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Tras apagar el motor, se apeó del coche y se encaminó hacia la puerta principal. Llamó al timbre y, transcurridos unos segundos, volvió a llamar. Al no obtener respuesta, rodeó la casa. La parte trasera también estaba a oscuras.

Qué interesante, se dijo mientras se daba media vuelta y regresaba al coche. El doctor no estaba en casa pasadas las once de un día entre semana. Por lo visto, salía de noche.

¿Quizá Anna lo había llamado? ¿Quizá había acudido a consolarla?

Incómodo con la idea, Quentin la descartó. Ya haría otra visita al psiquiatra por la mañana.

Tras subirse en el coche, Quentin puso rumbo a St. Charles Avenue. Vivía en una pequeña casa situada en el Riverbend, una zona habitada principalmente por parejas jóvenes y estudiantes. Enfiló su calle y aparcó el coche en el jardín de su casa. Tras parar el motor, se apeó y, súbitamente, se quedó petrificado al recordar un detalle que lo dejó sin respiración.

Aquella noche, en el bar de Shannon, Terry y él no habían estado juntos en todo momento. Quentin había perdido de vista a su compañero durante una hora o más, poco después del altercado de Terry con Nancy Kent.

Capítulo 12

Miércoles, 24 de enero

Al día siguiente, Quentin llamó a la puerta del doctor Benjamin Walker. Era muy temprano, antes de las siete, y probablemente el psiquiatra aún no se habría levantado, sobre todo si se había acostado tarde la noche anterior.

Se oyó un ruido de pasos y, al cabo de un momento, se abrió la puerta.

Quentin tuvo la impresión de que el doctor acababa de salir de la ducha. Tenía una toalla alrededor del cuello y el pelo húmedo. En el interior de la casa se oía música clásica.

– ¿Benjamin Walker? -Quentin mostró su placa-. Soy el inspector Malone, del Departamento de policía de Nueva Orleans.

El doctor pareció verdaderamente sorprendido.

– ¿Busca usted al doctor Benjamin Walker?

– Así es -Quentin se guardó la placa-. Parece que he interrumpido su aseo matutino. Le pido disculpas.

– No se preocupe -Ben se secó las manos en la toalla-. ¿En qué puedo ayudarle?

– Anoche se produjo un incidente relacionado con Anna North, y tengo entendido que…

– ¿Anna? ¿Se encuentra bien?

– ¿Puedo pasar?

– Desde luego.

El doctor se apartó para franquearle la entrada y Quentin lo siguió hasta la sala de estar. Por el interior espartano de la casa supo de inmediato que Ben Walker estaba soltero.

Ben le hizo un gesto para que se sentara.

– Dígame, ¿Anna se encuentra bien?

– Sí, algo trastornada, pero bien -Quentin lo miró directamente a los ojos, con la esperanza de enervarlo-. Alguien le gastó una broma pesada. Entraron en su apartamento y le dejaron un dedo meñique en el frigorífico. Anna lo encontró al volver del trabajo.

Ben se puso pálido.

– Pobre Anna. Debe de estar aterrorizada. ¿Se sabe de quién es el…?

– Es falso.

– Gracias a Dios -Ben frunció el ceño pensativamente y luego miró a Quentin-. Tengo una cosa que me gustaría enseñarle. Vuelvo enseguida -regresó momentos después con un sobre manila-. Eche un vistazo.

Quentin abrió el sobre. Contenía una nota y una fotografía del doctor y Anna sentados en el Café du Monde.

– ¿Cuándo lo ha recibido? -inquirió tras leer la nota.

– Hace dos días. Al volver a casa, descubrí que alguien había entrado y había dejado el sobre encima de mi cama.

Quentin entornó los ojos, inquieto ante aquel inesperado giro de los acontecimientos.

– ¿Qué cree usted que significa, doctor?

– No lo sé. Obviamente, la persona que tomó la fotografía, quienquiera que fuese, me siguió. O siguió a Anna. Pretenden jugar a un retorcido juego conmigo. Con nosotros.

– En realidad, ese es el motivo de mi visita.

Ben se puso levemente rígido.

– ¿De veras?

– Según Anna, considera usted que uno de sus pacientes envió los paquetes a ella y a sus amigos.

– Parece probable -respondió Ben en tono cauteloso-. Al fin y al cabo, yo también recibí uno, a pesar de que no tenía conexión alguna con Anna.

– Salvo a través de su trabajo.

– ¿Perdone?

– A través de su especialidad, quiero decir.

– Sí. Aunque en esta zona hay muchos psiquiatras que responden a ese perfil.

– Entonces, ¿por qué lo eligieron a usted, doctor?

– Ojalá lo supiera, inspector. De ser así, quizá podría descubrir quién es el responsable.

– ¿Quizá?

– Soy psiquiatra, no adivino.

– Necesito una lista con los nombres de sus pacientes.

– Usted sabe tan bien como yo que no puedo dársela.

– Uno de ellos pretende hacerle daño a Anna North.

– Eso no lo sabemos con seguridad.

– ¿Ah, no? Anoche allanó su apartamento para dejarle un espeluznante regalo.

– No puedo hacerlo -Ben se levantó, dando por finalizada la conversación-. Lo siento.

Quentin hizo lo propio.

– ¿De veras lo siente?

– Debo ceñirme a cierto código profesional de conducta, inspector. Igual que usted. Si sabe que alguien es culpable y no puede demostrarlo, ¿qué hace? ¿Le obliga a confesar a golpes? ¿Coloca pruebas para inculparlo? ¿O respeta su juramento de atenerse a la ley?

Quentin entrecerró los ojos, sin dejarse conmover por el apasionado discurso.

– ¿Qué está sugiriendo, doctor Walker? ¿Que sabe que uno de sus pacientes es culpable?

– ¿Pretende confundirme, inspector?

Quentin esbozó una sonrisa carente de humor.

– Los policías solemos hacerlo -señaló la fotografía-. ¿Puedo llevarme esto?

– Muy bien. Pero quisiera pedirle algo. Anna aún no sabe nada al respecto, y me gustaría decírselo personalmente. Temía que… se asustara. La llamaré de inmediato.

– Hágalo. Pero no le prometo nada -Quentin le pasó una de sus tarjetas-. ¿Me avisará si cambia de opinión?

– Naturalmente -Ben tomó la tarjeta y se encaminó hacia la puerta.

– ¿Por qué tiene tantos espejos? -inquirió Quentin al reparar en varios de ellos-. ¿Acaso los considera las ventanas del alma, o algo así?

– Son los ojos del alma -Ben lo miró de soslayo-. En realidad, no sé por qué me gustan tanto. Empecé a coleccionarlos hace muchos años y ya tengo unos veinte.

– Una afición interesante. ¿Qué hará cuando no le quede espacio donde colgarlos?

– No lo sé. Cambiar de casa, imagino -Ben abrió la puerta-. Lamento no haber podido ayudarle más. En serio.

– Yo también lo lamento -Quentin salió al porche, pero se detuvo y miró de nuevo al doctor-. Por cierto, anoche vine a verle después de dejar a Anna. Pero seguramente había salido.

Ben parpadeó.

– Estuve en casa toda la noche.

– Llamé al timbre varias veces.

– Tengo el sueño muy pesado, inspector Malone.

– Es curioso, ayer su coche no estaba aparcado en el jardín, como hoy.

El psiquiatra pareció ofenderse.

– ¿Me está acusando de algo, inspector?

– En absoluto. Sólo era una observación.

– Cuando puedo, lo aparco en la calle. Así mis clientes pueden dejar sus vehículos en el jardín sin que yo tenga que quitar el mío.

– Bien pensado, doctor Walker.

– Gracias -Ben consultó su reloj-. Lamento despedirle con tanta brusquedad, pero recibo a un paciente dentro de media hora.

– Le agradezco que me haya concedido estos minutos -tras darle de nuevo las gracias, Quentin se dio media vuelta y se alejó. No obstante, al llegar al coche, se giró de nuevo para mirar al doctor. ¿Por qué le había caído tan mal?, se preguntó. Había sido amable y servicial en la medida de lo posible.

Pero no lo bastante servicial. Y demasiado amable.