—Vamos —dijo ella y lo arrastró a través de la multitud. ¿Estaba cayendo el nivel de ruido? La pared humana de sus propias tropas se abrió apenas lo suficiente para dejarlos pasar.
Estaban cerca del punto de salida de la línea de las tropas.
Funcionaba, por Dios, funcionaba. Los catorce grupos de asalto, reunidos todavía un poco demasiado cerca a lo largo de la pared de la cúpula —pero eso podía mejorarse para la próxima vez—, admitían a los hambrientos de uno en uno. Los organizadores mantenían las líneas en constante movimiento y llevaban a los que ya habían recibido lo suyo a lo largo del perímetro detrás de la pared humana que hacía de escudo en una riada permanente para que volvieran al campo abierto. Oliver había puesto a sus hombres de aspecto más fiero en parejas, patrullando la salida para que se aseguraran de que nadie robaba a otro su ración.
Hacía mucho tiempo que ninguno de esos hombres tenía la oportunidad de portarse como un héroe. No pocos de los nuevos policías se sentían entusiasmados con su trabajo —tal vez había incluso cuentas personales pendientes—. Miles reconoció a uno e los robustos detrás de un par de patrulleros. En apariencia, lo estaban golpeando un poco. Miles, que recordaba a qué había venido, trató de no sentir que el ruido del puño sobre la carne era música para sus oídos.
Miles, Beatrice y Suegar esquivaron el flujo de prisioneros con una barra en la mano para pasar hacia la zona de distribución. Con un suspiro casi arrepentido, Miles buscó a Oliver y lo envió a restaurar el orden entre sus policías.
Tris tenía las montañas de distribución y las líneas inmediatas bajo un control muy férreo. Miles se felicitó por haber dejado que las mujeres fueran las que llevaran a cabo el trabajo de la distribución. Definitivamente, había tocado una cuerda profunda con ese detalle. No pocos de los prisioneros murmuraron incluso un gracias entre dientes cuando les metieron la barra de rata entre las manos, y lo mismo hicieron los que estaban en línea detrás de ellos cuando les llegó el turno.
¡No, no, no!, pensó Miles mirando hacia arriba, a la cúpula de aspecto inocente y silenciosa. No tenéis el monopolio de la guerra psicológica, hijos de puta. Vamos a dar la vuelta a los intestinos y espero que escupáis las tripas del susto.
Un altercado en uno de los montones de comida interrumpió sus meditaciones. Miles puso cara de disgusto cuando vio a Pitt en medio del problema. Se acercó con rapidez hacia el lugar.
Pitt, según parecía, había agradecido su barra de rata, no con un gracias sino con una burla, una risa sardónica y un taco. Por lo menos, tres de las mujeres estaban tratando de reducirlo sin mucho éxito. El hombre era musculoso y fuerte, y no tenía inhibiciones: se defendía. Una de las mujeres, no mucho más alta que Miles, salió volando como una pelota y no volvió a levantarse. Mientras tanto, la columna estaba parada y el flujo civilizado de futuros comensales totalmente perturbados. Miles maldijo entre dientes.
—Tú, tú, tú— y tú. —Miles tocó los hombros de los elegidos— Atrapad a ese tipo. Sacadlo de aquí. A la pared de la cúpula…
Los que Miles había tocado no parecían muy contentos con la misión encomendada; pero, para ese momento, Tris y Beatrice habían atacado con más ciencia. Pitt, salvaje y malhablado, desapareció entre las líneas. Miles se aseguró de que la distribución se reanudaba antes de centrar su atención en él. Oliver y Suegar se le habían unido.
—Voy a arrancarle las pelotas —decía Tris—. Ordeno…
—Una orden militar —interrumpió Miles—. Si este tipo está acusado de conducta desordenada, deberías formarle una corte marcial.
—Es un violador y un asesino —le replicó ella, con voz helada—. La ejecución es demasiado buena para él. Tiene que morir despacio.
Miles apartó un poco a Suegar.
—Es tentador, pero por alguna razón no me gusta la idea de entregárselo a ella… no me gusta nada. ¿Por qué?
Suegar lo miró con respeto.
—Creo que tienes razón. Hay… hay demasiados culpables.
Pitt, furioso, casi echando espuma, acababa de ver a Miles.
—¡Tú! Tú, debilucho lamecoños, ¿crees que ellas pueden protegerte? —Hizo un gesto con la cabeza hacia Tris y Beatrice—. No les alcanzan los músculos. Las vencimos antes y las volveremos a vencer. No habríamos perdido la maldita guerra si hubiéramos tenido soldados de verdad, como los barrayanos. Ellos no llenaron su ejército de coños y lamecoños. Y sacaron corriendo a los cetagandanos de su planeta…
—No sé por qué —gruñó Miles, a pesar de sí mismo—, dudo que seas experto en la defensa de los barrayanos en la primera guerra cetagandana. O tal vez hayas aprendido algo…
¿Por qué estoy aquí discutiendo con este loco de mierda?, se preguntó Miles mientras Pitt seguía insultándolo. No hay tiempo. Terminemos.
Se volvió hacia atrás y cruzó los brazos.
—¿Se os ha ocurrido que este hombre es a todas luces un agente de los cetagandanos?
Hasta Pitt quedó tan impresionado que se calló.
—Creo que es evidente —siguió Miles, levantando la voz para que todos los que estaban cerca pudieran oírlo—. Es un líder en la división y destrucción del grupo. Corrompió con Su ejemplo y su maña a soldados honestos que lo siguieron y los enfrentó unos contra otros. Vosotros erais lo mejor de Marilac— Los cetagandanos no podían estar seguros de que cayeseis. Así que plantaron la semilla del mal entre vosotros. Para asegurarse. Y funcionó… funcionó muy bien. Nunca sospechasteis… —
Oliver cogió a Miles del brazo y le murmuró al oído:
—Hermano Miles… conozco a ese tipo. No es ningún agente cetagandano. Es sólo uno de tantos…
—Oliver —ordenó Miles con los dientes apretados—. Silencio. —Y siguió hablando con su tono de arenga— Claro que es un agente cetagandano. Un espía. Un topo. Y pensar que todo este tiempo pensabais que esto era algo que os hacíais vosotros mismos…
Donde no existe el diablo, pensó Miles, tal vez sea conveniente inventarlo. Se le revolvía el estómago, pero mantuvo el rostro tranquilo en una expresión de rabia justa. Miró las caras a su alrededor. Había unas cuantas tan pálidas como debía de estar la suya propia, pero por otras razones. Un murmullo, bajo se deslizó entre ellas, un murmullo atónito y amenazador,
—Quitadle la camisa —dijo Miles— Y acostadlo boca abajo. Suegar, dame tu taza.
La taza de plástico de Suegar tenía una punta afilada el, un, de sus lados rotos. Miles se sentó sobre Pitt, y usando la punta como una estilográfica escribió sobre esa espalda tensa, en letras grandes:
Clavó bien hondo, sin piedad y la sangre lo salpicó de arriba a abajo. Pitt aulló, insultó, se retorció.
Miles se puso de pie, temblando, sin aliento, y no Sólo por el esfuerzo fisico.
—Ahora —ordenó—, quiero que le deis su barra de rata y lo escoltéis hasta la salida.