Quizás había algo que se movía en las sombras detrás de ese pilar…
El aliento de Miles se le congeló en la boca, después se liberó de nuevo cuando el movimiento se materializó en una rata albina y gorda del tamaño de un armadillo. La rata se escondió cuando lo vio y caminó tambaleándose para alejarse. Las garras del animal hicieron ruido sobre la piedra. Sólo una rata de laboratorio que se había escapado. Una rata muy grande, pero sólo una rata.
Una gran sombra temblorosa salió de ninguna parte a una velocidad increíble. Cogió a la rata de la cola y la hizo girar en el aire contra una columna, partiéndole el cráneo con un ruido agudo. Una imagen brevísima de una uña parecida a una garra y el cuerpo blanco quedó abierto de la cola a la cabeza. Dedos frenéticos separaron la piel del cuerpo de la rata mientras la sangre corría por las paredes. Miles vio por primera vez los colmillos de perro cuando mordieron y desgarraron y se hundieron en los tejidos de la rata.
Eran colmillos funcionales, no sólo decorativos, colocados en una mandíbula protuberante, con labios largos y una boca ancha, pero el efecto global era lobuno, más que simiesco. Una nariz chata, abrupta, cejas poderosas, pómulos altos. El cabello, una mata negra y enredada. Y sí, unos dos metros y medio de alto, un cuerpo tenso, musculoso, ancho.
Trepar de nuevo la escalera no ayudaría: esa criatura podía arrancarlo de los escalones y hacerlo girar y reventarlo contra una columna igual que a la rata. ¿Levitar hasta la punta de un pilar? Ah, tener dedos y pies de succión, algo que el comité de ingeniería no había considerado. ¿Quedarse quieto, inmóvil y hacerse el invisible? Miles eligió esa última defensa por eliminación: estaba paralizado de terror.
Los pies enormes, desnudos en la roca fría también tenían uñas que parecían garras. Pero la criatura iba vestida con ropa fabricada con tela verde de laboratorio, una chaqueta con cinturón parecida a un kimono y pantalones sueltos. Y otra cosa.
No me dijeron que era femenina.
Casi había terminado con la rata cuando alzó la vista y vio a Miles. Con la cara y las manos llenas de sangre se quedó tan quieta como él.
En un movimiento casi espasmódico, Miles sacó la ración de emergencia medio aplastada del bolsillo superior del pantalón y se la tendió sobre la palma abierta.
—¿Postre? —sonrió, medio histérico.
Ella dejó caer el esqueleto de la rata, le arrebató la ración de la mano, la desenvolvió y la devoró en cuatro bocados. Después se adelantó, lo asió por el brazo y la camiseta negra y lo levantó hasta su cara. Los dedos con garras le arañaban la piel y sentía los pies flotando en el aire. Y ese aliento era exactamente lo que esperaba. La criatura tenía los ojos colorados y ardientes.
—¡Agua! —gruñó.
No me dijeron que hablaba.
—Ah, bueno… agua —chilló Miles—. Claro. Debería haber agua por aquí… mira, allí arriba en el techo, todas estas tuberías. Si… si me bajas, muchacha, trataré de encontrar una de agua o algo así…
Ella lo bajó despacio hasta ponerlo sobre los pies y lo soltó. Él retrocedió despacio, las manos abiertas a los lados. Se aclaró la garganta, trató de volver a poner la voz en un tono suave, bajo.
—Tratemos por aquí. El techo se hace más bajo, o mejor dicho, es el suelo de roca el que se levanta un poco… ahí, cerca del panel de luz, ese tubo de plástico fino… el blanco es el código más común para el agua. No busques gris, es el de las cloacas, ni rojo, que es el de la energía óptica… —No sabía si ella lo comprendía: el tono era todo con las criaturas de cualquier tipo— Si… si me levantaras sobre tus hombros como el alférez Murka, tal vez podría soltar esa juntura… —Hizo gestos como para enseñarle, porque no sabía qué parte de sus palabras llegaba a la inteligencia que hubiera detrás de esos ojos terribles.
Las manos ensangrentadas, fácilmente dos veces mas grandes que las suyas, lo asieron bruscamente por las caderas y lo levantaron hacia arriba como en un cohete. Miles se aferró del caño blanco y se deslizó por él buscando una juntura. Los grandes hombros de la mujer se movían debajo de sus pies. A ella le temblaban los músculos, no era sólo el temblor de Miles. La juntura estaba muy bien apretada —Miles necesitaba herramientas—, pero se aferró a ella con todas sus fuerzas, aunque sabía que ponía en peligro sus débiles huesos. De pronto, la juntura hizo un ruido agudo y giró. Y cedió. El anillo de plástico se movió y el agua empezó a fluir entre los dedos de Miles. Una vuelta más y el caño se partió en dos. El agua hizo un arco brillante hacia abajo, hacia la roca.
Ella casi dejó caer a Miles en el apuro. Puso la boca debajo del escape, bien abierta, y dejó que el agua corriera en ella y sobre su cara, tosiendo y ahogándose con un frenesí más desesperado todavía que el que él le había visto demostrar con la rata. Bebió y bebió y bebió. Después dejó correr el agua sobre sus manos, su cara y su cabeza, se lavó la sangre y después volvió a beber. Miles empezó a pensar que nunca iba a dejar de beber, pero finalmente se retiró del caño, se sacó el cabello mojado de los ojos y lo miró con fijeza. Lo miró tal vez durante un minuto entero y después, de pronto, rugió:
—¡Frío!
Miles dio un brinco.
—Ah… frío… correcto: Yo también; tengo los calcetines mojados. Calor, quieres calor. Veamos. Ah, intentemos por ahí, donde el techo está más bajo. No tiene sentido aquí, el calor saldría para arriba y no podríamos alcanzarlo… —Ella lo seguía con la intensidad de un gato que persigue… digamos, una rata, y él esquivaba pilares para llegar al espacio reducido en que el suelo se elevaba hasta casi tocar el techo y había que arrastrarse. Ahí, bien, ésa era la tubería más baja que podía encontrar—. Si podemos abrirlo —dijo y señaló el tubo de plástico que era casi tan ancho como su cintura—, está lleno de aire caliente bombeado hacia arriba. Pero esta vez no hay junturas a mano. —Miró el caño y trató de pensar. Ese compuesto plástico era muy resistente.
Ella se agachó y tiró, después se acostó boca abajo y le dio una patada, y después miró a Miles como preguntándole qué hacer.
—Probemos así —apuntó él y le cogió la mano, nervioso. La guió hasta la tubería y trazó surcos profundos alrededor de la circunferencia con las uñas largas y duras. Ella rascó y rascó, después lo miró como diciéndole Esto no va a funcionar…
—Trata de darle otra patada —sugirió él.
Ella debía pesar unos ciento cincuenta kilos y los puso todos en el esfuerzo, dio patadas y se colgó de la tubería, plantó los pies en el techo y se arqueó con toda su fuerza. El conducto se partió a lo largo de los rasguños. Ella cayó con él al suelo y el aire caliente empezó a sisear alrededor de los dos. Ella levantó las manos, puso la cara contra la corriente, casi se envolvió en ella, se sentó sobre las rodillas y dejó que el aire le corriera alrededor. Miles se arrodilló, se sacó los calcetines y los sostuvo sobre el conducto para que se secaran. Era un buen momento para escapar si hubiera tenido un lugar al que huir. Pero no quería dejar a su presa, no quería perderla de vista. ¿Su presa? Pensó en el valor incalculable del músculo de su pantorrilla izquierda mientras ella se sentaba sobre la roca y hundía la cara entre sus rodillas.
No me dijeron que lloraba.
Miles sacó su pañuelo reglamentario, un pedazo de tela arcaico. Nunca había entendido la razón por la que tenía que llevar esa idiotez excepto, tal vez, que en los sitios a los que van los soldados la gente llora siempre. Se lo dio.
—Aquí tienes. Sécate los ojos con esto.