Nicol volvió a ajustar la silla voladora, un gesto nervioso que terminó por ponerla a la misma altura a la que había empezado.
—Me parece —dijo Miles— que el barón Fell es un protector formidable. No estoy seguro de que usted tenga nada que temer de Ryoval y su… interés carnal en usted mientras Fell esté a cargo de la situación.
—El barón Fell se está muriendo. —Ella movió la cabeza por lo menos, eso es lo que él cree.
—Lo suponía. ¿Por qué no se fabrica un clon?
—Lo hizo. Arregló todo con la Casa Bharaputra. El clon tenía catorce años, de tamaño completo. Y hace unos dos meses, alguien lo asesinó. El barón todavía no ha descubierto quién lo hizo, aunque tiene su listita. Encabezada por su medio hermano.
—Y así lo dejan encerrado en su cuerpo envejecido. Que… maniobra táctica fascinante. … —musitó Miles—. ¿Qué va a hacer ese enemigo desconocido ahora, me pregunto? ¿Sólo esperar?
—No lo sé —dijo Nicol—. El barón hizo que empezaran otro clon, pero todavía no ha salido del replicador. Incluso con los aceleradores de crecimiento pasarían años hasta que pudiera madurar lo suficiente para hacer el trasplante. Y… se me ocurre que hasta entonces el barón puede morir de muchas formas, además de las naturales.
—Una situación insegura —aceptó Miles.
—Quiero irme. Quiero comprar un pasaje y salir de aquí.
—Entonces ¿por qué —dijo Miles con la voz seca—, por qué no lleva su dinero a las oficinas de una de las tres líneas comerciales de pasajeros que llegan aquí y compra un billete?
—Por el contrato —dijo Nicol—. Cuando lo firmé en la Tierra no me di cuenta de lo que significaría cuando llegara a Jackson’s Whole. Nunca voy a poder salir de aquí a menos que el barón quiera dejarme ir. Y no sé por qué… pero parece que cada vez cuesta más vivir aquí. He hecho un cálculo y la cosa se va a poner mucho peor antes de que termine mi tiempo a su servicio.
—¿Cuánto falta? —Preguntó Thorne.
—Cinco años,
—¡Mmm! —soltó Thorne, comprensivo.
—Así que usted… bien, quiere que le ayudemos a romper un contrato con un sindicato —resumió Miles, haciendo anillos de café sobre la mesa con el culo de la taza—. Que la saquemos en secreto, supongo.
—Puedo pagarle. Ahora puedo pagar más de lo que podré los próximos años. Esto no es lo que yo esperaba cuando vine… Me hablaron de grabar una demostración en vídeo… y nunca se hizo. No creo que vayan a grabarla. Llegaría a un público mayor si volviera a casa, eso si consigo lo suficiente para pagar el precio de esa vuelta. Quiero ir con mi gente. Quiero… quiero salir de aquí antes de que me empujen a ese abismo. —Hizo un gesto en la dirección del planeta alrededor del cual orbitaban—. La gente que baja, nunca vuelve. —Hizo una pausa—. ¿Le tiene miedo al barón Fell?
—¡No! —dijo Thorne, mientras Miles contestaba:
—Sí. —Ambos intercambiaron una mirada sardónica.
—Digamos que nos inclinamos a cuidarnos mucho del barón Fell —sugirió Miles. Thorne se encogió de hombros asintiendo. Ella frunció el ceño y maniobró hasta la mesa. Sacó un puñado de dinero de distintas monedas planetarias del bolsillo de su chaqueta azul y lo puso frente a Miles.
—¿Esto calmaría sus nervios?
Thorne puso los dedos sobre el fajo y lo contó. Por lo menos, unos dos mil dólares betanos, en una estimación a la baja, sobre todo en billetes de denominaciones medias, aunque arriba había un billete de una unidad betana que disimulaba el valor de todo el fajo frente a una mirada accidental.
—Bueno —dijo Thorne, dirigiéndose a Miles—, ¿y qué pensamos de esto nosotros, mercenarios?
Miles se reclinó pensativo en su silla. El secreto de la identidad de Miles no era el único favor al que podía apelar Thorne, si quería. Miles recordaba el día en que Thorne le había ayudado a capturar una estación de minería en un asteroide y el acorazado Triunfo, sin otra cosa que dieciséis hombres con equipo de combate y muchísimo valor.
—Me gusta alentar a mis comandantes a que manejen las finanzas con creatividad —dijo por fin—. Negocie, capitán.
Thorne sonrió, y sacó el dólar betano de la pila de billetes.
—Me doy cuenta de que entiende la idea general —se dirigió a Nicol—. Pero hay un error en la suma.
La mano de ella fue hasta su chaqueta y se detuvo mientras Thorne sacaba el resto de los billetes y los empujaba todos, menos el primero, de nuevo hacia ella.
—¿Qué?
Thorne alzó el billete:
—Esta es la suma correcta. Ahora es un contrato oficial. —Bel le tendió la mano y después de un momento de asombro e incredulidad, ella se la apretó—. Trato hecho —dijo Thorne con alegría.
—Héroe —advirtió Miles levantando un dedo—. Ten cuidado. Voy a vetar todo esto si no encuentras una forma de hacerlo en absoluto secreto. Ésa es mi parte del precio.
—Sí, señor —dijo Thorne.
Al cabo de unas horas, Miles se despertó de golpe en su cabina del Ariel. La consola de comunicación llamaba insistentemente. Miles había estado soñando, pero fuera lo que fuere, desapareció de su conciencia al instante, aunque le quedó la impresión de que había sido algo desagradable. Biológico y desagradable.
—Naismith.
—Soy el oficial de guardia en Comunicaciones, señor. Tiene una llamada desde la red de comunicación del área comercial. Pide que le diga que es Vaughn.
Vaughn era el nombre en clave del doctor Canaba, el hombre que tenía que recoger. Miles se puso la chaqueta del uniforme sobre la camiseta negra, se pasó los dedos por el cabello y se deslizó hacia su silla de consola.
—Que pase.
La cara de un hombre que casi había pasado ya la madurez se materializó sobre la pantalla de vídeo de Miles. De piel bronceada, rasgos sin determinación étnica alguna, el cabello corto, ondulado y grisáceo en las sienes, lo más interesante era la inteligencia que surgía de esos rasgos y la mirada de los ojos castaños. Bueno, ése es mi hombre, pensó Miles con satisfacción. Ya lo tenemos. Pero Canaba estaba muy tenso. Parecía inquieto.
—¿Almirante Naismith?
—Sí. ¿Vaughn?
Canaba asintió.
—¿Dónde está? —preguntó Miles.
—Abajo.
—Se suponía que íbamos a encontrarnos aquí arriba.
—Lo sé. Pero ha ocurrido algo. Un problema.
—¿Qué tipo de problema? ¿Este canal… es seguro?
Canaba rió con amargura.
—En este planeta no hay nada seguro. Pero no creo que me sigan la pista. Todavía no puedo subir a su nave. Necesito… ayuda.
—Vaughn, no estamos equipados para sacarlo luchando contra fuerzas superiores… si lo cogieran prisionero…
El hombre meneó la cabeza.
—No, no es eso, es que… he perdido algo. Necesito ayuda para recuperarlo.
—Se suponía que usted iba a dejarlo todo aquí. Le compensarán.
—No es una posesión personal. Es algo que su patrón necesita con desesperación. Algunas… muestras que me… que me han arrebatado. No me aceptarán sin eso.
El doctor Canaba creía que Miles era un mercenario cualquiera al que le habían confiado apenas un mínimo de información secreta de la Seguridad de Barrayar. Perfecto.
—Todo lo que me pidieron que transportase era usted y sus habilidades.
—No se lo dijeron todo.
Claro que sí. Barrayar le aceptarla sin nada encima y estaría agradecida. ¿Qué mierda era esto?
Canaba se encontró con el ceño fruncido de Miles.
—No puedo irme sin eso. No me iré. O no hay trato. Y puede usted esperar su paga sentado, mercenario.
Lo decía en serio. Mierda. Miles entrecerró los ojos.
—Todo esto es un poco misterioso.