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– Los… los llevé a casa de la vecina. No quería que estuviesen aquí si… si Terry volvía…

– ¿Qué ha pasado, Penny? Dímelo para que pueda ayudarte.

Ella se estremeció, pugnando por recobrar el dominio de sí misma.

– Se presentó aquí, borracho. Hablaba como un loco. Me di cuenta de que… estaba asustando a los niños. Le pedí que se marchara y se puso furioso -apretó sus temblorosos labios y prosiguió-: Me gritó, diciéndome cosas… horribles. Corrí hacía el dormitorio y él me siguió. Luego cerró la puerta y echó el pestillo -Penny se llevó las manos a la cara-. Forcejeamos. Me tumbó en la cama, y…

– ¿Qué pasó, Penny? -la apremió Quentin.

– Intentó violarme -murmuró ella-. Me subió la falda y me arrancó la ropa interior. Los niños debieron de oírme gritar, porque empezaron a llamar a la puerta, suplicando a su padre que… que no siguiera…

– ¿Llegó a violarte, Penny?

– No -ella apretó la cara contra el pecho de Quentin-. Las súplicas de los niños… se lo impidieron. Empezó a… llorar. Y después se fue.

Quentin siguió abrazándola en silencio durante largos segundos. Finalmente, Penny se retiró de él.

– Ojalá… ojalá esto no estuviera pasando. Yo lo amaba, Malone, pero ya no le reconozco. No es el hombre con el que me casé -inhaló profunda y temblorosamente-. Temo por él. Podría hacerle daño a alguien. Está fuera de sí.

Quentin buscó sus ojos, consternado.

– ¿Qué crees que debo hacer, Penny? ¿Cómo puedo ayudarte?

– Búscalo. Habla con él. Quizá a ti te escuche -Penny rompió a llorar de nuevo, en silencio-. Terry necesita ayuda. Por favor, Malone, ayúdalo.

Quentin no tuvo que buscar mucho. Encontró a Terry en el bar de Shannon, derrumbado sobre la barra, delante de una copa llena. Quentin se aproximó a la barra y se sentó a su lado, indicándole a Shannon que no deseaba tomar nada.

Terry lo miró de soslayo.

– Te ha llamado Penny.

– Sí. Estaba histérica.

Terry agachó la cabeza. Al menos, no intentó excusar su comportamiento, se dijo Quentin.

– ¿Qué es lo qué te ocurre, Terry? ¿Qué te está pasando?

– No lo sé -su amigo lo miró entonces, con los ojos enrojecidos y expresión torturada-. Mi vida se está convirtiendo en una pesadilla. No puedo dormir, he perdido el apetito. Siempre estoy furioso. Con Penny. Con el trabajo. Conmigo mismo. Con todo -Terry apartó la mirada. Cuando volvió a hablar, su voz era apenas un susurro-. A veces, la ira se agolpa en mi interior… Es como si me estuviera devorando vivo. Pronto no quedará nada en mí, salvo odio y desesperación -se llevó las manos a la cara.

Por un momento, Quentin fue incapaz de articular palabra. Cuando finalmente recuperó la voz, miró a su amigo.

– Tienes que dejar atrás el pasado, compañero. Debes comprender que todo eso que tu madre te echaba en cara no eran más que tonterías. Busca ayuda, Terry. Antes de que sea demasiado tarde.

Capítulo 17

Viernes, 2 de febrero

– ¿Le duele? -inquirió el médico mientras presionaba suavemente las costillas vendadas de Ben.

– Un poco -respondió este con una mueca-. Pero puedo soportarlo.

– ¿Ha sentido algo raro desde el accidente? ¿Mareos? ¿Vértigo?

– No, nada de eso. Sólo dolores y molestias. Me cuesta un poco dormir.

– Es normal, dada la gravedad del accidente. Sus heridas podrían haber sido mucho peores.

– Menos mal que alguien lo presenció y llamó al 911.

– Sí, y más a esas horas de la noche. Tuvo usted mucha suerte.

Ben se levantó y empezó a ponerse la camisa.

– No era tan tarde. Poco más de las once, ¿no?

El médico se quedó mirándolo.

– Está usted bromeando, ¿verdad?

Ben notó que un escalofrío le recorría la espalda.

– No. Salí de la residencia de mi madre a eso de las once.

– Lo trajeron al hospital pasadas las tres de la madrugada, Ben.

Ben miró al médico, incrédulo.

– Debe de estar equivocado.

– En absoluto -el médico arrugó la frente-. Consta aquí, en su historial clínico. Las tres y trece minutos de la madrugada.

¿Qué había ocurrido en las horas que mediaban entre las once, cuando salió de la residencia, y las tres, cuando ingresó en urgencias?

– ¿Ben? ¿Se encuentra bien?

– Sí -respondió Ben parpadeando. Luego emitió una risita forzada-. Acabo de darme cuenta de que era yo quien estaba equivocado. Me dormí mientras le leía un libro a mi madre. Aún estoy confuso con respecto a lo sucedido aquella noche.

– No me extraña -el médico sonrió-. Llámeme si tiene algún problema.

Después de darle las gracias, Ben salió del hospital. Se subió en el coche, pero no lo puso inmediatamente en marcha. Permaneció sentado tras el volante, repasando mentalmente los sucesos de la noche del accidente.

¿Por qué lo último que recordaba era haber abandonado la residencia a toda velocidad, mientras intentaba hablar por teléfono con Anna? ¿Qué había sucedido después, en las horas transcurridas entre su precipitada salida de la residencia y el accidente?

Ben empezó a temblar, súbitamente asustado. De sus lagunas de memoria. De sus profundos y efímeros momentos de sueño. De sus dolores de cabeza. ¿Qué le estaba pasando? ¿Acaso estaba perdiendo la cabeza?

No. La raíz del problema era el estrés, como le había dicho repetidamente su médico.

Descansó la frente en el volante, con el corazón acelerado.

Anna. Su mente retrocedió a la noche del jueves, cuando descubrió a Anna husmeando en sus archivos. Se había sentido furioso. Dolido. Ella le había mentido, había traicionado tanto su confianza como su amistad.

Sin embargo, al reflexionar sobre ello, Ben se arrepintió de haber pensado tales cosas, de haber reaccionado como lo hizo.

Anna estaba aterrada. Alguien la había agredido; y, una chica muy querida para ella estaba desaparecida. Buscaba respuestas. Y tal vez sus archivos podían dárselas.

«Entrégale esa lista».

Estaban muriendo mujeres. La vida de la propia Anna corría peligro. Parecía evidente que alguno de sus pacientes era el responsable o, como mínimo, estaba involucrado en el asunto. Por otra parte, su propio plan para dar con el culpable había llegado a un punto muerto.

Quizá si entregaba esa lista todo acabaría solucionándose. Y, quizá, Anna y él podrían empezar de nuevo. Sí, Anna le estaría muy agradecida y ya no sería de ninguna utilidad para ella.

Ben arrancó y puso primera. Se pasaría por la consulta, confeccionaría la lista y la entregaría en comisaría del distrito siete.

Sonrió para sí, imaginando la cara que pondría Malone.

Media hora más tarde, Ben entró en la comisaría y, tras identificarse, preguntó por Malone.

– Ha salido -le informó el agente de guardia-. Pero su compañero sí está. ¿Le sirve?

Ben dudó un momento, y luego asintió. Le hubiese gustado ver la expresión de sorpresa de Malone, pero no podía permitirse el lujo de esperar.

– Servirá.

– Se llama Terry Landry -el agente lo acompañó al interior de la comisaría-. Su mesa es la cuarta empezando por la izquierda. Es alto y moreno. Lleva una camisa hawaiana.

Tras darle las gracias Ben se dirigió hacia donde había indicado el agente. Entonces vio a Landry, identificándolo a partir de la camisa azul, rosa y amarilla. Estaba de espaldas, aparentemente charlando con un compañero.

Ben se dirigió hacia él. El inspector se giró.

Ben se detuvo en seco. Rick Richardson. Un paciente suyo.

No, ya no lo era, se corrigió Ben.

Había dejado de acudir a las sesiones hacía un par de semanas.

Ben hizo un cálculo rápido y se notó la boca seca. Había visto por última vez a Rick, más o menos, cuando perdió las llaves y apareció en su consulta el paquete con la novela de Anna.