—¿En serio?
—Claro. ¿Por qué no?
—¡Espere a que se lo diga a Zed! —bajó los escalones de dos en dos y salió disparado por el lateral de la casa—. Zed, eh, ¡Zeed…!
—Supongo —dijo Dea— que podemos fumigarla después…
Miles frunció los labios.
—No están más sucios que usted cuando era chico, estoy seguro. O que yo… cuando me dejaban.
Era un atardecer caluroso y Miles se sacó la túnica verde, la colgó sobre el respaldo de la silla y se desabotonó el cuello redondo de su camisa color crema. Dea enarcó las cejas.
—¿Llevamos esta investigación como si fuera una oficina, con horario, señor? ¿Vamos a dejarlo hasta mañana?
—No exactamente. —Miles bebió un sorbito de té, pensativo, y miró a lo lejos, al otro lado de patio. Los árboles y sus copas caían allí hacia el fondo del valle. Al otro lado de la ladera crecían arbustos de distintas clases. Un pliegue con cresta y luego el flanco largo de una montaña escarpada que se elevaba alta y dura hacia una cima que todavía brillaba con sus manchas de nieve, sucias y titilantes.
—Hay un asesino suelto allá fuera —señaló Dea en tono de consejo.
—Habla como Pym. —Pym, pensó Miles, había terminado con los caballos y se había llevado a su detector a dar otra vuelta—. Estoy esperando.
—¿Qué?
—No estoy seguro. La información que dará un sentido a todo esto. Mire, sólo hay dos posibilidades. Csurik es inocente o es culpable. Si es culpable, no se va a entregar. Seguramente, intentará que sus parientes se involucren en el asunto, que lo escondan y lo ayuden. Si quiero, puedo pedir refuerzos por el comunicador a la Seguridad Civil de Hassadar. Cuando quiera. Veinte hombres, más equipo; en coche aéreo pueden estar aquí en dos horas. Puedo organizar un circo. Brutal, feo, perturbador, excitante… y sí, podría ser muy popular. Una cacería humana con sangre al final.
—Claro que queda la posibilidad de que Csurik sea inocente, pero esté asustado. Y en ese caso…
—¿Sí?
—En ese caso, todavía hay un asesino suelto en alguna parte.
Miles se sirvió más té.
—Sólo quiero que tenga en cuenta que si uno quiere atrapar algo, correr tras él no es siempre la mejor manera.
Dea se aclaró la garganta y tomó más té. Miles continuó:
—Mientras tanto, tengo otro deber que cumplir. Estoy aquí para que me vean. Si su espíritu científico está deseando hacer algo para matar las horas, trate de contar la cantidad de mirones de Vor que van a aparecer esta noche.
El desfile que Miles había anunciado empezó casi al instante. Primero fueron, sobre todo, mujeres que traían regalos, como para un funeral. Como no había un sistema de comunicación en la comunidad, Miles no estaba seguro del tipo de telepatía que habían utilizado para ponerse en contacto unas con otras, pero trajeron platos repletos de comida, flores, más paja para la cama y ofrecimientos de ayuda. Todo el mundo hizo una reverencia nerviosa cuando le presentaron a Miles, pero muy pocas mujeres se quedaron a charlar: por lo visto, lo único que querían era echar una ojeada. La señora Karal fue amable, pero dejó bien claro que ella controlaba la situación y puso los regalos culinarios bien detrás de los suyos.
Algunas de las mujeres traían a sus hijos. La mayoría de los niños se quedaba jugando en los bosques al fondo del patio, pero un grupito de muchachitos susurrantes se deslizó por la parte de atrás de la cabaña para ver a Miles por el lado de la galería. Miles se había quedado allí con Dea y le había dicho que lo hacía para dejar que lo vieran mejor, sin decir quién. Durante unos momentos, fingió no haber notado a los niños e hizo un gesto a Pyrn para que no los espantara. Sí. Que miren bien, todo lo que quieran, pensó. Lo que ven es lo que van a recibir el resto de sus vidas, o por lo menos de la mía. Mejor será que se acostumbren… Después, oyó la voz susurrante de Zed, el mayor de los de Karal, guía de la excursión:
—Ese grandote es el que ha venido a matar a Lem Csurik…
—Zed —dijo Miles.
Hubo un silencio brusco y congelado desde debajo de la galería. Hasta los animales dejaron de moverse.
—Ven aquí —dijo Miles.
En medio de un fondo mudo de susurros angustiados y risitas nerviosas, el muchacho de Karal se puso de pie con cautela.
—Vosotros tres. —El dedo de Miles se extendió hacia tres que huían a la carrera—. Esperad allí.
Pym agregó su ceño fruncido al gesto para darle más énfasis y los amigos de Zed se detuvieron, paralizados, con los ojos abiertos y las cabezas alineadas al nivel del suelo de la galería como si las hubieran colgado allí en algún viejo paredón de defensa como advertencia para otros malhechores.
—¿Qué les has dicho a tus amigos, Zed? —preguntó Miles con calma—. Repítelo.
Zed se humedeció los labios.
—Sólo que usted había venido a matar a Lem Csurik, señor.
—Era evidente que Zed se estaba preguntando ahora si el deseo asesino de Miles incluía a chicos atrevidos e irrespetuosos.
—Eso no es verdad, Zed. Es una mentira peligrosa.
Zed parecía extrañado.
—Pero papá… dijo eso.
—La verdad es que he venido a atrapar a la persona que mató al bebé de Lem Csurik. Puede que sea Lem. Y puede que —no. ¿Entiendes la diferencia?
—Pero Harra dijo que Lem lo hizo y ella tiene que saberlo, es su marido.
—El cuello del bebé estaba roto. Harra cree que fue Lem, pero no le vio hacerlo. Lo que tú y tus amigos tenéis que entender es que yo no pienso cometer errores. No puedo condenar a la persona que no lo haya hecho. Mis drogas de la verdad no me dejarán hacerlo. Lo único que tiene que hacer Lem Csurik es venir aquí y decirme la verdad y su nombre quedará limpio. Si realmente es inocente. Pero supón que sí lo hizo. ¿Qué tengo que hacer con un hombre que mata a un bebé, Zed?
Zed hizo un gesto de indiferencia.
—Bueno, al fin y al cabo era sólo una mutante… —dijo y después cerró la boca y enrojeció, sin mirar a Miles.
Tal vez era mucho pedirle a un chico de doce años que se interesara por un bebé… mucho menos un mutante… no, mierda, no. No era mucho pedir. Pero ¿cómo llegar a tocar el fondo de esa superficie defensiva? Y si Miles ni siquiera podía convencer a un muchachito de doce años, ¿podía transformar como por arte de magia a todo un distrito de adultos? La ola de desesperación que lo invadió le dio ganas de gritar. Esa gente era tan insoportable, tan imposible. Controló su temperamento con firmeza.
—Tu padre fue uno de los veinte, Zed. ¿Estás orgulloso de que sirviera al emperador?
—Sí, señor. —Los ojos de Zed buscaban una salida, atrapados entre esos adultos terribles.
Miles continuó.
—Bueno, estas prácticas… matar a los mutantes, avergüenzan al emperador cuando representa a Barrayar ante toda la galaxia. Yo estuve allí. Y lo sé. Nos llaman salvajes por los crímenes de unos pocos. Esas muertes avergüenzan al conde, mi padre, ante sus pares y al valle Silvy ante todo el distrito. Un soldado obtiene gloria matando a un enemigo armado, no a un bebé. Este asunto toca mi honor como Vorkosigan que soy, Zed. Además… —Los labios de Miles esbozaron una sonrisa helada, sin alegría y se inclinó hacia adelante en su silla, con toda su atención. Zed retrocedió tanto como se atrevió…—. Además, te sorprenderías de las cosas que solo-un-mutante puede hacer. Eso fue lo que juré sobre la tumba de mi abuelo.
Zed parecía más asustado que convencido, y su indolencia se había convertido casi en servilismo. Miles se recostó en su silla y lo soltó con un movimiento de la mano.
—Vete a jugar, niño.
Zed no necesitaba que le metieran prisa. Él y sus compañeros salieron disparados como si hubieran estado atados y con la cuerda tensa y alguien los hubiera soltado de pronto.