—A propósito, señor, ¿quién es usted?
—Moglia, jefe de seguridad, Instalaciones Biológicas Ryoval —recitó el hombre contento— A su servicio, señor.
—Ah, claro. —Los dedos un poco torpes de Miles buscaron rápidamente en su caja de dardos. Mierda, mierda, mierda…
La puerta se abrió de golpe.
—¡Alto!
Miles tocó el control de alarma y autodestrucción rápida del comunicador de muñeca y levantó las manos sacándoselo en un solo movimiento rápido. No por casualidad. Moglia estaba sentado entre Miles y la puerta, perturbando los reflejos de disparo de los guardias. El comunicador se fundió mientras hacía un arco en el aire… ninguna posibilidad de que la guardia de Ryoval rastreara al escuadrón a través del aparato y por lo menos Bel sabría que algo había salido mal.
El jefe de seguridad rió entre dientes, fascinado con la tarea de contarse los dedos.
El sargento de guardia, apoyado por su escuadrón, entró en lo que era el Cuarto Base de Operaciones de Seguridad —ahora a Miles le parecía obvio—, rodeó a Miles, lo puso contra la pared y empezó a registrarlo con una eficiencia muy molesta, En unos momentos lo había separado de una pila de instrumentos incriminatorios, su chaqueta, sus botas y su cinturón. Miles se aferró a la pared y tembló con el dolor de varios choques de energía bien aplicados en los nervios y con el espanto de su cambio de suerte.
Cuando por fin se libró de la penta, el jefe de seguridad no quedó nada contento con la confesión del sargento de guardia sobre tres hombres uniformados a quienes había dejado ir con apenas una multa, hacía unas horas esa misma noche. Puso a su guardia en alerta roja y envió un escuadrón armado a tratar de rastrear a los Dendarii que habían huido.
Después, con una expresión de miedo en la cara muy semejante a la del sargento de guardia durante su confesión —una cara en la que se mezclaban la satisfacción amarga, la náusea de la droga y una mirada cargada de odio a Miles—, hizo una llamada por el vídeo.
—¿Milord? —dijo con temor.
—¿Qué pasa, Moglia? —En la cara del barón Ryoval se reflejaba sueño e irritación.
—Lamento interrumpir su sueño, señor, pero pensé que le gustaría saber algo sobre el intruso al que acabamos de capturar. No es un ladrón común, a juzgar por su ropa y su equipo. Un tipo raro, una especie de enano alto. Se metió por los conductos. —Moglia levantó el equipo de recolección de tejidos, las herramientas para detectar y desconectar alarmas, y las armas de Miles, como evidencia. El sargento de guardia metió a Miles a empujones dentro del espacio que captaba el vídeo— Estaba haciendo preguntas sobre el monstruo de Bharaputra.
Los labios de Ryoval se abrieron un poco. Después se le encendieron los ojos y echó la cabeza hacia atrás y se rió.
—Debería habérmelo imaginado. Robando cuando debería estar comprando, ¿eh, almirante? —se burló— Ah, muy bien, Moglia…
El jefe de seguridad pareció relajarse un poquitín.
—¿Conoce a este mutante bajito, milord?
—Sí, sí. Se hace llamar Miles Naismith. Un mercenario… dice que es almirante. Obviamente, un autoascenso. Excelente trabajo, Moglia. Retenlo ahí y yo iré a ocuparme de él por la mañana.
—¿Cómo quiere que lo retenga, señor?
Ryoval se encogió de hombros.
—Divertíos. Con libertad.
Cuando desapareció la imagen de Ryoval, Miles se descubrió en medio de las miradas especulativas del jefe de seguridad y el sargento de guardia.
Simplemente para aliviar las tensiones, uno de los guardias forzudos agarró a Miles por los brazos y el jefe de seguridad le dio un buen puñetazo en el vientre. Pero todavía se sentía demasiado descompuesto como para disfrutarlo como hubiera debido.
—Has venido a ver al soldado de juguete de los Bharaputra, ¿eh? —jadeó, aferrándose el vientre revuelto.
El sargento de seguridad miró a su jefe.
—¿Sabes? Creo que deberíamos darle ese gusto.
El jefe de seguridad ahogó un eructo y sonrió como en una visión beatífica.
—Sí…
Miles, rezando para que no le rompieran los brazos, vio que lo llevaban como a una rana por un complejo de corredores y tubos elevadores en brazos del guardia forzudo, seguido por el sargento y el jefe.
Tomaron un último tubo ascensor hasta el fondo, a un sótano polvoriento lleno de equipos y suministros almacenados o abandonados. Fueron hasta una puerta trampa sellada. Se abría sobre una escalera que descendía hasta la oscuridad.
—Lo último que arrojamos ahí dentro fue una rata —informó el sargento a Miles cordialmente—. Nueve la mordió y le sacó la cabeza. Así como así. Nueve siempre tiene hambre. Tiene el metabolismo de un horno.
El guardia empujó a Miles escalera abajo casi un metro por el simple mecanismo de pegarle en las manos con un bastón hasta que se soltaba. Miles colgaba justo fuera del alcance del palo, mirando la piedra en penumbras más abajo. El resto eran pilares y sombras y una humedad fría.
—¡Nueve! —llamó el sargento de guardia hacia la oscuridad llena de ecos—. ¡Nueve! ¡La cena! ¡Ven a buscarla!
El jefe de seguridad rió burlándose, después se aferró la cabeza y gruñó entre dientes.
Ryoval había dicho que él se encargaría de Miles personalmente por la mañana, seguramente los guardias comprendían que su jefe quería un prisionero vivo. ¿O no?
—¿Es la cárcel? —Miles escupió sangre y miró a su alrededor. —No, no, sólo parte de los cimientos —le aseguró el sargento con alegría—. La cárcel es para los huéspedes que pagan. Je, je, je. —Y riéndose todavía de su humorada, dio una patada a la trampilla para cerrarla. El ruido del mecanismo de cierre tintineó en el silencio. Después nada.
Las barras de la escalera estaban heladas, y el frío le traspasaba los calcetines. Pasó un brazo a través de un escalón y metió una mano dentro de la camiseta para calentarla. No tenía nada en los pantalones grises, nada excepto una ración de emergencia, el pañuelo y las piernas.
Se quedó allí, colgado, durante un largo rato. Subir era inútil; bajar, nada deseable. Finalmente, el dolor en los ganglios que lo había sacudido hasta entonces empezó a mejorar y el shock físico pareció desparecer. Todavía estaba aferrado allí. Helado.
Podría haber sido peor, reflexionó. El sargento y su escuadrón podrían haber decidido que querían jugar a Lawrence de Arabia y los Seis Turcos. El comodoro Tung, jefe de personal de los Dendarii de Miles, y loco por la historia militar, había estado molestando a Miles con una serie de recuerdos militares de ese tipo. ¿Cómo se había escapado el coronel Lawrence de una situación igualmente difícil? Ah, sí, se había hecho el tonto y había persuadido a sus captores de arrojarlo en el barro. Seguramente, Tung también había leído el librofax a Murka.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Miles descubrió que ésta era sólo relativa. Había paneles levemente luminosos en el techo aquí y allá y el brillo que arrojaban era amarillo y enfermizo. Bajó los últimos dos metros y se quedó de pie sobre la roca dura.
Se imaginó las noticias en Barrayar: Cadáver de oficial del Imperio en el palacio de los sueños del Zar de la Carne. ¿Muerte por agotamiento? Mierda, esto no se parecía en nada al glorioso sacrificio por el servicio del emperador que él había jurado llevar a cabo si era necesario, esto era sólo embarazoso. Tal vez la criatura de Bharaputra se comería la evidencia.
Con ese horrible consuelo en la mente, empezó a cojear de pilar en pilar, deteniéndose, escuchando, mirando a su alrededor. Tal vez había otra escalera en alguna parte. Tal vez había una trampilla que alguien se había olvidado de accionar. Quizá todavía había esperanza.