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En cuanto a las instrucciones de procedimiento del magistrado de distrito, Miles había estado tratando de mantener la mente abierta en cuanto al acusado, pero se estaba volviendo cada vez más difícil resistirse a las afirmaciones de Harra. Hasta ahora ella había tenido razón en todo.

Dejaron a Harra reinstalada en su casita trabajando para poner todo en orden y reimplantar la rutina normal de la vida, como si hubiera sido posible recrear esa vida de alguna manera con un acto de magia basado en la repetición.

—¿Está segura de que estará bien? —preguntó Miles, mientras tomaba las riendas de Gordo Tonto y volvía a acomodarse en la silla—. No puedo dejar de pensar que si su esposo todavía está por aquí, tal vez aparezca por la casa. Usted dice que no se llevaron nada, así que no es probable que haya estado aquí y se haya ido antes de que llegáramos. ¿Quiere que alguien se quede con usted?

—No, milord. —Harra se abrazó a la escoba en la galería—. Preferiría, preferiría estar sola un tiempo.

—Bueno… de acuerdo. Le enviaré un mensaje si pasa algo importante.

—Gracias, milord. —Era un tono que no intentaba ejercer presión alguna, realmente quería que la dejaran sola.

Miles entendió.

En una parte ancha del sendero que los llevaba de vuelta hacia la casa del portavoz Karal, Pym, y Miles cabalgaron estribo contra estribo. Pym todavía buscaba acechanzas y monstruos entre los arbustos.

—Milord, ¿puedo sugerir que el próximo paso sea reunir a todos los hombres capaces de esta comunidad y dar caza al tal Csurik? Se ha establecido sin duda alguna que el infanticidio fue un asesinato.

Qué forma interesante de decirlo, pensó Miles con sequedad. Ni siquiera Pym encuentra redundante esa frase. Ah, mi pobre Barrayar,

—Parece razonable a primera vista, sargento Pym, pero ¿se le ha ocurrido que la mitad de los hombres capaces de esta comunidad son, con toda probabilidad, parientes de Lem Csurik?

—Tal vez eso pueda tener un efecto psicológico. Creamos un alboroto y tal vez alguien lo entregue para que todo termine.

—Mmm, sí, tal vez. Siempre que no se haya marchado ya. Tal vez cuando terminamos con la autopsia, él ya estaba a medio camino en la ruta de la costa.

—Sólo si tiene acceso a algún tipo de transporte. —Pym miró el cielo vacío.

—Por lo que sabemos, uno de sus primos lejanos tiene un deslizador rápido medio arruinado en un cobertizo en alguna parte Pero… ese hombre nunca salió del valle Silvy. No estoy seguro de que supiera adónde ir, a quién acudir. Bueno, si ha Abandonado el distrito es asunto de la Seguridad Civil del Imperio y yo me libro de todo. —Una idea hermosa—. Pero… hay algo que me molesta, y mucho, y son las inconsistencias en el retrato mental que me estoy formando de él. ¿Las ha observado usted?

—No puedo decir que lo haya hecho, milord.

—Mmm. A propósito, ¿adónde lo llevó Karal cuando fueron a hacer el arresto?

—A un área salvaje, arbustos silvestres y hondonadas. Había media docena de hombres allí, buscando a Harra. Bueno, en realidad, habían pospuesto la búsqueda y para cuando los encontramos, ya estaban de vuelta. Por eso supongo que nuestra llegada no fue una sorpresa para ellos.

—¿Csunk había estado allí y después había escapado o Karal lo estaba llevando en círculos para distraerlo?

—Creo que realmente estuvo allí, milord. Los hombres decían que no, pero como usted dice, tal vez eran parientes y además, bueno… no mentían muy bien. Estaban tensos. Karal tal vez le preste ayuda a regañadientes, pero no creo que quiera desobedecer órdenes directas. Después de todo, fue uno de los veinte, señor.

Como Pym, pensó Miles. La guardia personal del conde Vorkosigan estaba limitada legalmente a veinte hombres, pero dada la posición política del conde, la función de esos hombres incluía seguridad desde un punto de vista muy práctico. Pym era típico en ese sentido, un veterano condecorado del Servicio Imperial que se había retirado a esa fuerza del elite. No tenía la culpa de que al entrar en ella, hubiera tenido que calzarse los zapatos del difunto sargento Bothari. ¿Había alguien en el universo fuera de Miles que extrañara al mortífero, difícil Bothari?, se preguntó Miles.

—Me gustaría interrogar a Karal con pentarrápida —afirmó Miles—. Muestra todos los signos de saber dónde está escondido el acusado.

—¿Y por qué no lo hace? —preguntó Pym con toda lógica.

—Tal vez. Sin embargo, hay cierta degradación inevitable en un interrogatorio bajo pentarrápida. Si el hombre es leal, no sería bueno para nuestros intereses a largo plazo avergonzarlo en público.

—No tiene por qué ser en público.

—No, pero él recordaría haberse convertido en un idiota balbuceante. Necesito… necesito más información.

Pym echó una mirada sobre su hombro.

—Pensé que ya tenía toda la información necesaria.

—Tengo hechos. Hechos físicos. Una gran pila de hechos inútiles, sin sentido… —meditó Miles—. Aunque tenga que aplicar la pentarrápida a todos los habitantes de este valle, juro que voy a llegar al fondo de esto. Sí. Pero no sería una solución elegante.

—Éste no es un problema elegante, milord —recordó Pym con sequedad.

Cuando volvieron, encontraron a la esposa del portavoz Karal en plena posesión de su casa. Corría en círculos, excitada, cortando, golpeando, amasando, atizando el fuego y volando escaleras arriba para cambiar las mantas de los tres jergones, mientras hacía correr a sus hijos por delante para que la ayudaran a buscar y traer cosas. El doctor Dea la seguía, divertido, tratando de que se calmara explicándole que habían traído una tienda de campaña y comida, que se lo agradecían, pero que no era necesaria su hospitalidad. Esto produjo una respuesta indignada de la señora Karal.

—¡El mismísimo hijo de mi señor viene a mi casa y yo voy a tirarlo al campo como a su caballo! ¡Ah, no, eso sí que no! ¡Me sentiría muy avergonzada! —Y volvió al trabajo.

—Parece bastante perturbada —dijo Dea, mirando sobre su hombro.

Miles lo cogió del brazo y lo llevó hasta la galería.

—Déjela hacer, doctor. Estamos condenados a que nos atiendan. Es una obligación para las dos partes. Lo más amable es fingir que en realidad no estamos aquí hasta que ella esté lista para recibirnos.

Dea bajó la voz.

—Dadas las circunstancias, tal vez sería mejor comer sólo de nuestras provisiones.

El ruido de un cuchillo cayendo sobre algo y un perfume a hierbas y cebollas salían como una tentación a través de la ventana abierta.

—Ah, me parece que cualquier cosa que salga de la olla común estará bien, ¿no? —dijo Miles— Si algo le preocupa realmente, puede tomar un pedacito y salir afuera y controlarlo supongo, pero… con discreción, ¿eh? No queremos insultar a nadie.

Se instalaron en las sillas de madera hechas a mano y pronto un chiquillo de diez años, el más joven de los hijos de Karal, volvió a servirles el té. Por lo visto, uno u otro de los padres le había dado instrucciones en privado sobre la forma en que debía portarse, porque su actitud ante las deformidades de Miles fue la misma indiferencia estudiada y parpadeante de los adultos, aunque no tan bien llevada, por supuesto.

—¿Va usted a dormir en mi cama, milord? —le preguntó a Miles—. Mamá dice que tenemos que dormir en la galería.

—Bueno, lo que diga tu mamá estará bien —dijo Miles—. Ah… ¿te gusta dormir en la galería?

—Nooo, la última vez Zed me dio una patada y rodé en la oscuridad.

—Ah, bueno, si tenemos que echarte de tu cama, tal vez te gustaría dormir en nuestra tienda de campaña a modo de canje.

Los ojos del niño se abrieron de par en par.