– ¿Se ha encontrado alguna prueba?
– Algunos pelos, y fibra en las uñas de la víctima.
Terry se removió en la silla. Parecía indispuesto.
– ¿Qué hay de su ex? -la capitana miró directamente a Terry.
– Un viejo -contestó Terry con voz vacilante-. Se derrumbó y lloriqueó como un bebé cuando le dimos la noticia. Aún la amaba, según dijo. Esperaba que volviera con él.
– Parece que tenía un móvil.
– Pero no la capacidad -Quentin meneó la cabeza-. Es un viejo en silla de ruedas, con tanque de oxígeno y una enfermera a jornada completa.
– Viejo pero muy rico -añadió Terry-. Seguro que ella no esperaba palmarla antes que él.
– ¿Tenía algún amiguito?
– Ninguno, que su ex sepa -contestó Terry rápidamente-. Seguiremos indagando.
– ¿Qué querían decir con eso de que pueden tener un problema? -la capitana volvió a mirar a Terry directamente.
Él se removió incómodo al sentirse observado.
– Anoche estuvimos en el bar de Shannon. La víctima estaba dando un espectáculo. Bailando con movimientos provocativos, no sé si me entiende.
La capitana arqueó de nuevo las cejas.
– No, me parece que no.
Quentin miró de reojo a su compañero. La excusa de «ella misma se lo buscó» no resultaría con Patti O’Shay. De hecho, sólo contribuiría a enfurecerla.
Comprendiendo su error, Terry cambió de táctica. Carraspeó para aclararse la garganta.
– Lo que intento decir es que… me acerqué a ella. Más de una vez.
– Y no estaba interesada.
– Exacto -Terry se ruborizó levemente-. Yo había bebido demasiado y… y… -se quedó en blanco, sin saber qué más decir.
– Y no aceptó un «no» por respuesta.
– Ya le digo que había bebido demasiado.
La capitana O’Shay se levantó y rodeó la mesa. Luego se sentó en el borde, mirando con fijeza al agente.
– ¿Y cree que eso justifica su mal comportamiento?
Terry se encogió bajo su fulminante mirada.
– No, capitana.
– Me alegra que esté de acuerdo, inspector. ¿Y qué sucedió después?
– Insistí demasiado. La víctima y yo intercambiamos unas palabras. Luego casi me lié a golpes con su acompañante.
La capitana pareció disgustada.
– ¿Casi?
– Malone me salvó el trasero.
Ella desvió la mirada hacia Quentin. Éste asintió, y la capitana se acercó a la ventana. Sin volverse, dijo:
– Quiero que redacten un informe escrito. Los dos.
– Sí, capitana.
O’Shay se giró.
– Sé que está teniendo problemas en su vida personal, inspector Landry. ¿Desea solicitar la excedencia hasta que todo se resuelva?
Terry se puso en pie.
– ¡Ni hablar, capitana! Si no trabajo, me volveré loco.
Ella dudó un momento y después inclinó la cabeza.
– Está bien. Pero no quiero que lo de anoche se repita. No permitiré que manche la reputación de este departamento con su conducta. ¿Entendido?
– Sí, capitana.
– Bien. Una cosa más. Pondré el caso en manos de Johnson y Walden.
– ¿Esos inútiles?
– Eso es un disparate, capitana.
– Landry -prosiguió ella haciendo caso omiso de sus protestas-, usted está fuera. Malone, usted les ayudará.
– ¿Les ayudaré? -Quentin se levantó de un salto-. Capitana O’Shay, con el debido respeto…
– Conflicto de intereses -dijo ella bruscamente, interrumpiéndolo-. Unas horas antes de que Nancy Kent fuese violada y asesinada, uno de mis inspectores discutió con ella. En público. Eso lo convierte en un sospechoso -miró a ambos hombres-. ¿Creen que sería prudente dejar que ese inspector trabajase en la investigación? Coincidirán conmigo en que no.
– ¿Y cuando Terry quede libre de toda sospecha? -inquirió Quentin.
– Para entonces, con suerte, el caso se habrá resuelto. Si no, ya hablaremos.
– ¿Eso es todo?
– Landry, puede irse. Malone, he de hablar con usted en privado -cuando Terry hubo cerrado la puerta tras de sí, la capitana miró a Quentin a los ojos-. Todo ocurrió tal como ha contado Landry, ¿verdad?
– Absolutamente.
– Y después del incidente con esa mujer, ¿qué pasó?
– Continuamos la juerga. Lo llevé a su casa pasadas las dos de la madrugada.
– ¿No podía conducir?
– Estaba borracho como una cuba.
– ¿Y está usted totalmente convencido de la inocencia de su compañero?
– ¡Sí, maldición! -Quentin desvió la mirada-. Terry no lo hizo. Apenas podía tenerse en pie, y mucho menos someter y asesinar a una mujer.
La capitana guardó silencio un momento, luego asintió.
– Estoy de acuerdo, Malone. Aun así, lo tendré vigilado. No toleraré que uno de mis inspectores se derrumbe mientras hace su trabajo.
– Terry está bien, capitana. Sólo se…
– No está bien -corrigió ella secamente-. Y usted lo sabe. No permita que lo hunda a usted también, Malone.
La capitana O’Shay volvió a la mesa, dando por finalizada la conversación. Quentin se dirigió hacia la puerta, pero, antes de salir, se detuvo y miró a la capitana.
– ¿Tía Patti?
Ella alzó la mirada.
– Saluda a tío Sammy de mi parte.
– Salúdalo tú mismo -una sonrisa suavizó la expresión de la capitana-. Y llama a mi hermana. Me dice John Jr. que la tienes muy abandonada.
Con una risita y un pequeño saludo, Malone asintió.
Capítulo 3
Una fuerte jaqueca atormentaba al doctor Benjamin Walker. A pesar del dolor, intentó concentrarse mientras el paciente sentado frente a él describía sus sentimientos ambivalentes sobre la reciente muerte de su madre. Ben llevaba tres meses tratando a aquel hombre. En ese tiempo, apenas había conseguido arañar la superficie del daño que le había provocado su horrible infancia.
– No es normal, doctor Walker. Era mi madre. Y está muerta. Muerta -el hombre retorció las manos-. ¿No debería sentir algo por su fallecimiento?
– ¿Qué crees que deberías sentir, Rick?
El hombre alzó sus ojos inyectados en sangre hacia los de Ben.
– Pena. Dolor. Furia. No sé. ¡Pero algo, por amor de Dios!
– ¿Furia? Es una emoción muy fuerte, Rick. Una de las más fuertes.
El paciente se quedó mirándolo sin comprender.
– ¿Furia? Yo no he dicho eso.
– Sí, lo has dicho.
– Imposible. Yo amaba a mi madre.
– En realidad, sería comprensible que te sintieras enojado. E incluso furioso.
– ¿De veras? -el hombre pareció aliviado-. ¿Por su muerte?
– Podría ser. En parte, quizá -Ben entrelazó los dedos en su regazo, manteniendo una expresión neutra-. Pero podría haber más cosas.
– ¿Qué cosas? ¿Qué está sugiriendo?
– Piensa en ello, Rick. Dime tú qué cosas pueden ser.
Ben se reclinó en la silla y aguardó, dando tiempo a su paciente para meditar sobre la pregunta y llenar el silencio que clamaba por ser roto. Algún día, sospechaba, Rick Richardson podría llenar dicho silencio. Y la respuesta sería ensordecedora. Aterradora. Ben había atisbado una ardiente ira en su paciente, una ira dirigida contra las mujeres. Había salido a la superficie mientras relataba una de sus discusiones con su esposa; también se manifestaba en su actitud hacia su jefa, una mujer; en su elección de palabras; en su lenguaje corporal; en los cambios sutiles que experimentaba su expresión cuando hablaban sobre las mujeres.
Ben sospechaba que el verdadero origen del dolor y la ira de Rick Richardson había sido su madre, abusiva y autoritaria. Un hecho que su paciente aún no deseaba ni podía admitir. Ahora que ella había fallecido, sin que nada se hubiese resuelto entre ambos, aquellos sentimientos de rabia empeorarían, probablemente. Podían proyectarse hacia dentro. O hacia fuera.
En cualquier caso, Ben presentía que las siguientes sesiones serían difíciles.