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Ella exhaló una bocanada de aliento y se retiró de la puerta.

– Bueno, está bien. Pero que sepas que estoy muy irritada.

Ben entró en el vestíbulo con una sonrisa. Luego miró en torno, fijándose en el pasamanos de la escalera y en los techos altos.

– Me encantan estos edificios antiguos. Tienen mucho carácter.

– Yo opino igual. Vamos. Necesito descansar el pie.

Agachando la mirada, Ben reparó en las vendas y chasqueó la lengua con preocupación.

– ¿Qué te ha pasado?

Anna le explicó lo ocurrido mientras subían al segundo piso. Cuando hubo concluido, él le acarició la mano.

– Debí haber estado allí. Así no habría pasado esto.

Pero, entonces, ella no habría pasado el rato que pasó con Malone, se dijo Anna.

– No fue culpa tuya, Ben -dijo mientras entraban en el apartamento-. La cocina está por aquí -al cabo de un momento, Anna soltó el periódico en la mesa de la cocina-. Siéntate. Sacaré unos platos y servilletas.

– He comprado Brie, Gouda y queso cremoso. No sabía cuál era tu preferido… Anna, ¿has visto esto? ¿La noticia que viene en el periódico?

Anna se acercó a la mesa. Él le dio la vuelta al diario para que ella pudiera leer la primera página. Sus ojos se fueron derechos al titular del que Ben hablaba, situado en la esquina inferior derecha.

Agreden a una mujer en el Barrio Francés,

– Oh, Dios mío -Anna se derrumbó en una de las sillas-. ¿Y ocurrió anoche?

– Sí -Ben volvió a darle la vuelta al periódico-. Por lo visto, volvía a casa tras salir del bar Cat’s Meow, donde trabaja de camarera. El individuo le atacó por la espalda.

Anna se llevó una mano a la boca.

– ¿Qué más dice?

Él repasó por encima el artículo.

– No llegó a verle la cara. Algo lo asustó y salió corriendo, aunque ella no sabe lo que fue. ¿A qué hora te siguieron?

– Era más de la una. Recuerdo que miré el reloj.

– Esto ocurrió pasadas las dos. El bar cerró a esa hora.

Anna tragó saliva, notando un nudo en la garganta.

– ¿Crees que pudo tratarse del mismo individuo que… me siguió?

– No lo sé, pero la casualidad… -Ben dejó la frase en suspenso, pero resultaba evidente. La casualidad era demasiado grande.

– ¿De qué color tiene el pelo esa mujer?

Ben arrugó la frente al oír la pregunta.

– No lo dicen. ¿Por qué?

Ella meneó la cabeza.

– No importa. Creo que será mejor que llame a Malone.

– ¿Malone? -Ben se estremeció ligeramente, como si tuviera frío-. Ah, ya. Tu caballero de brillante armadura.

Anna percibió un inusitado tono de resentimiento en su voz. Como si estuviera celoso. No obstante, lejos de sentirse halagada, ella se sintió irritada.

– Si mal no recuerdo, Ben, te invité a salir conmigo, pero no te presentaste. Si te molesta que Malone me acompañase a casa…

– ¿Molestarme? -él pestañeó al tiempo que le ofrecía uno de los vasos de plástico-. En absoluto. ¿Un capuccino?

El café ya estaba medio frío, pero Anna se lo tomó igualmente, disfrutando de su sabor. Ben hizo lo propio. Ambos se decantaron por el Brie para acompañar el pan francés y comieron prácticamente en silencio, charlando de cuestiones tan intrascendentes como el clima. Cuando hubieron acabado, Ben retiró su plato y se aclaró la garganta.

– He estado reflexionando sobre nuestro hombre misterioso desde la última vez que hablamos. Quisiera compartir mis impresiones contigo.

Anna se enderezó en la silla.

– Continúa.

– Como ya sabes, los seis pacientes a los que interrogué negaron haberme dejado ese paquete con la novela y la nota acerca del programa. Es posible, desde luego, que alguno de ellos mintiera. En vista de los sucesos recientes, no creo que el culpable esté dispuesto a confesar.

– ¿Y qué vamos a hacer?

– Se me ha ocurrido un plan. Voy a poner a prueba su sinceridad.

– ¿Cómo?

Ben sonrió, arqueando los labios malévolamente.

– Sirviéndome de la psicología. Dejaré el libro en un lugar muy visible de mi despacho, donde mis pacientes podrán verlo durante las sesiones. El culpable será incapaz de apartar los ojos de él. De hecho, espero que no se limite únicamente a mirarlo, sino que incluso haga algún comentario.

Anna digirió la explicación y luego asintió.

– Parece un buen plan, pero…

– ¿Pero qué, Anna? Dará resultado, estoy convencido de ello.

– ¿Estás seguro que uno de tus pacientes es el responsable? Según dijiste tú mismo, cualquiera podría haber entrado en la consulta para soltar el paquete.

– Pero, ¿por qué iban a dejármelo a mí, Anna? He pensado mucho al respecto, y he llegado a la conclusión de que me añadieron a la lista en el último momento.

Ella arrugó la frente.

– No te sigo.

– Ese paciente, sea quien sea, empezó a tratarse conmigo a raíz de su plan, de su obsesión contigo. El lugar que yo ocupo en todo este asunto es la clave de todo.

– Continúa.

– ¿Por qué me eligió a mí? ¿Por mi especialidad? ¿Quizá me oyó hablar en algún seminario?

– Tu especialidad -dijo Anna-. Tiene que haber sido por eso.

– Estoy de acuerdo. ¿Y cómo me encontró? -Ben alzó el vaso de café y, al ver que estaba vacío, volvió a soltarlo-. En las páginas amarillas se menciona mi especialidad, pero, personalmente, creo que fue a raíz de un seminario en el que participé hace tres meses. He llamado a los organizadores para solicitarles una lista de los nombres de las personas que asistieron. Me la enviaron el viernes por mensajero. Debería recibirla mañana mismo.

– Eres increíble.

– Gracias -Ben se tocó el ala de un sombrero imaginario-. Sherlock el Psiquiatra, a tu servicio.

Después de unos minutos más de charla, Anna lo acompañó hasta la puerta.

– Gracias, Ben. Por primera vez desde que empezó este asunto, me siento un poco más segura.

– Todo va a ir bien, Anna. Descubriremos quién te está haciendo todo esto y le detendremos.

Antes de que ella pudiera agradecérselo de nuevo, Ben se inclinó para besarla.

Por una décima de segundo, Anna se quedó paralizada, estupefacta. Luego se relajó y correspondió al beso. Ben se marchó un momento después. Ella lo observó mientras se alejaba, con la mente hecha un torbellino. Se llevó una mano a los labios, aún húmedos. ¿Qué diablos había sido de su vida tranquila, rutinaria y previsible?, se preguntó.

Capítulo 10

Lunes, 22 de enero

Como habían prometido los organizadores del seminario, la lista de asistentes llegó el lunes a primera hora: Ben comprobó que contenía ciento cincuenta y dos nombres. Consciente de la hora que era, repasó rápidamente la lista, buscando el nombre de Peter Peters o el de alguno de sus pacientes, sin resultados positivos.

Maldición. Ben soltó la hoja en su mesa, admitiendo sentir cierta contrariedad. Había esperado dar con una respuesta fácil e inmediata. Pero parecía que no iba a ser así.

Anna. Prácticamente sólo había pensado en ella desde que desayunaron juntos. Sonrió. La había sorprendido al besarla. En realidad, se había sorprendido también a sí mismo.

Le gustaba mucho aquella mujer. Más de lo que le convenía.

Podía destrozarle el corazón.

Ben meneó la cabeza. No debía pensar así. Si estaban destinados a ser pareja, lo serían. Una vez que hubiera descubierto la identidad del hombre que acosaba a Anna, serían libres para poder conocerse mejor.

Con ese pensamiento, Ben volvió a concentrarse en su plan. Lo tenía todo previsto. Había colocado la novela de Anna en la mesita de café situada delante del sofá, con la nota sobre el programa de Estilo asomando levemente entre las páginas. Asimismo, había depositado el sobre manila al lado de la caja de pañuelos de papel.