Los guardias de casaca roja les registraron con el detector, sin demasiada gentileza, y sólo encontraron bloqueadores y los instrumentos para penetración que había llevado Murka.
—Aposté a que entraríamos aunque no pudiéramos usar la puerta principal. —Murka hizo un gesto de desilusión—. Parece que he perdido.
—Parece que sí —gruñó el sargento, retrocediendo.
Uno de sus hombres levantó la pobre colección de instrumentos que les había confiscado a los de Dendarii.
—No parecen un grupo de asesinos —observó.
Murka se enderezó y lo miró, absolutamente ofendido.
—¡Claro que no! ¡Y no lo somos!
El sargento de guardia dio varias vueltas a un bloqueador.
—Ausentes Sin Aviso, ¿eh?
—No si volvemos antes de medianoche. —El tono de Murka se convirtió en un ruego—. Mire, nuestro comandante es un hijo de puta. ¿Cree que puede haber alguna forma de que no se entere de esto? —Una de las manos de Murka pasó, sugerente, cerca del bolsillo donde guardaba la billetera.
El sargento de guardia lo miró de arriba abajo con un gesto de orgullo.
—Tal vez.
Miles escuchaba con la boca abierta de alivio y satisfacción.
Murka, si esto funciona te asciendo a…
Murka hizo una pausa.
—¿Podríamos echar un vistazo, primero? Ni siquiera le hablo de las chicas… ¿sólo dar una vuelta por lo menos? Así podría decir que lo he visto…
—¡Esto no es un prostíbulo, soldadito! —gritó el guardia.
Murka lo miró, de una pieza.
—¿Qué?
—Ésta es la instalación biológica.
—Ah —dijo Murka.
—Imbécil —dijo uno de los soldados de Miles entre dientes.
Miles rezó una plegarla de agradecimiento. Ninguno de los tres había echado ni una sola mirada hacia arriba.
—Pero el hombre de la ciudad me aseguró… —empezó a decir Murka.
—¿Qué hombre? —preguntó el sargento de guardia.
—El hombre que se llevó el dinero —dijo Murka.
Un par de los guardias de rojo se estaba empezando a reír. El sargento de guardia empujó a Murka con el destructor.
—Vete, soldadito. Vuelve a tu nave. Hoy es tu día de suerte.
—¿Quiere decir que nos va a dejar ver el interior? —Insistió Murka, esperanzado.
—No —dijo el sargento— Quiero decir que te vamos a romper las dos piernas antes de echarte a patadas. —Hizo una pausa y agregó—: Hay un prostíbulo en la ciudad. —Sacó la billetera de Murka del bolsillo, controló el nombre en la tarjeta de crédito y sacó todo el dinero. Los guardias hicieron lo mismo a los otros soldados que los miraban indignados y se repartieron el dinero—. Aceptan tarjetas de crédito y tenéis tiempo hasta la medianoche. ¡Ahora, fuera!
Y así desapareció el escuadrón de Miles, en una retirada ignominiosa. Pero por lo menos estaban intactos, todos, cuando salieron caminando por el túnel hacia fuera. Miles esperó a que todos estuvieran lejos antes de apretar el control del comunicador.
—¿Bel?
—Sí —La respuesta fue inmediata.
—Problemas. Los guardias acaban de atrapar a Murka y los demás. Creo que el ingenio de ese chico acaba de salvarlos y lo único que van a hacer es sacarlos por la puerta de atrás en vez de descuartizarlos. Voy a seguirlos apenas pueda y nos reagruparemos para intentarlo de nuevo. —Miles hizo una pausa. El asunto se le había ido de las manos. Estaban peor que cuando empezaron. La seguridad de Ryoval estaría alerta durante el resto de la larga noche de Jackson’s Whole. Añadió—: Voy a ver si por lo menos puedo averiguar dónde está la criatura antes de retroceder. Eso puede mejorar las posibilidades de éxito la próxima vez.
—Ten cuidado —refunfuñó Bel.
—Por supuesto que sí. Vigila para ver si vuelven Murka y los suyos. Naismith fuera.
Una vez que identificó los cables, tardó apenas un momento en abrir la puerta. Después tuvo que colgarse de los dedos mientras trataba de hacer que el panel del techo volviera a su lugar y se dejó caer al suelo, con mucho miedo por sus huesos. No se le rompió nada. Se deslizó por el portal hacia el edificio principal y apenas pudo se metió por los conductos, porque los corredores, evidentemente, eran peligrosos. Se quedó tendido boca arriba sobre el estrecho conducto y balanceó el cubo holo entre los dedos, sobre su vientre para elegir una nueva ruta que a ser posible evitara las tropas de vigilancia. ¿Dónde había que buscar un monstruo? ¿En el baño?
Más o menos en la tercera curva, cuando se arrastraba a través del sistema llevando el paquete de armas, se dio cuenta de que la realidad no encajaba con el mapa. Mierda y más mierda. ¿Había habido cambios en el sistema desde su construcción o era que el mapa estaba sutilmente saboteado? Bueno, no importaba, en realidad no estaba perdido, todavía sabía cómo regresar.
Se arrastró durante una media hora y descubrió y desactivó dos sensores de alarma antes de que pudieran descubrirlo. El factor tiempo se estaba complicando. Pronto tendría que… ah, ahí. Miró a través de una rejilla de ventilación. Una habitación en penumbra llena de equipos de holovídeo y comunicaciones.
El mapa la llamaba Reparaciones Menores. No parecía un taller de reparaciones. ¿Otro cambio desde que Ryoval había subido al poder? Pero había un hombre solo, sentado con la espalda hacia la pared donde estaba Miles. Perfecto. Demasiado bueno para dejarlo pasar.
Respirando sin hacer ruido, moviéndose lentamente, Miles sacó el revólver de dardos de su paquete y se aseguró de cargarlo con el cartucho correcto, pentarrápida y paralizador, un cóctel adorable que había fabricado ex profeso un técnico médico del Ariel. Suspiró, y a través de la rejilla apuntó el revólver con precisión y disparó justo en el blanco. El hombre se llevó la mano a la nuca una vez y se quedó sentado y quieto, la mano suelta, sin tensión, al lado del cuerpo. Miles sonrió, sacó la rejilla y se dejó caer al suelo.
El hombre iba de civil, muy bien vestido. ¿Uno de los científicos, tal vez? Se tambaleaba en la silla con una sonrisita en los labios y miraba a Miles con interés y sin alarma. Empezó a caerse.
Miles lo agarró y lo colocó de nuevo en su lugar.
—Siéntese, así está bien. No puede hablar con la boca contra la alfombra, ¿verdad?
—Noooo… —El hombre hizo girar su cabeza y sonrió con alegría.
—¿Sabe algo de una fabricación genética, una criatura monstruosa, que acaban de traer de la Casa Bharaputra a estas instalaciones?
El hombre parpadeó y sonrió.
—Sí.
Los sujetos sometidos a la pentarrápida solían interpretar todo literalmente, recordó Miles.
—¿Dónde lo tienen?
—Abajo.
—¿Dónde, exactamente?
—En el subsuelo. El espacio alrededor de los cimientos. Esperamos que atrape alguna de las ratas, ¿entiende? —El hombre se rió—. ¿Los gatos comen ratas? ¿Las ratas comen gatos?
Miles lo buscó en el cubo. Sí. Parecía un buen lugar para penetrar y salir, aunque era un área bastante grande para registrarla, un área dividida en una masa de elementos estructurales que bajaban hacia el lecho de piedra con columnas especialmente preparadas como elementos de baja vibración que corrían hacia arriba, hasta los laboratorios. En el extremo inferior, donde la ladera se alejaba, bajando, el espacio tenía un techo muy alto y estaba muy cerca de la superficie y ése era tal vez un buen punto para entrar. El espacio se hacía más y más estrecho y después bajaba al lecho de piedra hacia atrás donde el edificio se hundía en la ladera. De acuerdo. Miles abrió la caja de los dardos para encontrar algo que dejara fría a su víctima. Así nadie podría interrogarle durante el resto de la noche. El hombre le miró y manoteó y se subió la manga, revelando un comunicador casi tan complejo como el de Miles. Una luz parpadeaba en él. Miles miró el aparato, inquieto de pronto. Esa habitación…