Miles miró a Harra a los ojos.
—Creo que todos ustedes la subestiman. Esa ternura excesiva insulta tanto su inteligencia como su voluntad. Harra viene de una línea dura, sí, señor.
Harra aspiró hondo, tratando de controlar el temblor. Asintió mirando a Miles corno para decirle Gracias, hombrecito. Él le devolvió el gesto con una inclinación de cabeza, Sí, entiendo.
—No estoy seguro de dónde está la justicia en este caso —dijo Miles—, pero puedo jurarles algo: los días del encubrimiento terminaron. No habrá más crímenes secretos en la noche. La luz del día ha llegado. Y hablando de crímenes en la noche —se volvió hacia la señora Mattulich—, ¿fue usted la que trató de cortarle el cuello a mi caballo anoche?
—Lo intenté —dijo la señora Mattulich, más tranquila ahora en una onda de dulzura de la pentarrápida—, pero levantaba la cabeza y hasta la patas.
—¿Por qué mi caballo? —Miles no podía disimular la exasperación que había en su voz, aunque el manual de interrogatorio exigía un tono más reposado.
_No podía atacarle a usted —dijo la señora Mattulich con sencillez.
—¿Infanticidio retroactivo por interpósita persona… o animal? —murmuró.
—Sí —respondió la señora Mattulich y su odio atravesó incluso la asquerosa alegría de la pentarrápida—, usted es el peor. Todo lo que sufrí, todo lo que hice, todo el dolor y aparece usted al final. Un mutante convertido en señor de todos nosotros y todas las reglas cambiadas, traicionadas al final por la debilidad de una mujer de otro mundo. Usted consigue que todo lo que hice no valga nada. Lo odio. Mutante sucio… —Su voz siguió murmurando cosas ininteligibles.
Miles respiró hondo, y miró a su alrededor. El silencio era profundo y nadie se atrevía a romperlo.
—Creo —dijo— que eso concluye mi investigación sobre los hechos de este caso.
El misterio de la muerte de Raina estaba resuelto.
Por desgracia, todavía quedaba el problema de la justicia.
Miles se fue a pasear.
El cementerio, aunque no era mucho más que un claro en el bosque, era un lugar de paz y belleza bajo la luz de la mañana. El arroyo borboteaba sin cesar, formando sombras verdes, cambiantes y reflejos cegadores. La brisa leve que había acabado con lo que quedaba de la niebla de la noche susurraba entre los árboles, y las criaturas pequeñas, de corta vida, que todos, excepto los biólogos de Barrayar, llamaban escarabajos, cantaban y titilaban entre las manchas de los arbustos nativos.
—Bueno, Raina —suspiró Miles—, ¿y ahora qué hago? —Pym se había quedado en lo bordes del claro, para dejarle libertad—. No te preocupes —le aseguró Miles a la pequeña tumba—: Pym ya me ha visto otras veces hablando con los muertos y tal vez crea que estoy loco. Pero está demasiado bien entrenado para decirlo.
Pym no parecía muy contento, en realidad, ni demasiado bien tampoco. Miles se sentía un poco culpable por arrastrarlo hasta allí; por derecho, tendría que haber estado descansando en la cama, pero Miles necesitaba desesperadamente ese tiempo a solas. Pym no sólo sentía el efecto de la coz de Tonto. Se había quedado en silencio desde que Miles le arrancara la confesión a la señora Mattulich. Miles no estaba sorprendido. Pym se había preparado para ser el verdugo en esa excursión; la aparición de una abuela loca como víctima le preocupaba, eso era evidente . De todos modos, obedecería las órdenes de Miles, fueran cuales fueren, Miles no lo dudaba.
Pensó un poco en las peculiaridades de la ley de Barrayar, mientras caminaba sin rumbo por el claro, mirando el arroyo y la luz y levantando alguna que otra piedra con la punta de la bota. El principio fundamental era claro: se prefería el espíritu a la letra, la verdad a los tecnicismos. Se consideraba el precedente menos importante que el juicio de un hombre en el lugar de los hechos. Por desgracia, el hombre que iba a juzgar en el lugar de los hechos era él. Así que no tenía salvación, no podía correr a protegerse bajo leyes automáticas ni esconderse en un la ley lo dice como si la ley fuera algún señor superior con una voz real. La única voz en este caso era la suya.
¿Y a quién serviría la muerte de esa vieja medio loca? ¿A Harra? La relación entre madre e hija había quedado herida de muerte. Miles lo había visto en los ojos de ambas, y, sin embargo, Harra no tenía estómago para pensar en el matricidio. Miles casi prefería que fuera así, porque tenerla a su lado clamando venganza hubiera sido una fuente de distracción en ese momento. La justicia más obvia era una recompensa bien pobre para el coraje de Harra al ir a denunciar el crimen. ¿Raina? Ah. Eso era mucho más difícil de decir.
—Me gustaría poner a esa vieja bruja a tus pies, damita —murmuró Miles—. ¿Eso es lo que quieres? ¿Te sirve de algo? ¿Qué te serviría? ¿Éste es el gran incendio que te prometí?
¿Qué tipo de sentencia brillaría más a lo largo de la gran montaña Dendarii? ¿Debía sacrificar a ese pueblo en aras de una afirmación política más importante, eso, a pesar y por encima de sus deseos? ¿O debía olvidarlo todo y juzgar sólo para los que estaban involucrados? Cogió una piedra y la arrojó con toda su fuerza al arroyo. La piedra desapareció en el lecho del río invisible.
Miles se volvió y vio al portavoz Karal en el extremo del cementerio. Karal inclinó la cabeza y se acerco con cuidado.
—Milord —saludó.
—Diga —respondió.
—¿Ha llegado a una conclusión?
—En realidad, no. —Miles miró a su alrededor— Cualquier cosa que no sea la muerte de la señora Mattulich parece… inadecuada desde le punto de vista de la justicia y sin embargo… no veo a quién voy a servir con su muerte.
_Yo tampoco lo veía. Por eso adopté la postura que tenía al principio.
—No… —aseguró Miles lentamente—, no, usted estaba equivocado en eso. En primer lugar, esa forma de proceder casi mata a Lem Csurik. Yo estaba dispuesto a perseguirlo con una fuerza mortal en cierto momento. Y casi destruye su matrimonio con Harra. La verdad es mejor. Un poco mejor. Por lo menos no es un error fatal. Seguramente… seguramente podré hacer algo con la mujer.
—Al principio no sabía qué esperar de usted —admitió Karal.
Miles meneó la cabeza.
—Quería cambiar las cosas. Hacer algo distinto. Ahora… no lo sé.
El portavoz Karal frunció el ceño.
—Pero estamos cambiando.
—No lo suficiente. No lo bastante rápido.
—Usted todavía es joven, por eso no se da cuenta de cuánto cambiamos, de lo rápido que lo hacemos. Mire la diferencia que hay entre Harra y su madre. Dios… Mire la diferencia entre la señora Mattulich y su madre. Esa sí era una bruja. —El portavoz Karal se estremeció—. Yo la recuerdo muy bien. Y sin embargo, no era distinta a las demás en su época. En este momento, si hablamos de cambios, no creo que usted pudiera pararlos si quisiera. En el minuto en que tengamos un receptor de satélite aquí, y entremos en la red común, el pasado habrá terminado. Cuando los chicos vean el futuro… su futuro, se volverán locos por él. Los viejos como la señora Mattulich ya lo han perdido. Los viejos lo saben, no crea que no. ¿Por qué cree que no fuimos capaces de conseguir por lo menos una pequeña unidad para el pueblo? No es sólo el costo. Los viejos se oponen. Lo llaman corrupción del planeta, pero en realidad, tienen miedo al futuro.
—Todavía hay tanto por hacer.
—Ah, sí. Somos un pueblo desesperado, eso es verdad. Pero tenemos esperanza. No creo que usted se dé cuenta de lo mucho que ha hecho sólo con venir aquí.
—Yo no he hecho nada —dijo Miles con amargura—. Me limité a aguardar, eso es todo. Y ahora, estoy seguro de que voy a terminar igual, es decir, sin hacer nada. Y después me iré a casa. ¡Maldición!