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Ben se agachó junto a ella y la atrajo hacia sus brazos. Su cuerpo, frágil como el de un pájaro, temblaba con desesperación.

– Ya lo veo, mamá -murmuró él con voz espesa-. Pero todo irá bien, cielo. Todo irá bien.

Media hora después, Ben atravesó los aparcamientos de la residencia para dirigirse hacia su coche. Suspirando, alzó la mirada hacia el oscuro cielo. Odiaba ver cómo su madre se le iba poco a poco.

La estaba perdiendo. Pronto no reconocería ni a su propio hijo.

¿Por qué le había tocado a ella?, se preguntó. Había trabajado mucho, durante toda su vida, para dar un buen hogar y una niñez normal a su hijo, a pesar de que este no tenía padre. No había sido sólo una madre, sino una amiga y un gran apoyo. No se merecía una enfermedad tan terrible.

Ben tragó saliva. Su tío había muerto años atrás y, cuando su madre falleciera, se quedaría sólo. Sin familia.

De pronto, pensó en Anna. Su imagen llenó su mente y sus sentidos, y una sonrisa emergió a sus labios. La había llamado inmediatamente después de la visita de Malone, para hablarle del paquete que alguien había dejado en su casa.

Ella se mostró disgustada. Furiosa. No con él, sino con la situación. Ben volvió a prometerle que descubriría cuál de sus pacientes era el culpable, no sin antes ponerla al corriente de sus escasos avances.

No habían vuelto a hablar desde entonces. Y la echaba de menos.

Se estaba enamorando de ella, comprendió, y tal pensamiento lo aterraba y lo llenaba de gozo al mismo tiempo.

Al llegar al coche, Ben vio que alguien había colocado una nota en el limpiaparabrisas del lado del conductor. La recogió y se quedó petrificado.

Te estás enamorando de ella.

Va a morir esta noche.

Ben sintió frío. El miedo le atenazó la garganta y empezó a sudar. Por fin, se subió en el coche y, mientras arrancaba, marcó en el móvil el número de Anna. Esperó mientras se sucedían los tonos, rezando. Pero Anna no respondió. Ni tampoco su contestador automático. Algo iba mal. Terriblemente mal.

Va a morir esta noche.

Maldiciendo entre dientes, Ben salió de los aparcamientos a toda velocidad. Tenía que avisarla. Protegerla. Si no la encontraba en casa, montaría guardia en su puerta hasta que regresara. No permitiría que aquel maníaco le hiciera daño, se juró a sí mismo.

Anna se despertó de un profundo sueño. Abrió los ojos, aterrada. La lámpara de noche estaba apagada y el cuarto inmerso en una oscuridad total. Miró los rincones, las sombras más profundas, mientras su imaginación alzaba el vuelo y conjuraba monstruos cuyos nombres Anna ya conocía.

Kurt.

Permaneció inmóvil, paralizada por el miedo, escuchando, con el corazón atascado en la garganta. El silencio parecía emitir un rugido ensordecedor. Anna giró la cabeza hacia la mesita de noche y los resplandecientes dígitos del despertador. Casi era medianoche.

En algún punto del apartamento se oyó un ruido, reconocible. Extraño.

No estaba sola.

Anna empezó a sudar, notando que el pulso se le aceleraba. Cerró los ojos y se obligó a concentrarse, respirando hondo para librarse de la tenaza del miedo. Finalmente, buscó a tientas el teléfono inalámbrico en la mesita de noche.

No estaba allí.

Anna se acordó entonces. Había recibido una llamada de Dalton poco después antes de acostarse y había dejado el teléfono en el cuarto de baño.

Un grito se le formó en la garganta. Luchó por reprimirlo, por aplacar aquel temor irracional. A continuación retiró las mantas y sacó los pies de la cama. Se estremeció al notar lo frío que estaba el suelo.

Demasiado frío, se dijo. Miró hacia las puertaventanas del balcón y vio que las cortinas se agitaban, movidas por el viento. Las puertaventanas estaban abiertas.

Con un grito de puro terror, Anna salió disparada hacia la puerta del cuarto. Pero esta se cerró de golpe y unos brazos fuertes agarraron a Anna por detrás, arrastrándola hacia la cama. El brazo que le rodeaba el cuello apretó su tenaza, cortándole la respiración. Ella le clavó las uñas y pataleó, pero se hallaba debilitada por la falta de oxígeno.

Él la tumbó sobre la cama, bocabajo, y se le echó encima, inmovilizándola con una rodilla. Luego le arrancó el camisón con frenesí, emitiendo inconexos sonidos guturales mientras lo hacía.

Pretendía violarla y después asesinarla, como había asesinado a las otras dos mujeres. Ambas pelirrojas, igual que ella.

Anna empezó a sollozar mientras él buscaba sus braguitas y, metiendo los dedos en el elástico, se las arrancaba. A continuación, con un sólo movimiento, le dio la vuelta y le separó las piernas.

Anna vio entonces que su agresor llevaba una máscara de carnaval, pero percibió su sonrisa, el goce que le producía su sufrimiento, su dolor. Percibió su pura maldad.

– Lista o no -musitó él-, allá voy.

La mente de Anna retrocedió veintitrés años en el tiempo. Timmy yacía en el jergón, hecho un inmóvil ovillo. Ahora era su turno. Kurt se giró hacia ella, con el cortaalambres en la mano y una sonrisa helada en el rostro. «Lista o no, allá voy».

Anna emitió un grito que reverberó en las paredes del cuarto y en la oscuridad. Luego siguió otro, y otro más. Su agresor se quedó inmóvil. Después se ajustó la máscara y, por primera vez, la miró directamente a los ojos. Los de él eran naranja, como los de un tigre. O como los de un demonio.

Anna gritó de nuevo. Él se retiró de ella y salió rápidamente como había entrado, por las puertaventanas del balcón.

Sin dejar de gritar, ella se bajó de la cama, saltó del dormitorio y corrió hacia la puerta del apartamento. Olvidando que estaba desnuda, la abrió de golpe.

Dalton estaba allí, en la escalera. Con un grito, Anna se lanzó hacia sus brazos.

Capítulo 13

Martes, 30 de enero

Cuarenta minutos más tarde, Anna se hallaba acurrucada en su sofá, castañeteando los dientes, con las manos fuertemente cerradas en torno a una taza de infusión de hierbas. Dalton estaba sentado junto a ella y Bill permanecía en pie detrás de ambos, con gesto serio. En el dormitorio se oía a Malone y a otro par de agentes, acompañados de un equipo de especialistas que habían llegado poco antes para recoger posibles pruebas.

Cuando el inspector regresó por fin, seguido de los otros dos agentes, Anna lo miró a los ojos y sintió una súbita calma. La sensación de que, estando Malone cerca, nada malo podía ocurrirle. Asimismo, sintió deseos de correr hacia él para refugiarse entre sus brazos.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó él acuclillándose delante de Anna.

Ella asintió con la cabeza.

– Bien -Malone señaló a los otros agentes-. Agnew y Davis van a preguntar por la zona, para ver si alguien vio u oyó algo.

Anna asintió de nuevo, bajando la mirada hacia las manos de él. Tenía unas manos grandes y bonitas. Masculinas. Ágiles.

– ¿Anna?

Ella volvió a mirarlo a los ojos, ruborizándose.

– Disculpa. ¿Qué decías?

– Entró en el apartamento por el balcón. Creo que saltó el muro del patio y escaló la pared hasta el balcón. Luego rompió un panel de cristal de las puertaventanas e introdujo la mano para descorrer el cerrojo. Tengo que hacerte unas cuantas preguntas. ¿Te ves capaz de responderlas?

– Sí. Creo que sí.

– Bien.

Malone se sacó la libreta del bolsillo.

– Empecemos por el principio. Dime todo lo que recuerdes. Cualquier detalle, por irrelevante que parezca.

Anna asintió y empezó a hablar con voz entrecortada. Contó cómo se había despertado asustada y cómo luego, mientras intentaba calmarse, se dio cuenta de que las puertaventanas estaban abiertas.

– Entonces eché a correr hacia la puerta -la voz empezó a temblarle-. Me agarró y me arrastró hasta… hasta la…