhibidas como tú y las observan en silencio. Esperando.

– Que yo sepa tú eras él único que me estaba mirando.

– Pero yo soy un chico bueno.

– ¿Por qué? -Anna irguió el mentón, furiosa ante su intento de asustarla-. ¿Porque llevas una placa?

– Sí, porque llevo una placa.

– Lamento decir que eso no me inspira ninguna confianza -Anna se zafó de sus brazos, sintiéndose aún más furiosa-. ¿Y qué has querido decir con eso de «desinhibida»? ¿Acaso sugieres que soy una cabeza loca? ¿Una calientabraguetas?

– Yo no he dicho eso. Han muerto dos mujeres, Anna. Ambas eran pelirrojas. Ambas habían salido a divertirse con sus amigos. Y eso no tiene nada de malo. Pero atrajeron la atención de la persona indebida. De una persona que las observaba.

Ella notó que se le ponía de gallina la piel de los brazos.

– ¿Estás intentando asustarme?

– Sí. Porque las personas asustadas son cautelosas.

Por un momento, Anna fue incapaz de articular palabra. Su mente se llenó de imágenes. Y de recuerdos. De una confiada niña de trece años y un inocente crío de seis.

– A veces, la cautela no sirve de nada -contestó finalmente con voz trémula-. Estoy perfectamente, inspector Malone. Déjeme en paz -se giró y empezó a alejarse, pero él le dio alcance. La agarró por el brazo y la obligó a darse media vuelta.