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—¿Le parece que cuarenta y ocho horas son suficientes para su incursión? —se preocupó Canaba—. Ya sabe que si no consigue el tejido, volveré abajo. No pienso dejarme atrapar en su nave.

—Usted tiene que estar conforme, está en mi contrato —dijo Miles—. Ahora, váyase.

—Tengo que confiar en usted, señor. —Canaba asintió, angustiado, y se retiró.

Esperaron unos minutos en la habitación congelada para que Canaba se alejara un poco. El edificio crujía a causa del viento; desde un corredor superior llegó un chillido extraño y, después, una risa que se cortó abruptamente. El guardia que seguía a Canaba regresó enseguida.

—Se ha ido a su coche, señor.

—Bien —dijo Thorne—. Supongo que vamos a necesitar un plano de las instalaciones de Ryoval, señor.

—Creo que no —dijo Miles.

—Si vamos a atacar…

—Atacar, y un cuerno. No pienso arriesgar a mis hombres en algo tan idiota. Dije que iba a matar a su pecado por él. No le dije cómo pienso hacerlo.

La red de comunicación comercial del puerto de transbordadores del planeta parecía tan adecuada como cualquier otro punto. Miles se deslizó dentro de la cabina y colocó su tarjeta de crédito en la máquina mientras Thorne se quedaba en un punto de observación y los guardias esperaban fuera. Marcó el código.

En un momento el panel de vídeo produjo la imagen de una recepcionista de cara dulce con hoyuelos y una cresta blanca de piel en lugar de cabello.

—Casa Ryoval, Servicios al Cliente. ¿En qué puedo servirle, señor?

—Me gustaría hablar con el señor Deem, director de Ventas y Demostraciones —dijo Miles con voz suave—; acerca de una posible compra para mi organización.

—¿De parte de quién?

—El almirante Miles Naismith, de la Flota de los Mercenarios Libres de Dendarii.

—Un momento, por favor.

—¿De verdad cree que se lo venderán así como así? —murmuró Bel a su lado mientras la cara de la chica se esfumaba y aparecía un diseño de luces y de colores y una música dulzona.

—¿Recuerdas lo que oímos ayer? —dijo Miles—. Te apuesto a que está en venta. Y barato. —Pero tenía que intentar no parecer demasiado interesado.

En un breve espacio de tiempo, el diseño de colores dejó, paso a una cara de un hombre sorprendentemente hermoso, un albino de ojos azules con una camisa de seda roja. Tenía un golpe lívido muy visible en la mejilla.

—Soy Deem. ¿En qué puedo ayudarle, almirante?

Miles se aclaró la garganta con cuidado.

—Me ha llegado un rumor de que la Casa Ryoval tal vez haya adquirido hace poco de la Casa Bharaputra un artículo de algún interés profesional para mí. Supuestamente, sería el prototipo de algún tipo de luchador mejorado ¿Sabe algo acerca de eso?

La mano de Deem fue hasta el golpe y lo palpó con cuidado. Después se alejó.

—Sí, señor, tenemos un artículo así.

—¿Y está en venta?

—Ah, sí… bueno, quiero decir… que me parece que hay algún arreglo pendiente. Pero todavía se puede ofrecer algo por él…

—¿Podría inspeccionarlo?

—Por supuesto —le contestó Deem con alegría reprimida ¿Cuándo?

Hubo un estallido de estática y la imagen del vídeo se dividió. La cara de Deem se desplazó a un lateral.

La nueva cara era demasiado familiar. Bel hizo un ruido de profundo disgusto entre los dientes.

—Yo contestaré esta llamada. Deem —dijo el barón Ryoval.

—Sí, señor. —Los ojos de Deem reflejaron sorpresa y cortó. La imagen de Ryoval se agrandó hasta ocupar todo el espacio disponible.

—Bueno, betano —sonrió el barón—, parece que sí tengo algo que usted quiere, después de todo.

Miles se encogió de hombros.

—Puede —contestó con un tono neutro— Si está dentro de mis posibilidades en cuanto al precio.

—Creía que le había dado todo su dinero a Fell.

Miles abrió las manos.

—Un buen comandante siempre tiene reservas escondidas. Sin embargo, todavía no se ha establecido el verdadero valor del objeto. En realidad, ni siquiera se ha establecido su existencia.

—Ah, existe, se lo aseguro. Y es… impresionante. Para mí fue un placer increíble agregarlo a mi colección. Realmente, no me gustaría desprenderme de… Pero para usted —dijo Ryoval y sonrió todavía más—, tal vez sea posible arreglar una tarifa especial que recorte los gastos. —Rió entre dientes, como ante alguna broma secreta que a Miles se le escapaba.

A mí me gustaría cortarte el cuello, no los gastos.

—¿Ah, sí?

—Le propongo un trueque simple —dijo Ryoval—. Carne por carne.

—Tal vez está haciendo una estimación errónea de mi interés, barón.

Los ojos de Ryoval brillaron en la pantalla.

—No lo creo.

Sabe que no me acercaría ni a dos kilómetros si no fuera algo que me interesa de verdad.

—Dígame el precio.

—Voy a ser completamente justo. Le cambio el monstruo de los Bharaputra… ah, debería verlo, almirante…, por tres muestras de tejidos. Tres muestras que, si usted es inteligente, no le costarán nada. —Ryoval levantó un dedo—. Una de su hermafrodita betano —segundo dedo—, otra de usted mismo —Y tercer dedo—, y otra de la intérprete cuadrúmana del barón Fell.

En el rincón de la cabina, Bel Thorne parecía estar dominándose para no tener un ataque de apoplejía. En silencio, por suerte.

—Esa tercera muestra puede resultarme muy difícil de obtener —contestó Miles, que quería ganar tiempo para pensar.

—Menos difícil para usted que para mí —dijo Ryoval—. Fell conoce a mis agentes. Le dije mis intenciones y ahora está en guardia. Usted representa una oportunidad única para conseguir lo que quiero sorteando su guardia. Si le doy una motivación suficiente, estoy seguro de que la cosa no está fuera de sus posibilidades, mercenario.

—Si me dan suficiente motivación, hay muy pocas cosas que estén fuera de mis posibilidades, barón. —Contestó Miles, casi sin pensar.

—Bueno, entonces espero que usted me llame en. … digamos veinticuatro horas. Después de eso retiraré mi oferta. —Ryoval saludó contento—. Buenos días, almirante. —El video se puso en blanco.

—Bueno, bueno —dijo Miles como un eco del «bueno» del barón.

—Bueno, ¿qué? —dijo Thorne en tono de sospecha—. No te estarás tomando en serio la oferta, ¿verdad?

—¿Para qué quiere una muestra de mis tejidos, por el amor de Dios? —se preguntó Miles en voz alta.

—Seguramente para su espectáculo de enanos y perros —soltó Thorne con rabia.

—Venga, venga. Lamento decir que se sentirá terriblemente desilusionado cuando mi clon crezca y mida un metro ochenta. —Miles se aclaró la garganta—. Supongo que eso no hace daño a nadie… Tomar una pequeña muestra de tejidos. En cambio, un ataque significa arriesgar muchas vidas.

Bel se reclinó contra la pared de la cabina y se cruzó de brazos.

—No es verdad. Tendrías que pasar por encima de mi cadáver para conseguir mi muestra. Y la de ella.

Miles sonrió con amargura.

—Entonces …

—Entonces …

—Entonces, vayamos a buscar un mapa de ese pozo de carne de Ryoval. Creo que vamos de caza.

Las instalaciones biológicas principales del palacio de la Casa Ryoval no eran realmente una fortaleza, sólo algunos edificios vigilados y dispersos. Edificios muy bien vigilados, con guardias enormes. Miles se puso sobre la furgoneta alquilada y estudió la situación a través de los lentes nocturnos. Tenía gotas de niebla sobre la barba. El viento frío y húmedo buscaba resquicios de ropa mientras él los buscaba en el sistema de seguridad de Ryoval.