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Su charla con Ben Walker había sido provechosa sólo en parte. El psiquiatra se había mostrado profundamente preocupado por Anna y por la nota que encontró en el limpiaparabrisas de su coche. Sin embargo, había vuelto a negarse a entregar la lista con los nombres de sus pacientes.

Quentin paró el motor.

Ben Walker se estaba enamorando de Anna.

Aquel pensamiento lo irritaba profundamente. Y suscitaba una pregunta que no dejaba de rondarle en la cabeza. De haber estado Ben en casa de Anna, la noche anterior, ¿habría sido él quien hubiese compartido su cama con ella?

Detestaba pensar en la respuesta. Anna se había sentido aterrada. Angustiada. Y había recurrido a él para consolarse, para borrar de su mente el horror que acababa de experimentar.

Quentin se apeó y cerró la portezuela del coche. Jodido estúpido. Había sabido que hacerle el amor a Anna sería un error. Pero la había deseado desde el primer momento en que la vio.

Sin duda, Ben Walker sentía lo mismo. Un médico. Quentin hizo una mueca. ¿Y él qué era? Un vulgar poli. Un tipo cuyos verdaderos sueños siempre habían estado más allá de su capacidad de cumplirlos.

– ¿Inspector Malone?

Quentin se giró y vio a un par de inspectores tras él. Estos mostraron su placa, aunque sabían que ya los había reconocido. Eran los mismos que lo habían interrogado acerca de lo sucedido en el bar de Shannon la noche en que Nancy Kent murió.

Quentin maldijo para sí, aunque se obligó a sonreír.

– Hola, caballeros. ¿Qué hay?

Simmons, el más bajo de los dos, fue el primero en hablar.

– Queremos hacerle unas preguntas sobre su compañero, Terry Landry.

– ¿De veras? -Quentin enarcó una ceja-. Creía haberles explicado todo lo que sé acerca del asesinato de Nancy Kent.

– Hoy nos interesan otros asuntos, inspector Malone -señaló Carter, el otro inspector.

Quentin se apoyó en el coche.

– Disparen.

– Tenemos entendido que Landry está atravesando una mala racha.

– Podría decirse así. Se ha separado de su esposa -Quentin miró a ambos agentes-. Pero de eso ya hablamos la otra vez.

– En ese caso, es comprensible que esté abusando del alcohol.

Quentin se puso ligeramente rígido.

– ¿Sí? No me había dado cuenta.

Simmons y Carter intercambiaron una mirada.

– ¿No se ha dado cuenta de que bebe… en exceso?

Quentin se retiró del vehículo, molesto.

– Oigan, dejemos de jugar al gato y al ratón. Si me están preguntando si Terry ha salido últimamente y agarrado alguna que otra borrachera, sí, es cierto. Pero jamás lo ha hecho estando de servicio.

– Debe de estar pasando apuros económicos últimamente -murmuró Carter-. Al fin y al cabo, tiene que mantener dos casas.

Quentin entornó los ojos.

– Eso resultaría difícil para cualquier policía.

– ¿Le ha hablado de ello?

– Sí, a veces se ha quejado de la falta de dinero.

– Pero, en realidad, no parece que le falte -comentó Simmons-. ¿Verdad, inspector?

– No sé de lo que está hablando.

– ¿No ha advertido que Landry ha estado gastando grandes sumas de dinero? ¿Invitando a rondas de bebidas? ¿Dando propinas muy generosas?

Quentin se acordó del billete de cincuenta dólares que Terry le entregó a Shannon. Maldición.

– No, no lo he advertido -miró directamente a Carter-. ¿Ustedes sí? ¿Quieren decirme qué diablos está pasando?

Una sonrisa curvó los labios de Simmons.

– Gracias por su ayuda, inspector Malone.

– Estaremos en contacto -añadió Carter con una expresión menos sutil.

– Cuento con ello -musitó Quentin mientras veía cómo los dos agentes se alejaban. A continuación, cruzó la calle y entró en la comisaría, maldiciendo entre dientes. Al pasar junto a la oficina de su tía, reparó en que la puerta estaba cerrada. Por un momento, se planteó mandar al diablo las normas y entrar de improviso para exigir algunas respuestas, pero enseguida descartó la idea. En vez de eso, se dirigió hacia la cafetera para servirse una taza de café sólo.

– ¿Tienes un momento? -dijo Terry a su espalda.

Quentin lo miró por encima del hombro, dirigiéndole una sonrisa tranquilizadora. Evidentemente, su compañero lo había visto con los dos inspectores y estaba angustiado.

– Claro. ¿Qué ocurre?

– Los he visto -contestó Terry con la cara enrojecida-. ¿Qué querían esos bastardos? Quiero saber qué está pasando.

Quentin miró en torno antes de responder.

– En primer lugar, no te vuelvas paranoico, porque eso es precisamente lo que ellos quieren. En segundo lugar, ¿por qué no me dices tú a mí lo que está pasando? Mi trasero también está en entredicho, por mi relación contigo, y eso no me gusta nada. Me han preguntado por tu situación financiera, Terry.

– ¿Mi situación financiera? Eso sí que es una noticia. Si estoy sin blanca.

– No me vengas con eso -Quentin bajó más la voz-. Vi que le dabas a Shannon un billete de cincuenta, Terry. Si estás sin blanca, ¿de dónde salió esa pasta?

– ¿Crees que estoy aceptando sobornos? ¿Eso piensan? ¿Eso les has dicho?

– No les he dicho nada. Te he cubierto las espaldas. Aunque todavía no sé por qué.

Su compañero pareció aliviado. Demasiado aliviado.

– Porque somos colegas -dijo-. Porque nos ayudamos el uno al otro, y…

Quentin chasqueó la lengua con frustración.

– Eso se acabó, Terry. Penny tiene razón. Las excusas no harán bien a nadie, y menos a ti.

– ¿Penny? -el rostro de Terry se congestionó-. ¿Has hablado con mi mujer? ¿Por qué?

– Tú me lo pediste, ¿recuerdas? Y Penny no está saliendo de noche. De hecho, dice que eras tú el que tenía esa costumbre.

– ¿Y tú la crees?

– Sí. La creo.

Terry puso gesto cínico.

– ¿Y cómo es que no me habías hablado antes de esa amigable charla con mi esposa? ¿Acaso te la estás tirando?

Quentin refrenó su genio, aunque a duras penas.

– Ya te he dicho otras veces que Penny no se merece esa clase de comentario. Ni yo tampoco.

– ¿Qué pasa? ¿La verdad duele?

Quentin miró a su compañero con disgusto.

– Voy a decirte la verdad, Terry. Penny no volverá contigo mientras continúes así. Piensa que te estás destruyendo a ti mismo y no quiere que los niños lo presencien. Creí que te disgustarías al saberlo, por eso no te dije nada. ¿Satisfecho? Yo te defendí, aunque ahora casi me arrepiento.

Terry apretó los puños.

– Debí haberlo sospechado. Todo el mundo sabe lo tuyo con las mujeres. ¿Te la estás tirando, compañero? ¿A ella y a quién más? ¿A la novelista pelirroja? ¿Te estás acostando con las dos a la vez?

Quentin luchó por contener su ira, por no liarse a golpes con su compañero.

– No metas a Anna en esto.

– Anna, ¿eh? ¿Ya os tuteáis? Qué tierno -Terry emitió una risotada desagradable-. Ahora veo que no me equivocaba. Malone ha vuelto a marcarse un tanto.

Quentin se sintió impresionado ante la malevolencia de sus palabras. Terry solía ser cínico y mordaz a veces, pero aquel era un hombre distinto. Un hombre al que no reconocía. Cruel y malintencionado. El hombre al que Penny Landry habría visto, sin duda, en innumerables ocasiones.

Quentin se inclinó hacia su compañero, captando su olor a bebida.

– Tienes suerte de que sea amigo tuyo. De lo contrario, te daría una paliza ahora mismo, porque es lo que te mereces.

Terry se bamboleó levemente, aunque sostuvo la mirada de Quentin con sus ojos inyectados en sangre.

– Será mejor que vigiles bien a tu amiguita, socio, porque he oído que un asesino le tiene echado el ojo.

Quentin respiró hondo y contó hasta diez antes de responder.

– Ya me tienes harto, Terry. ¿Te enteras? -dio un paso hacia él, arrinconándolo-. No pienso seguir dando la cara por ti ni soportando tus neuras. Espabila o te verás metido en un problema muy serio.