Malone la ayudó, viendo que era incapaz de concluir la frase.
– ¿Hasta la cama, Anna?
– Sí.
Dalton la atrajo hacia sí y Bill le colocó las manos sobre los hombros. Ella emitió un trémulo suspiro e intentó continuar, pero comprendió que no podía. Las palabras se le agolpaban dolorosamente en la garganta mientras los sucesos de aquella noche relampagueaban en su cerebro, como escenas de una película de terror.
– Anna -murmuró Malone con voz suave pero firme-. Mírame a mí. Sólo a mí. Ahora estás a salvo. Y yo procuraré que sigas estándolo. Pero tienes que ayudarme. Respira hondo y háblame.
Anna por fin recuperó la voz. Sin retirar los ojos de los de Malone, contó cómo aquel hombre le había arrancado la ropa y cómo ella había gritado al comprender que pensaba violarla.
– ¿Le viste la cara?
– Llevaba una máscara. Una de esas caretas de carnaval. Pero le vi los ojos. Eran de color naranja.
Malone arrugó la frente.
– ¿Naranja?
– Sé que parece una locura, pero es cierto -Anna abrió la boca para contarle el resto, pero luego la cerró, apretando los temblorosos labios.
Lista o no, allá voy.
No había pronunciado aquellas palabras en veintitrés años, desde que tuvo que declarar ante los agentes del FBI cuando era una niñita traumatizada.
– Sigue, Anna. Cuéntamelo todo.
– Era Kurt, Quentin. Era él.
Dalton le apretó la mano.
– Oh, Anna… cariño…
– ¡Era él! Lo sé por su voz… por lo que me…
– ¿Disculpa un momento, inspector?
Con expresión frustrada, Malone se giró hacia la puerta del dormitorio, donde aguardaba el equipo de especialistas.
– Ya hemos acabado. Si no necesita nada más, volveremos al laboratorio.
– Muy bien. Llámenme por la mañana -cuando los especialistas hubieron salido del apartamento, Malone se volvió de nuevo hacia Anna-. Demos un salto en el tiempo -dijo consultando las notas de su libreta-. ¿Gritaste y tu agresor salió huyendo? ¿Hacia el balcón? -al ver que ella asentía, prosiguió-: Luego corriste hacia la puerta del apartamento y, al abrir, te encontraste con Dalton. ¿Correcto?
Antes de que Anna pudiera responder, Dalton intervino.
– Me disponía a sacar a Judy y Boo, nuestros perros. Justo cuando abrí la puerta del apartamento para soltarlos oí los gritos de Anna.
Malone desvió la mirada hacia Bill.
– ¿Y usted dónde estaba?
– Viendo la televisión -Bill hizo una pausa-. Dentro.
– ¿Siempre se queda en casa mientras Dalton saca a los perros?
– Normalmente no. Pero estaban emitiendo Misterios y escándalos, y…
– Es un programa del canal Estilo, ¿verdad?
– Sí, exacto -Bill parecía inquieto, y Anna se removió en su asiento-. Uno de los mejores.
Malone miró a Anna.
– ¿No es ese el canal donde se emitió la entrevista de tu madre?
Anna notó que el corazón le latía con fuerza. Comprendía la intención de Malone y no le gustaba en absoluto.
– ¿Estás sugiriendo que Bill…?
– No estoy sugiriendo nada -murmuró Malone sin cambiar de expresión-. Sólo intento hacerme una imagen exacta de lo que ha ocurrido aquí esta noche. ¿Alguna objeción?
– Ninguna, desde luego -dijo Bill-. Quiero mucho a Anna. Haré lo que sea para ayudarla.
– Lo mismo digo -añadió Dalton remilgadamente.
– Gracias -Malone miró a Anna-. Me gustaría hablar contigo en privado. ¿Puedo?
Ella titubeó.
– Dalton y Bill son mis mejores amigos. No hay nada que no pueda decir delante de ellos.
– Naturalmente. Pero debo insistir -Malone se giró hacia los dos hombres-. Lo comprenden, ¿verdad, amigos?
Ella frunció el ceño.
– Malone…
– No pasa nada -dijo Dalton apretándole la mano antes de levantarse-. El inspector debe hacer su trabajo. Llámanos, ¿de acuerdo?
Bill se inclinó para darle un beso en la frente.
– Estaremos ahí al lado. Yo puedo dormir en tu sofá, si quieres. No será ningún problema.
– O tú puedes dormir en el nuestro -sugirió Dalton-. Sabes que puedes contar con nosotros, cariño.
Anna les dio las gracias y observó cómo se marchaban, sintiéndose súbitamente desamparada. Cómo si le leyera el pensamiento, Malone murmuró:
– Puedes pedirles que vuelvan más tarde. Sólo quiero que respondas a mis próximas preguntas en privado.
– ¿Por qué? -inquirió ella con tono desafiante-. No creerás que Bill y Dalton serían capaces de hacerme daño, ¿verdad? Porque te garantizo que no es así.
– ¿Estás segura? ¿Pondrías la mano en el fuego?
– Sí. Y quiero que los dejes en paz.
Malone clavó la mirada en su libreta.
– ¿Cómo reaccionaron al enterarse de que eras Harlow Grail?
– Se sorprendieron mucho. Y me apoyaron -Anna lo miró a los ojos-. Aún les estoy agradecida por su apoyo.
– Comprendo -el inspector tomó una última nota, cerró la libreta y se la guardó en el bolsillo-. Debes tener mucho cuidado, Anna. Cierra bien todas las puertas y ventanas. No salgas sola de noche. Nunca te distraigas. Debes estar siempre bien despierta y pendiente de lo que te rodea.
Anna irguió la cabeza para mirarlo.
– Estoy asustada.
– Lo sé -la expresión de Malone se suavizó-. Todo irá bien.
Anna entrelazó los dedos en el regazo.
– Esas dos mujeres asesinadas… -respiró hondo-. Ambas eran pelirrojas.
– Sí.
– ¿Crees que las asesinó el mismo individuo que…?
– ¿Que entró aquí esta noche? Su modus operandi parece distinto, pero no descarto la posibilidad.
– Por mi color de pelo.
– Exacto -se hizo el silencio entre ambos, y Malone carraspeó-. Bueno, creo que eso es todo. Si prefieres llamar a alguien para que pase aquí la noche, puedo quedarme mientras…
– Estoy bien -Anna se miró las manos, fuertemente entrelazadas en su regazo-. No puedo pedirles a mis amigos que hagan de canguros.
Malone se arrodilló frente a ella una vez más y buscó su mirada con expresión comprensiva.
– No tienes por qué ser fuerte aún, Anna. Concédete un poco de tiempo.
– ¿Cuánto tiempo? -los ojos de Anna se empañaron-. ¿Veintitrés años?
Él le posó la mano en la mejilla.
– Lo siento, Anna. De verdad.
En vez de hablar, ella enmarcó el rostro de Malone entre sus palmas y lo besó. Suavemente, al principios y después con mayor pasión y profundidad.
– Anna… -él rompió el contacto de sus bocas-. Has sufrido un shock. No sabes lo que estás haciendo…
– Sí, lo sé -Anna lo silenció colocándole un dedo en los húmedos labios-. Quédate conmigo esta noche, Malone.
– Mañana lamentarás haber…
– Tal vez -ella hizo una pausa-. Pero es lo que deseo -volvió a acercar su boca a la de él para acariciarla suavemente con la punta de la lengua-. Te necesito, Malone. Lo que siento no tiene nada que ver con lo sucedido esta noche. No es porque tema estar sola -hundió los dedos en su negro cabello-. Te deseo, Malone.
Él cedió con un jadeo. Levantó a Anna del sofá para sentarla encima de sí. Ella se movió sobre su erección, imitando los movimientos del coito, notando que su respiración se aceleraba conforme la invadía el placer.
Malone reclamó su boca. Le quitó el jersey mientras ella le desabrochaba la camisa. Cada uno exploró la piel desnuda del otro, con las manos, los labios y la lengua, suspirando.
La pasión estalló entre ambos. Cayeron en el suelo, forcejeando con la ropa, reacios a parar para desvestirse del todo.
Hacer el amor con Malone fue tal como Anna había imaginado. Una experiencia excitante, increíble, plena. Olvidó quién era, dejó de pensar en el pasado o en el futuro… En aquellos momentos, sólo existía Malone, su cuerpo moviéndose dentro del de ella, su respiración, el sonido de su nombre en sus labios mientras llegaba al orgasmo.