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Cuando se produjo el asesinato de la primera pelirroja.

Con el pulso acelerado, Ben repasó mentalmente los hechos: la insatisfacción de Richardson con el trabajo; su furia hacia su esposa; su ira reprimida contra su madre, recientemente fallecida, por una vida de maltratos emocionales.

Todo encajaba.

Ben se dio media vuelta y salió de la comisaria apresuradamente, con el corazón en la garganta. Esperaba que Rick, o Terry, no lo hubiese visto. Porque si sus temores eran ciertos, Terry Landry no sólo estaba seriamente perturbado, sino que era un asesino.

Ben llegó hasta el coche. Sólo cuando se sintió seguro en el interior, tras cerrar la puerta, se atrevió a mirar de nuevo hacia la comisaría.

Terry Landry estaba en los escalones de la entrada, con las manos en las caderas, mirando hacia uno y otro lado, como si buscara a alguien.

– Hijo de puta -Ben arrancó el motor y pisó a fondo el acelerador, ansioso por alejarse lo antes posible de su antiguo paciente.

Cuando hubo recorrido cierta distancia, agarró el teléfono móvil y marcó el número de la comisaría. Le respondió el mismo agente que lo había atendido unos minutos antes.

– Soy el doctor Benjamin Walker -dijo Ben-. Tengo que hablar con el inspector Quentin Malone. Dígale que se trata de la agresión sufrida por Anna North. Dígale que tengo un nombre.

Quentin detuvo el coche frente a la comisaría del distrito siete. No obstante, en lugar de apearse, permaneció sentado tras el volante, con la mirada fija en el parabrisas, tratando de asimilar la conversación que acababa de tener con Ben Walker.

Terry había sido paciente de Ben bajo un nombre falso. Y había dejado la terapia justo cuando empezó la odisea de Anna y se produjo el asesinato de Nancy Kent.

Quentin crispó los dedos sobre el volante, abrumado por el peso de las pruebas existentes contra su compañero. Su discusión con Nancy Kent. Las lentillas de color. El ataque a Penny. La rabia que lo embargaba, según él mismo había confesado.

Y la lista no acababa ahí.

Quentin musitó una maldición. Debía hablar con Terry. Su amigo tendría una explicación lógica para todo aquello. No era un asesino.

Quentin volvió a maldecir. No podía hacer tal cosa. Las normas exigían que comunicara de inmediato a su capitana lo que acababa de descubrir. Si Terry era inocente, podría demostrarlo. Si era inocente, no se encontraría ninguna prueba física que respaldara las puramente circunstanciales.

Quentin salió del coche y se encaminó hacia la comisaría. Haciendo caso omiso de los saludos de sus compañeros, se dirigió a la oficina de la capitana.

– Tenemos que hablar -dijo después de tocar en la puerta con los nudillos.

La capitana arrugó la frente y le hizo un gesto para que entrara.

– Cierra la puerta, si no te importa.

Quentin así lo hizo. A continuación, se sentó en la silla situada delante de la mesa.

– Es sobre los asesinatos del Barrio Francés.

– Continúa -ella cruzó los brazos delante de sí.

Quentin le relató lo sucedido. Cuando terminó, la capitana no parecía muy sorprendida. Él entornó ojos.

– ¿Acaso tenéis ya alguna prueba contra Terry? -inquirió-. Merezco saberla.

– Su grupo sanguíneo coincide con el de unos restos de tejido hallados en el cadáver de Nancy Kent. Aún estamos esperando los resultados del análisis de ADN del semen.

– Mierda.

– No era una prueba determinante. La mitad de los habitantes del área urbana de Nueva Orleans pertenecen al grupo O positivo. Pero eso, unido a la discusión de Landry con la fallecida, fue suficiente para considerarlo como un posible sospechoso.

– ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Quentin, aunque ya conocía la respuesta.

– Solicitaré una orden de registro del apartamento, el coche y la taquilla de Landry. Y lo llamaré para interrogarlo.

– Me gustaría encargarme del interrogatorio personalmente, capitana.

– Malone, no creo que…

– Ahora el caso me pertenece.

– Pero os une una amistad personal. No puede arriesgarme a que…

– Y tanto que nos une una amistad personal -dijo Quentin apretando los puños. Se sentía furioso. Decepcionado-. Pero he arriesgado el cuello por él, y, si es culpable, quiero que lo pague.

Ella se lo pensó un momento, y luego accedió.

– Muy bien, pero Johnson también deberá estar presente.

– De acuerdo -Quentin se levantó y se dirigió hacia la puerta.

– ¿Malone?

Él se detuvo y se giró para mirarla.

– Buen trabajo -dijo la capitana-. Sé que no ha debido de ser fácil para ti.

Quentin asintió lacónicamente.

– Soy policía. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Dos horas más tarde, Quentin se hallaba sentado en una silla plegable, delante de Terry. Su amigo ocupaba una silla idéntica. Las rodillas de ambos casi se rozaban.

– ¿De qué va todo esto, Malone? -Terry desvió su mirada hacia Johnson, que permanecía en pie junto a ellos, apoyado en la pared, con los brazos cruzados sobre su ancho pecho-. ¿Otra mierda de interrogatorio?

– ¿A ti qué te parece? Esto es serio, Terry.

– ¿Debo llamar a mi abogado?

– Estás en tu derecho.

– Vaya, ¿hoy tenemos público? -Terry miró directamente hacia la cámara de vídeo, sin disimular su desdén-. Interroga, compañero. No tengo nada que ocultar.

– ¿Conoces el nombre de Benjamin Walker? ¿Del doctor Benjamin Walker?

– Claro -Terry se encogió de hombros-. Es psiquiatra y amigo de esa novelista, Anna no sé qué. ¿Qué tiene eso que ver conmigo?

– ¿Insinúas que no conoces al doctor Walker de nada más? -Quentin contuvo el aliento, rogando que su amigo no cometiera la estupidez de mentirle.

– Exactamente.

Al oír la respuesta, Quentin comprendió que Terry estaba profundamente implicado en el asunto.

No obstante, ocultó su decepción y probó otra táctica.

– Hablemos de lentes de contacto, Terry. De lentillas de colores extraños.

– Como el rojo o el naranja -terció Johnson-. El tipo de lentillas que la gente se pone para las fiestas de disfraces.

Terry se encogió de hombros.

– Me puse lentillas de color para ir a una fiesta. ¿Y qué? Mucha gente lo hace. Ya oíste a la encargada de la óptica.

– Pero, ¿por qué ese día, al salir de la óptica, no mencionaste el hecho? -inquirió Quentin-. ¿Por qué no me lo recordaste?

Terry sonrió cínicamente.

– Eh, ¿es que tengo que hacerte yo todo el trabajo? Además, supuse que te acordarías. Y yo estaba fuera del caso. Creí que no querrías que me entrometiera.

– Eso es una bobada, compañero.

– Lo tomas o lo dejas, compañero.

Quentin entrecerró los ojos.

– ¿Has oído alguna vez el nombre de Rick Richardson?

Terry se puso pálido.

– Es posible.

– ¿Es posible? -repitió Johnson-. ¿Qué quieres decir con eso?

– Es un nombre muy corriente. Creo que una vez detuve a alguien llamado así.

– ¿Y el hombre de Adam Furst? ¿Te dice algo?

Terry frunció el ceño pensativamente.

– No, nada.

– ¿Dónde estuviste la noche del jueves, 11 de enero, y la madrugada del día 12, cuando Nancy Kent fue asesinada?

– Tú sabes que estuve en el bar de Shannon. Contigo.

– ¿Dónde estuviste la madrugada del viernes, 19 de enero, cuando Evelyn Parker fue asesinada?

– En casa, con resaca -Terry hizo una mueca a la cámara de vídeo-. Como ya sabéis, muchachos.

– ¿Y hace cuatro noches, cuando asesinaron a Jessica Jackson? ¿La misma noche que agredieron a Anna North en su casa?

– Fui de copas con Tarantino y DiMarco, del distrito cinco.

– ¿Visitaste un bar llamado Fast Freddies, en Bourbon?

– Sí, me suena el nombre.

– ¿Lo visitaste o no?