El semáforo cambió y Malone siguió conduciendo. De repente, un pensamiento relampagueó en su cerebro. Aquel día, en el hospital, Ben afirmó haber salido tarde de la residencia de su madre, la noche anterior. La mujer estaba trastornada, por lo visto.
Afirmaba que un hombre había estado en su habitación y la había amenazado.
Quentin miró hacia la izquierda y, a continuación, efectuó un giro de ciento ochenta grados. Según Ben, su madre estaba ingresada en la residencia Crestwood, en Metairie Road, a pocos minutos de donde se hallaba Quentin.
Quizá debía hacerle una breve visita.
– Soy el inspector Quentin Malone. Vengo a ver a la señora Walker.
La enfermera del mostrador de recepción pareció sorprendida.
– ¿Se refiere a Louise Walker?
– A la madre del doctor Benjamin Walker.
– Sí, es Louise. ¿Puedo preguntarle a qué se debe su visita?
Quentin pudo haberse negado a responder, pero no vio la necesidad de hacerlo.
– Su hijo me comentó que alguien la había amenazado. He venido a investigarlo.
– Ah, sí -la enfermera meneó la cabeza-. Louise es muy aficionada a ver la televisión, y suele confundir la ficción con la realidad. Pero hable con ella. Se tranquilizará al saber que la policía ha tomado cartas en el asunto.
– ¿No cree que hubiera nada de verdad en lo que dijo?
– No -la enfermera le pasó el registro de visitas-. Necesito que firme; por favor. Es obligatorio para todas las visitas.
Mientras firmaba, Quentin ojeó los nombres que constaban antes que el suyo, pero sólo reconoció el de Ben Walker.
– Ben viene a ver a su madre muy a menudo -comentó mientras devolvía el registro.
– Es un hijo muy entregado -murmuró la enfermera al tiempo que rodeaba el mostrador-. Ojalá los hijos de los demás residentes fuesen igual de atentos. Le acompañaré a la habitación. Por suerte, Louise aún está levantada.
– Tengo entendido que padece el mal de Alzheimer.
– Así es. Por aquí -al llegar a la habitación, la enfermera entró y dijo suavemente-: Louise, aquí hay alguien que quiere verla.
La anciana, que estaba embebida en lo que parecía un culebrón, apartó los ojos del televisor y miró a Quentin.
– No lo conozco -dijo arrugando la frente-. ¿A qué ha venido?
– Es un amigo de Ben. Inspector de policía. Bueno, charlen ustedes. Sin necesitan algo, estaré en el mostrador.
– ¿Es usted amigo de mi Ben?
– Sí. Soy el inspector Quentin Malone, del Departamento de policía de Nueva Orleans -al adentrarse en la habitación, Quentin captó un fuerte olor a humo de tabaco. Que la anciana fumase le sorprendió, porque su hijo parecía de esas personas que aborrecían a los fumadores-. Vengo a preguntarle por el hombre que entró en su habitación y la amenazó.
La expresión de la anciana pareció cambiar.
– ¿Ben le ha hablado de él?
– Sí. Dijo que estaba usted muy trastornada.
– Nadie me cree. Ni siquiera Ben -Louise bajó la voz-. Piensan que estoy loca.
– ¿Puede hablarme de ese hombre?
– Yo no estoy loca -dijo la anciana, haciendo caso omiso de la pregunta. Luego sonrió-. Me gusta estar aquí. Son muy buenos conmigo.
– ¿Cuántas veces la ha visitado ese hombre?
– No lo sé. Muchas veces -Louise se estremeció-. No me gusta ese hombre. Es malo. Malvado. Me… aterroriza.
Quentin acercó una silla a la cama y se sentó.
– Me gustaría ayudarla -murmuró-. Pero, para eso, debe decirme todo lo que sepa acerca de él.
– Pretende hacerle daño a mi Ben -la anciana miró a Quentin con sus ojos vidriosos-. Lo odia.
– ¿Amenazó a Ben? ¿No a usted?
– Quiere matarlo.
– ¿Por qué?
La anciana parpadeó, mostrándose súbitamente confusa.
– ¿Por qué quiere matar a Ben?
– Porque Ben es mucho mejor que él… Ben es un buen chico. Un buen hijo. Adam es…
Quentin notó que la sangre se le helaba en las venas.
– ¿Cómo ha dicho que se llama?
– Adam. Es el diablo en persona.
Quentin no pudo sacarle mucha más información a Louise Walker. Cuanto más la interrogaba, más agitada y confusa se sentía. La enfermera le sugirió que regresara por la mañana. Louise estaría entonces más centrada, afirmó. Más lúcida.
En cuanto se hubo subido en el coche, Quentin llamó a casa de la capitana.
– Sobrino -dijo ella afectuosamente-. Dime que me llamas por gusto y no por algún asunto policial.
– Lo siento, tía Patti. Pero te alegrará oír lo que tengo que decirte. Puede que hayamos hecho el primer avance en el caso de los asesinatos del Barrio Francés.
– Continúa -pidió ella en tono completamente profesional.
Quentin la puso al corriente de las últimas noticias, refrescándole la memoria acerca de las cartas recibidas por Anna North, la desaparición de Jaye, el papel de Ben Walker en el asunto y la reciente agresión que sufrió Anna North.
– Siguiendo una corazonada, he visitado a Louise Walker, la madre del doctor Walker. Ben me comentó que alguien la había amenazado, así que decidí investigarlo. ¿Y adivinas cómo se llama el hombre que la amenazó? Adam.
Su tía guardó silencio unos segundos, como si encajara mentalmente todas las piezas del puzzle.
– Las cartas que recibió Anna North… ¿No se llamaba así el tipo que había alquilado el buzón de correo…?
– Premio.
– ¿Podría la señora Walker describir a ese hombre, para que uno de nuestros dibujantes haga un retrato robot?
– Eso espero. Es una anciana y padece la enfermedad de Aizheimer, pero parece muy segura con respecto al tal Adam. Quiero que el dibujante vaya a la residencia a primera hora de la mañana.
– Bien. Y asigna protección a Louise Walker. No quiero arriesgarme a que ese tipo aparezca otra vez por allí sin que nos enteremos.
Quentin les deseó a ella y a su tío Sammy buenas noches y, a continuación, marcó el número de la comisaría del distrito siete.
– Brad, soy Malone. Acabo de hablar con la capitana O’Shay. Hay que enviar a un agente a la residencia Crestwood. Debe encargarse de vigilar a una de las internas, llamada Louise Walker.
– Hecho -contestó el agente de guardia-. ¿Qué sucede?
– Puede que esa mujer sea capaz de identificar al asesino del Barrio Francés.
El agente dejó escapar un silbido.
– Enviaré a alguien lo antes posible.
– Y envía también a un dibujante a primera hora de la mañana.
– ¿Al mismo sitio?
– Exacto -Quentin miró el reloj y pensó en Anna. Y en Ben. Juntos-. ¿Alguna llamada para mí esta noche?
– Sí, llamó una mujer preguntando por ti -el agente hizo una pausa-. No quiso dar su nombre, pero creo que era Penny Landry.
– ¿Penny? ¿Preguntando por mí?
– Sí, hace una media hora -el agente hizo otra pausa y después bajó el tono-. Parecía disgustada, Malone. Muy disgustada.
Quentin aparcó frente a la casa de los Landry, se apeó rápidamente del coche y se dirigió hacia la puerta.
Algo iba mal. Y tenía que ver con Terry. De no ser así, Penny no lo habría llamado a la comisaría.
Llamó al timbre y esperó, pero no se oyó ningún sonido de pasos en el interior de la casa. Sin embargo, Quentin sabía que Penny estaba allí. Escondiéndose de Terry.
Prescindió del timbre y llamó a la puerta con los nudillos.
– ¡Penny, soy Malone! ¡Vengo a ayudarte! ¡Ábreme!
Tras la puerta se oyó un súbito grito de alivio, seguido por el sonido del cerrojo descorriéndose. Al cabo de un momento, la puerta se abrió y Penny se refugió entre los brazos de Quentin, sollozando. Él le acarició el cabello, con el corazón en la garganta.
– Se trata de Terry, ¿verdad? -preguntó suavemente. Ella asintió con la cabeza-. ¿Y los niños? ¿Están bien?