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Los dientes de Tris se abrieron para objetar la última orden, y después se cerraron con fuerza. Sus ojos taladraron la espalda de Pitt mientras lo empujaban hacia fuera. Su mirada se volvió luego hacia Miles, dudosa.

—¿De verdad crees que era cetagandano? —le preguntó a Miles en voz baja.

—No puede ser —se burló Oliver—. ¿Para qué es toda esta charada, hermano Miles?

—No dudo de las acusaciones de Tris sobre sus otros crímenes —dijo Miles, tenso—. Quiero que lo sepáis. Pero no podemos castigarlo por ellos sin dividir al campo en dos, y eso debilitaría la autoridad de Tris. De esta forma, Tris y las mujeres se vengan sin ponerse a la mitad de los hombres en contra. Las manos de la comandante quedan limpias, se hace justicia contra un criminal y nos sacamos de encima un caso que, sin duda, afuera iría a la prisión militar. Además, es una advertencia para gente que pueda parecérsele. Funciona a todos los niveles.

Oliver se quedó mudo. Después de un momento, señaló:

—Juegas sucio, hermano Miles.

—No puedo permitirme una derrota. —Miles le clavó la mirada—. ¿Y tú?

—No —Oliver apretó los labios.

Tris no hizo ningún comentario.

Miles supervisó personalmente el reparto de raciones a los prisioneros demasiado enfermos débiles o heridos que no hubieran intentado acercarse a la línea.

El coronel Tremont estaba echado sobre su manta, tieso, enroscado, mirando sin ver. Oliver se arrodilló a su lado y le cerró los ojos fijos, secos. El coronel había muerto en las últimas horas, no importaba cuándo.

—Lo lamento —dijo Miles con sinceridad—. Lamento haber llegado tarde.

—Bueno, bueno —contestó Oliver. Se puso de pie, se mordió el labio, meneó la cabeza y no dijo ninguna otra cosa. Miles, Suegar, Tris y Beatrice le ayudaron a llevar el cadáver con ropa, taza y todo, a la pila de basura. Oliver puso la barra de rata que le había reservado bajo el brazo del muerto. Nadie trató de saquear el cuerpo cuando ellos se fueron, aunque ya habían saqueado a otro que yacía en las mismas condiciones, desnudo y de lado.

Poco después tropezaron con el cuerpo de Pitt. Probablemente había muerto por estrangulamiento, pero tenía la cara tan golpeada que el color rojo de las mejillas y los labios no era una señal segura.

Tris, en cuclillas junto al cuerpo, miró a Miles en una reestimación lenta de su forma de actuar.

—Creo que, después de todo, tal vez tenías razón sobre el poder, hombrecito.

—¿Y sobre la venganza?

—Pensé que nunca me saciaría de vengarme —suspiró ella, mirando el cuerpo que yacía a su lado—. Sí. … sobre eso también.

_Gracias. —Miles empujó el cuerpo con el dedo gordo del pie—. Y no te equivoques. Es una pérdida para nosotros.

Miles hizo que Suegar dejara que otro llevara el cadáver a la pila de basura.

Formó un consejo de guerra justo después del reparto de comida. Los que habían llevado el cuerpo de Tremont, que Miles consideraba ahora sus generales, y los catorce líderes de grupo se reunieron a su alrededor en un lugar cerca de las fronteras del grupo de las mujeres. Miles caminaba de un lado a otro frente a ellos, gesticulando con fuerza.

—Quiero felicitar a los líderes de grupo por su trabajo excelente y al sargento Oliver por haberlos elegido. Esto nos ha permitido lograr, no sólo la alianza con la gran mayoría de los habitantes del campo, sino también tiempo. De ahora en adelante cada comida funcionará un poco mejor que la anterior y será un ejercicio para la siguiente.

»Y no os equivoquéis. Esto es un ejercicio militar. Estamos en guerra otra vez. Ya hemos logrado que los cetagandanos hayan quebrado su muy calculada rutina y hayan hecho un movimiento nuevo. Nosotros actuamos. Y ellos reaccionaron. Aunque os parezca increíble, la ventaja de la ofensiva ha estado en nuestras manos.

»Ahora empezaremos a planear la estrategia siguiente. Quiero que penséis cuál será el próximo desafío a que nos enfrentarán los cetagandanos. —En realidad, quiero que penséis. Y punto—. Aquí termina el sermón. Comandante Tris, usted sigue. —Miles se obligó a sentarse con las piernas cruzadas para dejar el campo libre a su elegida, lo quisiera ella o no. Se recordó que Tris había sido oficial de campo, no de oficinas y que necesitaba la práctica más que él.

—Por supuesto, pueden enviarnos menos comida, como ya hicieron antes —empezó ella después de aclararse la garganta—. Se dice que así fue como empezó todo. —Su mirada se cruzó con la de Miles, que asintió como para darle ánimo—. Eso quiere decir que vamos a tener que empezar a contar cuánta gente hay y hacer turnos rotativos estrictos para dividir las raciones en caso de que no haya para todos. Cada líder de grupo elegirá un lugarteniente y un par de ayudantes para controlar las cifras.

—Otro movimiento igualmente perturbador que podrían intentar los cetagandanos —interrumpió Miles sin poder resistirse a la tentación—, es enviar demasiada comida para enfrentarnos al problema, muy interesante por cierto, de cómo dividir los extras. Creo que tenemos que pensar en eso. —Sonrió a Tris con gesto inocente.

Ella alzó una ceja y siguió adelante:

—Tal vez también traten de dividir la comida en varios montones, para complicarnos el problema de controlar el reparto correctamente. ¿Se os ocurre algún otro truco sucio en que podamos pensar? —preguntó y no pudo dejar de mirar a Miles.

Uno de los líderes de grupo levantó la mano con algunas dudas.

—Señora… ellos nos están escuchando. ¿No le parece que les estamos dando ideas?

Miles se levantó para contestar a eso con toda su fuerza.

—Claro que nos escuchan. Sin duda, tenemos toda su atención. —Hizo un gesto obsceno hacia la cúpula— Que escuchen. Cada movimiento que hagan es un mensaje desde fuera, una sombra que marca la forma que tienen, una información acerca de ellos. Sabremos utilizarla.

—¿Y si nos vuelven a cortar el aire? —dijo otro líder de grupo con un tono tan cargado de dudas como el primero.

—Entonces —dijo Miles con suavidad—, perderán la posición que tanto les ha costado ganar en la Comisión judicial. Es un golpe de propaganda que les ha servido de mucho últimamente, sobre todo desde que nuestro lado, en medio de la presión de la crisis que tenemos en casa, no ha sido capaz de mantener a sus propias tropas en buenas condiciones, y mucho menos a los cetagandanos que capturamos. Los cetagandanos, cuyo punto de vista propagandístico es que están compartiendo el gobierno imperial con nosotros por generosidad cultural, dicen que esto es una muestra de la superioridad de su civilización y sus buenos modales…

Algunas risas burlonas indicaron el punto de vista de los prisioneros al respecto y Miles sonrió y siguió adelante.

—La tasa de mortalidad de este campo es tan extraordinaria que ha llamado la atención del Comité judicial. Los cetagandanos se las han arreglado para justificarla en tres inspecciones distintas del comité, pero un ciento por ciento sería demasiado alto e injustificable hasta para ellos. —Un temblor como para expresar acuerdo, la rabia reprimida, recorrió al auditorio como una corriente amarga.

Miles se sentó de nuevo. Oliver se inclinó hacia él y le susurró:

—¿Cómo diablos sabes todo eso?

Miles hizo una mueca.

—¿Ha sonado convincente? Bien.

Oliver volvió a acomodarse en la silla, muy tenso.

—No tienes ningún tipo de inhibición, ¿verdad?

—No en un combate.

Tris y su grupo de líderes pasaron las siguientes dos horas preparando cuadros de posibles lugares y circunstancias para la aparición de la comida y diseñando respuestas tácticas para cada una. Hicieron un descanso para pasar los resultados a los líderes de grupo, para que ellos, a su vez, se los pasaran a sus subordinados y Oliver a su personal de apoyo suplementario.