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Ahí llegaban Tris y Oliver, los dos aún un poco atónitos. Beatrice se colocó a la derecha de Tris.

—Felicitaciones —empezó Miles antes de que ellos pudieran abrir la boca. Tenía mucho que decirles y muy poco tiempo para hacerlo—. Ahora tenéis un ejército. —Hizo un gesto con el brazo para mostrar a los prisioneros, ex prisioneros, mejor dicho, en sus grupos de transporte alrededor del campo. Todos esperaban en silencio, muchos sentados en el suelo. ¿O eran los cetagandanos los que habían conseguido esa paciencia? Fuera quien fuere.

—Temporalmente —dijo Tris—. Creo que es porque están aturdidos. Si las cosas se ponen calientes, s, pierdes uno o más transbordadores, si alguien se aterroriza y empieza a cundir el panico…

—Puedes decirle a cualquiera que veas a punto de estallar que tiene permiso para subir conmigo si eso le ayuda. Ah… y será mejor que les digas que yo voy en el último transporte —puntualizó Miles.

Tung, que prestaba una atención dividida a esa confabulación y al equipo de comunicaciones que llevaba puesto, hizo una mueca de exasperacion ante esa novedad.

—Eso los tranquilizará —dijo Oliver.

—Por lo menos, les dará algo en qué pensar —concedió Tris.

—Ahora yo voy a daros algo en qué pensar a vosotros. La nueva resistencia de Marilac. Vosotros sois esa resistencia —dijo Miles—. Originariarmente, mi patrón me contrató para rescatar al coronel Tremont. Él iba a organizar un nuevo ejército para la lucha. Cuando lo encontré. … se estaba muriendo y tuve que decidir si seguía la letra de mi contrato y enviaba un cadáver o un hombre en estado catatónico, o más bien, seguía el espíritu y enviaba un ejército. Elegí eso último y os elegí a vosotros para llevarlo a cabo. Debéis continuar el trabajo del coronel Tremont…

—Yo sólo era teniente —empezó a decir Tris, horrorizada, a coro con Oliver— — Soy soldado raso, no oficial. El coronel Tremont era un genio …

—Pero vosotros sois sus herederos. Yo lo digo. Mirad a vuestro alrededor. ¿Os parece que cometí algún error al elegir a mis subordinados?

Después de un momento de silencio, Tris dijo:

—Aparentemente, no.

—Tenéis que establecer un estado mayor. Buscad a los genios en táctica, a los técnicos, y ponedlos a trabajar para vosotros. Pero las decisiones, el impulso y la dirección deben estar en vuestras manos. Recordaréis este lugar y recordaréis por qué hacéis lo que hacéis, siempre…

Oliver habló en voz baja y tranquila.

—¿Y cuándo vamos a salir de ese ejército, hermano Miles?

Mi servicio se terminó durante el sitio de Núcleo Dormido. Si hubiera estado en cualquier otro lugar, me habría ido a casa. —Hasta que el ejército de los cetagandanos hubiera arrasado las calles, claro.

—Incluso así. Las posibilidades no son buenas.

—Las posibilidades eran peores para Barrayar en su época y se sacaron a los cetagandanos de encima. Les llevó veinte años y más sangre que la que habéis visto en vuestras vidas, pero lo hicieron —aseguró Miles.

Oliver pareció más impresionado por ese antecedente histórico que Tris, que dijo escépticamente:

—Barrayar tenía a esos guerreros Vor, todos locos. Corrían a la batalla a toda velocidad, les gustaba morir. Marilac no tiene ese tipo de tradición cultural. Nosotros somos civilizados… o lo éramos, hace tiempo…

—Déjame contarte algo sobre los Vor de Barrayar —cortó Miles—. Los locos que buscaban una muerte gloriosa la encontraron muy pronto, te lo aseguro. Eso limpió de locos la cadena de mando. Los supervivientes fueron los que aprendieron a pelear sucio y a vivir para pelear otro día más y ganar. Los que sentían que nada, ni la comodidad, ni la seguridad, ni la familia, ni los amigos, ni su alma inmortal era más importante que ganar. Supervivencia y victoria. No eran superhombres ni inmunes al dolor. Sudaban llenos de dudas y confusión. No tenían ni la mitad de los recursos físicos que posee Marilac, incluso ahora. Y ganaron. Los Vor —dijo Miles y bajó la velocidad del discurso— no saben rendirse.

Después de un silencio, Tris dijo:

—Hasta un ejército de voluntarios patrióticos tiene que comer. Y no vamos a ganar a los cetagandanos escupiéndoles a la cara.

—Habrá ayuda financiera y militar a través de un canal secreto que no seré yo. Si hay un ejército de resistencia a quién entregarla.

Tris miró a Oliver, midiéndolo. El fuego que había en ella ardía más cerca de la superficie que nunca desde que Miles la conocía, y le corría por los músculos duros. El gemido de los primeros transbordadores que volvían horadó la niebla. Tris dijo en voz muy suave:

—Y yo que pensé que era atea, sargento, y que tú eras el que creía. ¿Vienes conmigo… o te vas?

Los hombros de Oliver se hundieron. Con el peso de la historia, sintió Miles, no el de la derrota, porque el calor que había en sus ojos era similar al que ardía en Tris.

—Voy —dijo.

Miles miró a Tung.

—¿Cómo vamos?

Tung movió la cabeza y alzó la mano.

—Seis minutos de retraso arriba.

—Bien. —Miles se volvió hacia Tris y Oliver—. Quiero que subáis los dos. Esta vez, en transbordadores distintos. Cuando lleguéis arriba, acelerad la descarga de gente. El teniente Murka os dirá en qué transbordador ir… —Hizo un gesto a Murka y los envió a su tarea.

Beatrice se quedó.

—Creo que voy a aterrorizarme —informó a Miles en tono distante. Con el dedo gordo del pie, desnudo, trazaba círculos en el polvo, cada vez más húmedo.

—Ya no necesito guardaespaldas —sonrió Miles—. Tal vez una niñera…

Una sonrisa iluminó los ojos de ella sin llegar a los labios. Más tarde, se prometió Miles. Más tarde haría reír a esa boca.

La segunda ola de transbordadores despegó mientras lo que quedaba de la primera aterrizaba de nuevo. Miles rezaba para que todos los sensores estuvieran funcionando a la perfección: los transbordadores se pasaban unos a otros en medio de la niebla. De ahora en adelante, el factor tiempo sólo podía empeorar. La niebla se estaba condensando en una lluvia fría, agujas de plata que caían desde el cielo.

El foco de la operación se afinaba rápidamente, más máquinas, más números, más cálculos de tiempo, menos lealtades y almas. Y obligaciones aterrorizantes. Una mente emocionalmente patológica, incapaz de sentir amor o miedo, tal vez lo habría encontrado divertido, pensó Miles. Empezó a hacer cuentas con el dedo en el polvo, números en tránsito, números en tierra, pero el polvo se estaba transformando en un barro pegajoso y negro y no retenía el dibujo.

—Mierda _exclamó Tung de pronto a través de los dientes apretados. El aire que había frente a su cara estalló en una onda de información proyectada en holovídeo y sus ojos la leyeron a la velocidad que da la práctica. Su mano derecha se crispo y se dobló, como si tuviera ganas de arrancarse el equipo de la cabeza y aplastarlo en el barro en un gesto de frustración y disgusto— Eso acaba con todo. Acabamos de perder dos transbordadores.

¿Cuales?, gritó la mente de Miles. Oliver. Tris … Pero se obligó a preguntar primero:

—¿Cómo?

Juro que si chocaron uno contra otro voy a ir a buscar una pared para golpearme hasta que ya no sienta nada…

—Una nave de combate cetagandana atravesó el cordón. Iba contra las de combate, pero la eliminamos a tiempo. Casi a tiempo.

—¿Y la identificación de los transbordadores? ¿Cargados o de regreso?