El guardaespaldas se puso tenso y acomodó su peso y su centro de gravedad para lanzarse por el aire.
—Basta, Bel —murmuró Miles entre dientes.
Pero Ryoval empezaba a disfrutar de la rabia del betano que lo había interrumpido.
—Usted no tiene armas. Pero, si dejamos de lado la legalidad del asunto, mis subordinados tienen instrucciones de vengarme. Es una especie de ley natural o virtual, digamos. Así que usted descubriría que ese impulso desafortunado es muy ilegal.
El barón Fell miró a Miles e hizo un gesto con la cabeza. Tiempo de intervenir.
—Es hora de irnos, capitán —dijo Miles—. No somos los únicos invitados del barón.
—Prueben el buffet caliente —sugirió Fell con amabilidad.
Ryoval cumplió con sus buenos modales y olvidó a Bel. Se volvió hacia Miles.
—Si baja al planeta, venga a mi establecimiento, almirante. Hasta un betano puede querer expandir los horizontes de su experiencia. Estoy seguro de que mi personal encontraría algo de su interés a un precio que usted pudiera pagar.
—No creo —dijo Miles—. El barón Fell tiene todo nuestro crédito.
—Ah, lo lamento. En el próximo viaje, entonces… —Ryoval se alejó sin más.
Bel no se movió.
—No puede usted vender a una ciudadana galáctica ni obligarla a bajar ahí —dijo y señaló con gesto violento la curva del planeta al otro lado de la estación. Nicol, que miraba todo desde detrás de su dulcimer, no tenía ninguna expresión en el rostro, pero sus ojos azules e intensos brillaban con fuerza.
Ryoval se volvió, fingiendo sorpresa.
—Ah, capitán, acabo de darme cuenta. Betano… sí, usted debe de ser un auténtico hermafrodita. Usted mismo es una rareza. Le ofrezco una experiencia de trabajo que le abrirá los ojos por lo menos el doble de su sueldo actual. Y ni siquiera tendría que hacerse matar. Tarifas gremiales. Le garantizo que usted sería muy, pero muy popular.
Miles sintió que veía la forma en que se elevaba la tensión de la sangre de Thorne a medida que iba comprendiendo el sentido de las palabras de Ryoval. La cara del hermafrodita se oscureció y se llenó de rabia. Miles levantó la mano y se la puso en el hombro, con fuerza. La rabia se quedó donde estaba.
—¿No? —dijo Ryoval, inclinando la cabeza— Lo lamento. Pero, hablando en serio, pagaría bien una muestra de su tejido, para mis archivos.
Bel estalló de pronto.
—¡Que mis clones fueran… fueran no sé qué tipo de esclavo en el siglo que viene… ! Sobre mi cadáver… o el suyo…
Bel estaba tan furioso que tartamudeaba, un fenómeno que Miles nunca había presenciado en siete años de amistad.
—Tan betano… —se burló Ryoval.
—Basta, Ry —gruñó Fell.
—No podemos ganarles, Bel —susurró Miles—. Es hora de tocar a retirada. —El guardaespaldas temblaba.
Fell asintió para hacerle saber a Miles que aprobaba sus palabras.
—Gracias por su hospitalidad, barón Fell —prosiguió Miles formalmente—. Buenas noches, barón Ryoval.
—Buenas noches, almirante —dijo Ryoval, dejando ir lo que, evidentemente, había sido para él el mejor entretenimiento de la noche—. Usted es del tipo cosmopolita, para ser betano. Tal vez quiera visitarnos algún día sin la compañía de su amigo moralista.
Una guerra de palabras había que ganarla con palabras.
—No lo creo —murmuró Miles, buscando en su cabeza un insulto poderoso para dejarlo en su retirada.
—Qué lástima —dijo Ryoval—. Tenemos un acto de perros y enanos que le fascinaría, estoy seguro.
Hubo un momento de silencio absoluto.
—¿Y si los freímos en aceite desde la órbita? —sugirió Bel tenso. Miles sonrió a través de los dientes apretados, se inclinó y se retiró llevando la manga de Bel sujeta entre sus manos. Cuando se volvió pudo oír a Ryoval riéndose a sus espaldas.
El mayordomo de Fell apareció como por parte de magia a sus espaldas.
—Por aquí, por favor, oficiales —sonrió. A Miles nunca lo habían echado de un lugar con tanta amabilidad.
Cuando volvieron a bordo del Ariel, Thorne se puso a caminar de un lado a otro mientras Miles se sentaba a tomar un café tan negro y caliente como sus pensamientos.
—Lamento haber perdido los estribos con ese presumido de Ryoval —se disculpó Bel con un gruñido.
—Presumido, una mierda —dijo Miles—. El cerebro que hay en ese cuerpo debe de tener por lo menos cien años. Te tocó como a un violín. No. No podemos esperar contestarle el golpe. Admito que hubiera preferido que te hubieras callado la boca. —Tragó aire para tranquilizarse.
Bel hizo un gesto de aceptación y siguió caminando.
—Y esa pobre chica, atrapada en esa burbuja… tuve la oportunidad de charlar con ella y la desaproveché… Idiota…
Esa mujer realmente había despertado al hombre que había en Thorne, reflexionó Miles con ironía.
—Les ocurre a los mejores —murmuró. Sonrió a su café, después frunció el ceño. No. Mejor no alentar a Thorne en el asunto de la cuadrúmana. Era obvio que ella era mucho más que una sirviente en la casa de Fell. Tenían una nave, una tripulación de veinte personas, y aunque hubieran tenido a toda la flota Dendarii para apoyarlos, se lo habría pensado dos veces antes de ofender al barón Fell en su propio territorio. Tenían una misión. Y hablando de eso, ¿dónde mierda estaba ese técnico? ¿Por qué no se había puesto en contacto con ellos, como estaba previsto?
En ese momento sonó el intercomunicador de la pared.
Thorne fue hasta él y lo cogió.
—Aquí Thorne.
—Cabo Nout, en la puerta de embarque. Aquí hay una… una mujer que pregunta por usted.
Thorne y Miles intercambiaron una mirada.
—¿Cómo se llama? —preguntó Thorne.
Un murmullo y después:
—Dice que es Nicol.
Thorne soltó una exclamación de sorpresa.
—Que alguien la escolte hasta aquí.
—Sí, capitán. —El cabo se olvidó de apagar el intercomunicador y se oyó su voz al alejarse—: Si uno se queda en este puesto lo suficiente, no hay nada que no pueda ver.
Nicol apareció en el umbral balanceándose en una silla de flotación, una taza tubular que parecía estar buscando su plato en el aire, vestida con algo azul de tela pesada a juego con sus ojos. Se deslizó a través del umbral con tanta facilidad como una mujer que balancea las caderas para pasar por un lugar estrecho, se detuvo frente a la mesa de Miles y ajustó la altura de su aparato a la de una persona sentada. Los controles, que manejaba con las manos inferiores, dejaban las superiores enteramente libres. El soporte del cuerpo debía de haber sido diseñado especialmente para ella. Miles la observó maniobrar con gran interés. No habría jurado que pudiera vivir fuera de la burbuja de vacío. Esperaba verla débil, pero no lo parecía. Parecía decidida. Miró a Thorne, quien estaba radiante.
—Nicol. Me alegro tanto de verla de nuevo.
Ella asintió.
—Capitán Thorne. Almirante Naismith. —Miró a uno y a otro y finalmente fijó la vista en Thorne. Miles se daba cuenta de la razón. Tomó un trago de café y esperó los acontecimientos.
—Capitán Thorne. Usted es un mercenario, ¿verdad?
—Sí…
—Y… perdóneme si no es cierto, pero me… me pareció que había cierta empatía con mi… mi situación. Una comprensión de mi posición.
Thorne enrojeció y le hizo una inclinación de cabeza un poco idiota.
—Entiendo que usted está suspendida sobre un abismo.
Ella asintió sin decir nada.
—Ella misma se metió en él —señaló Miles.
—Y pienso salir —afirmó con altivez.
Miles se encogió de hombros y siguió tomando café.