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—Claro.

Pym, con una linterna en la mano, recorría con Karal las líneas de caballos, inspeccionando el terreno. El muchacho mayor de Karal había atrapado a la yegua alazana y la había traído de vuelta. Era evidente que ella misma había roto su cuerda, nadie la había soltado. La elección de la víctima equina, ¿había sido azarosa o calculada? ¿Y calculada hasta qué punto? ¿Habían atacado a Tonto como símbolo de su dueño o porque la persona que lo había cortado conocía la pasión de Miles por el animal? ¿Era vandalismo, una afirmación política o un acto de crueldad preciso, bien dirigido y sutil?

¿Qué te he hecho? pensó Miles en silencio hacia la oscuridad que lo rodeaba.

—Se han escapado —informó Pym—, ya estaban fuera del alcance del detector antes de que pudiera respirar de nuevo. Mis disculpas, milord. No parecen haber dejado caer nada al suelo.

Tendría que haber un cuchillo, por lo menos. Un cuchillo, con la hoja empapada en sangre de caballo y un dibujo de perfectas huellas dactilares habría sido muy conveniente. Miles suspiró.

La señora Karal se acercó, despacio, y miró el equipo médico de Dea mientras el doctor lo limpiaba y guardaba.

—Todo eso —murmuró entre dientes— por un caballo…

Miles se contuvo, apenas. Hubiera querido saltar y defender con calor el valor de ese caballo en particular. Pero, ¿a cuánta gente había visto sufrir y morir la señora Karal en el valle por falta de la mínima tecnología médica que llevaba Dea bajo el brazo en ese momento?

Miles vigiló a su caballo desde la galería mientras la aurora se deslizaba lentamente sobre el paisaje. Se había cambiado la camisa y se había lavado. Pym estaba dentro. Le vendaban las costillas. Miles se sentó con la espalda contra la pared y un bloqueador sobre las piernas mientras la oscuridad nocturna se iba tornando gris. El valle era una mancha grisácea, envuelta en niebla, las colinas parecían grandes olas oscuras más allá. Y justo sobre la cabeza, el gris se iba transformando en un celeste pálido. El día sería hermoso y cálido una vez que desapareciera la niebla.

Era evidente que había llegado el momento de llamar a las tropas de Hassadar. El asunto se estaba poniendo difícil. Su guardaespaldas estaba casi fuera de combate… aunque fuera el caballo de Miles el que lo hubiera dejado así, no el atacante misterioso. Pero el hecho de que los ataques no hubieran sido fatales no significaba que no se hubiera pretendido que lo fueran. Tal vez un tercer ataque se llevaría a cabo con mayor experiencia. La práctica lleva a la perfección.

Miles se sentía exhausto. El cansancio y los nervios lo habían vencido. ¿Cómo había permitido que un caballo cualquiera se convirtiera en semejante palanca sobre sus emociones? Malo, casi una locura… y sin embargo, seguramente Tonto era una de las almas más puras e inocentes que Miles hubiera conocido. Miles recordó la otra alma inocente del caso y tembló en la oscuridad. Fue cruel, señor, fue algo cruel… Pym tenía razón. En ese mismo momento los arbustos podían estar llenos de los asesinos amigos de Csurik.

Mierda, los arbustos se movían… sí, ahí, un movimiento, un grupo de ramas que se golpeaban al retroceder para dar paso… ¿A qué? El corazón de Miles saltó en su pecho. Ajustó el bloqueador en energía máxima, se deslizó en silencio por los escalones de la galería y se movió aprovechando los lugares en que el pasto largo del patio no había quedado aplastado por las actividades del día y la noche anteriores. Se quedó quieto como un felino al ver cómo una forma poco clara se coagulaba en medio de la niebla.

Un joven flaco, no demasiado alto, vestido con los pantalones anchos que parecían ser la prenda más común del lugar, estaba de pie con un gesto de cansancio junto a las líneas de caballos mirando desde el patio la cabaña de Karal. Se quedó allí durante dos minutos de reloj, sin moverse. Miles lo tenía en la mira del bloqueador. Si se atrevía a dar un solo paso hacia Tonto…

El joven caminó hacia adelante y luego hacia atrás con incertidumbre, después se puso en cuclillas, sin dejar de mirar hacia el patio. Sacó algo del bolsillo de su chaqueta suelta. El dedo de Miles se tensó sobre el gatillo pero el joven se llevó lo que fuera a la boca y lo mordió. Una manzana. El crujido del mordisco llegó bien lejos en el aire húmedo y también el perfume leve de la fruta. El joven se comió la mitad, después se detuvo, como si le costara tragar. Miles controló el cuchillo en su cinturón, se aseguró de que estaba suelto en la vaina. Los ollares de Tonto se extendieron y relinchó con esperanza. El joven lo miró. Se levantó y caminó hasta el caballo.

La sangre latía en las orejas de Miles, más fuerte que cualquier otro sonido. Tenía la mano del arma cubierta de sudor y los nudillos blancos. El joven le dio a Tonto la mitad de su manzana. El caballo se la tragó; la mandíbula le chorreaba sobre la piel. Después levantó la cadera, puso a descansar un casco trasero y suspiró con fuerza. Si Miles no hubiera visto al joven comer el otro pedazo de la manzana, le habría disparado inmediatamente. Pero no podía estar envenenada… El hombre hizo un gesto como para acariciar el cuello de Tonto, después retiró la mano, asombrado, al ver el vendaje de Dea. Tonto cabeceó, inquieto. Miles se puso de pie y se quedó así, esperando. El hombre rascó las orejas de Tonto, miró otra vez a la cabaña, respiró hondo y avanzó, vio a Miles y se quedó inmóvil a mitad del paso que estaba dando.

—¿Lem Csurik? —dijo Miles.

Una pausa, un asentimiento tenso.

—¿Señor Vorkosigan? —preguntó el joven.

Miles asintió a su vez.

Csurik tragó saliva.

—Señor Vor —dijo temblando—, ¿sabe usted cumplir con su palabra?

Qué manera tan rara de empezar. Miles alzó las cejas. Mierda, sigamos con el asunto.

—Sí. ¿Piensa entregarse:

—Sí y no, milord.

—¿Cuál de los dos?

—Un trato, milord. Quiero hacer un trato y necesito su palabra.

—Si usted mató a Raina…

—No, señor, lo juro… Yo NO la maté.

—Entonces no tiene nada que temer de mí.

Lem Csurik apretó los labios, ¿Qué mierda era lo que ese joven encontraba irónico? ¿Cómo se atrevía a encontrar irónica la confusión de Miles? Ironía, sí, nada de diversión.

—Ah, señor —jadeó Csurik—. Ojalá fuera así. Pero yo tengo que probárselo a Harra. Harta tiene que creerme… usted tiene que hacer que me crea, señor.

—Primero tengo que creerle lo, Por suerte, eso no es difícil de conseguir. Venga a la cabaña hágame la misma declaración bajo pentarrápida. Entonces Yo limpiaré su nombre.

Csurik negó con la cabeza.

—¿Por qué no? —dijo Miles col, paciencia. Que Csurik hubiera aparecido por propia voluntad era una indicación importante, aunque circunstancial, que apuntaba a su inocencia. A menos que se hubiera imaginado que de alguna forma podía vencer a la droga. Miles sería paciente durante… bueno, tres o cuatro segundos. Por lo menos. Y después, por Dios, le dispararía con el bloqueador, lo arrastraría adentro, lo ataría hasta que se despertara y llegaría al fondo de ese asunto antes del desayuno.

—La droga… dicen que uno no puede esconder nada.

—Sería muy Poco útil si se pudiera.

Csurik se quedó callado un segundo.

—¿Está tratando de esconder algún crimen menor? ¿Ése es el trato que quiere hacer? ¿Una amnistía? Tal vez… tal vez fuera posible. Si no se trata de otro asesinato, quiero decir.

—No, señor. Nunca he matado a nadie.

—Entonces, tal vez podamos hacer un trato. Porque si usted es inocente, necesito saberlo cuanto antes. Significará que todavía no he terminado mi trabajo aquí.

—Ese… ése es el problema, señor. —Csurik enmudeció y después pareció llegar a algún tipo de decisión interna y se puso de pie, con fuerza—. Estoy dispuesto a entrar y desafiar a su droga. Y contestaré cualquier cosa que quiera preguntarme sobre mí… Pero tiene que prometerme… ¡no, jurarme! que no me preguntará nada sobre nada más. Nadie más.