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—Juntos, los seis complejos representan miles de horas de investigación, sobre todo mía, pero también de otros, el trabajo de mi vida. Había pensado en llevarlos conmigo. Los había preparado y envuelto en un complejo vital. Los coloqué, dormidos, listos, en un… —Canaba pareció dudar—. En un organismo vivo. Pensé que nadie los encontraría allí.

—¿Por qué no los puso en sus propios tejidos? —preguntó Miles, irritado—. Entonces no los hubiera perdido.

La boca de Canaba se abrió de par en par.

—Yo. … Bueno, no lo pensé. ¿Por qué no se me ocurrió? —Su mano se tocó la frente como preguntándose la razón, como buscando los sistemas que hubieran podido fallar. Apretó los labios— Pero no habría habido diferencia. Todavía necesitaría… —Se calló—. Es el organismo —dijo por fin—. La… criatura. —Otro silencio largo.

»De todas las cosas que he hecho —continuó en voz baja—, de todas las interrupciones que este lugar vil ha impuesto a mi trabajo, hay una que lamento en especial. Usted me entiende, esto fue hace mucho. Yo era joven, pensé que todavía tenía un futuro que proteger. Y no era todo cosa mía… era culpable por obedecer, ¿eh? Prefería poner la culpa en otro lado, decir que era culpa de él, de ella… bueno, ahora es culpa mía.

Quiere decir mía, pensó Miles con amargura.

—Doctor, cuanto más tiempo pasemos aquí, tanto mayor es la posibilidad de que esta operación fracase. Por favor, vayamos al grano.

—Sí… sí… Bueno, hace unos años, los laboratorios de la Casa Bharaputra aceptaron un contrato para fabricar una… nueva especie. Bajo pedido.

—Pensé que los que eran famosos por fabricar o lo que fuera, bajo pedido, eran los de la Casa Ryoval —dijo Miles.

—Ellos hacen esclavos. Están muy especializados. Y son una empresa pequeña… su cartera de clientes es sorprendentemente corta. Hay muchos hombres ricos, supongo, y hay muchos hombres depravados, pero un cliente de la Casa Ryoval tiene que ser miembro de ambos conjuntos y, en general, esos conjuntos no se superponen demasiado, no tanto como uno cree. De todos modos, nuestro contrato iba a ser el primero de una nueva producción, una producción en grande que queda mucho más allá de las posibilidades de la Casa Ryoval. Un gobierno subplanetario, presionado por sus vecinos, quería que hiciéramos una raza de supersoldados para ellos.

—No entiendo —dijo Miles—. Creía que eso ya se había intentado. Más de una vez.

—Esta vez pensamos que podíamos, O por lo menos, la jerarquía de Bharaputra estaba dispuesta a intentarlo. Pero había demasiada gente interesada en el proyecto. El cliente, nuestros superiores, los miembros del proyecto genético, todo el mundo tenía ideas que proponer y tratar de imponer. Juro que estaba condenado al fracaso desde antes de pasar por el comité de diseño.

—Un supersoldado. Diseñado por un comité. Dios mío. Tiemblo sólo de pensarlo. —Miles estaba fascinado—. ¿Y que pasó?

—A muchos de nosotros nos parecía… que los límites físicos de lo humano ya se habían alcanzado. Una vez que un… digamos un sistema muscular tiene una salud perfecta, está estimulado al máximo por las hormonas correspondientes, ejercitado hasta sus límites, eso es todo lo que se puede hacer. Así que buscamos otras especies para mejorarlo. Yo, por ejemplo, me interesé mucho en los metabolismos aeróbicos y anaeróbicos de los músculos del caballo de carrera…

—¿Qué? —preguntó Thorne, impresionado.

—Hubo otras ideas. Demasiadas. Y juro que no fueron todas mías.

—¿Mezclaron genes animales y humanos? —preguntó Miles.

—¿Por qué no? Los genes humanos se separaron de los animales al principio… fue lo primero que se intentó. La insulina humana extraída de las bacterias y así. Pero hasta ahora nadie se había atrevido a hacerlo en dirección contraria. Rompí la barrera, quebré los códigos… Parecía tan bueno al principio. Sólo cuando los primeros llegaron a la pubertad comprendimos el alcance de los errores que habíamos cometido. Bueno. Fue sólo un intento. Se suponía que iban a ser formidables. Pero terminaron convertidos en monstruos.

—Dígame —preguntó Miles horrorizado—, ¿había algún soldado con experiencia real de combate en el comité?

—Supongo que el cliente los tenía. Ellos fueron los que nos dieron los parámetros.

Thorne dijo en voz sofocada:

—Ya veo. Estaban tratando de reinventar el soldado raso o algo así.

Miles echó una mirada fulminante a Thorne y golpeó el reloj con un dedo.

—Siga, doctor, no deje que lo interrumpamos.

Hubo un silencio corto. Canaba empezó de nuevo.

—Hicimos diez prototipos. Después el cliente… cerró el negocio. Perdió la guerra…

—¿Por qué será que no me sorprende? —musitó Miles entre dientes.

—Se cortaron los fondos, el proyecto se dejó de lado antes de que pudiéramos aplicar lo que habíamos aprendido de nuestros primeros errores. De los diez prototipos murieron nueve. Quedó uno. Lo teníamos en los laboratorios por… ciertas dificultades para mantenerlo… Puse mis complejos genéticos en ese prototipo. Todavía están ahí. Lo último que pensaba hacer antes de irme era matar al prototipo. Un acto piadoso… una responsabilidad… Mi expiación, si usted quiere.

—¿Y después? —lo apuró Miles.

—Hace unos pocos días, alguien lo vendió de repente a la Casa Ryoval. Como novedad, aparentemente. El barón Ryoval colecciona seres extraños de todo tipo, para sus bancos de tejidos…

Miles y Bel intercambiaron una mirada.

—Yo no tenía idea de que iban a venderlo. Entré en el laboratorio esa mañana y no estaba… No creo que Ryoval tenga idea de lo que vale de verdad. Ahí está, por lo que sé, en las instalaciones de Ryoval.

Miles presintió que le iba a coger un fuerte dolor de cabeza. Por el frío, sin duda.

—Y puedo preguntarle qué es lo que usted pretende que nosotros hagamos al respecto…

—Entrar de alguna forma. Matarlo. Buscar una muestra de tejido… Sólo así iré con ustedes.

Y dolor de estómago.

—¿Qué, las dos orejas y el rabo?

Canaba lo miró con frialdad.

—El músculo gastronemio izquierdo. Ahí puse los complejos. Los virus de almacenamiento no son virulentos, no pueden haber ido muy lejos. La mayor concentración tiene que seguir en el mismo lugar.

—Ya veo. —Miles se frotó las sienes y se apretó los ojos—.

De acuerdo. Nos ocuparemos de eso. Este contacto personal entre nosotros es muy peligroso. Preferiría no repetirlo. Arrégleselas para venir a mi nave en cuarenta y ocho horas. ¿Le parece que podemos tener algún problema para reconocer a su criatura?

—No creo. Este espécimen en particular medía unos dos metros y medio. Quiero… quiero que sepan que los colmillos no fueron idea mía.

—Ya… ya veo.

—Se mueve muy, pero muy rápido, si todavía está sano. ¿Les puedo ayudar en algo? Tengo acceso a venenos indoloros…

—Ya ha hecho bastante, gracias. Por favor, déjenos esto a los profesionales, ¿eh?

—Sería mejor si se pudiera destruir su cuerpo por completo. Que no queden células. Si pueden.

—Para eso se inventaron los arcos de plasma. Mejor será que se vaya.

—Sí. —Canaba dudada— ¿Almirante Naismith?

—¿Si… ?

—Yo… sería mejor que mi futuro patrón no supiera nada acerca de esto. Tienen intereses militares importantes. Tal vez la noticia los excite demasiado.

—Ah —dijo Miles/almirante Naismith /teniente lord Vorkosigan del Servicio Imperial de Barrayar—. No creo que deba preocuparse por eso.