—Sí, claro…
Ella le pasó un brazo por la cintura para que no cayera de nuevo. Caminaron por el transbordador atestado de gente, a través de los cuerpos de los hombres y mujeres Dendarii y Marilac, mezclados, sin fronteras. Las caras lo miraban, con miedo, pero nadie se atrevió a decirle nada. Miles vio al pasar una cabeza plateada.
—Espere…
Se dejó caer de rodillas junto a Suegar. Algo de esperanza.
—Suegar. ¡Eh, Suegar!
Suegar entreabrió los ojos. Una rendija apenas. Miles no sabía cuánto podría comprender a través de la inconsciencia del dolor, la impresión y las drogas.
—Ahora estamos en camino. Lo hemos conseguido. Lo logramos a tiempo. Con facilidad. Con rapidez y agilidad. A través de las regiones del aire, más alto que las nubes. Tenías la escritura. Sí.
Los labios de Suegar se movieron. Miles se agachó más todavía. —… no era realmente una escritura —susurró—. Yo lo sabía… tú lo sabías… no digas estupideces…
Miles hizo una pausa. Atónito, de piedra. Después se inclinó otra vez hacia adelante.
—No, hermano —susurró—. Porque aunque entramos con ropa, sin duda, salimos desnudos.
Los labios de Suegar dejaron escapar una risa seca.
Miles no lloró hasta que pasaron por la ventana del salto.
CUATRO
Illyan estaba sentado en silencio.
Miles yacía en la cama de nuevo, pálido y exhausto, con un temblor estúpido en el estómago que le quebraba la voz.
—Lo lamento. Creí que ya lo había superado. Hubo tanta locura desde entonces, ni tiempo para pensar, digerir…
—Fatiga de combate —sugirió Illyan.
—El combate duró sólo un par de horas.
—¿Eh? Por lo que dices, a mí me parece que fueron seis semanas.
—Como sea. Pero si tu conde VorvoIk quiere discutir si había que cambiar vidas por equipo, bueno… Tuve cinco minutos para decidirme, bajo fuego enemigo. Si hubiera tenido un mes, habría llegado a la misma conclusión. Y pienso repetirlo, bajo corte marcial o donde mierda quiera pedirme que le diga.
—Tranquilo —aconsejó Illyan—. Yo me ocuparé de Vorvolk y de sus consejeros secretos. Creo… no, garantizo que su complot no volverá a interrumpir tu curación, teniente Vorkosigan. —Le brillaban los ojos. Illyan había servido treinta años en Seguridad Imperial, recordó Miles. El perro de Aral Vorkosigan todavía tenía dientes.
—Lamento que mi… mi descuido haya hecho que dudaras de mí —se excusó Miles. La duda de Illyan le había dejado una herida extraña; todavía la sentía, un dolor invisible en el pecho, un dolor difícil de curar. Así que la confianza era mucho más una cadena de ida y vuelta de lo que él se había imaginado. ¿Tenía razón Illyan? ¿Debía prestar más atención a las apariencias?—. Trataré de ser más inteligente en el futuro.
Illyan lo miró de una forma extraña, indescifrable, con expresión dura y el cuello enrojecido.
—Yo también, teniente.
El rumor de la puerta, el crujido de unas faldas. La condesa Vorkosigan era una mujer alta, el cabello rojo oscuro, con un paso que nunca se había acomodado a las modas femeninas de Barrayar. Usaba las largas faldas de las matronas de la clase Vor con tanta alegría como una niña que juega a disfrazarse y casi con el mismo convencimiento.
—Señora —dijo Illyan, levantándose.
—Hola, Simon. Adiós, Simon —sonrió ella—. El doctor que echaste me ruega que use mi poder para echarte a ti. Sé que vosotros, caballeros y oficiales, tenéis asuntos que resolver, pero se ha acabado el tiempo. Por lo menos, eso es lo que indican los monitores médicos. —Echó una ojeada a Miles. Frunció el ceño, y el gesto tembló a través de sus rasgos relajados, una señal de hierro.
Illyan lo vio y se inclinó.
—Ya terminamos, señora. No hay problema.
—Eso espero. —Ella observó cómo se retiraba con el mentón levantado.
Miles, que estudiaba ese perfil firme, se dio cuenta con una impresión súbita de la razón por la que la muerte de cierta pelirroja alta y agresiva todavía le revolvía el estómago, incluso después de haber aceptado la muerte de otras víctimas por las que era igualmente responsable. Ajá. Qué tarde se comprenden estas cosas. Y la comprensión nunca tiene sentido. Sin embargo, cuando la condesa Vorkosigan le dio la espalda, sintió que se le aflojaba una tensión en la garganta.
—Pareces un cadáver, querido. —Los labios de ella le tocaron la frente con cariño.
—Gracias, madre —bromeó Miles.
—Esa maravillosa comandante Quinn que te trajo, dice que no estás comiendo como Dios manda. Como siempre.
—Ah. —La cara de Miles se iluminó— ¿Dónde está Quinn? ¿Puedo verla?
—Aquí no. Está excluida de las áreas secretas, es decir, de este hospital militar imperial, porque es personal militar extranjero. ¡Estupideces de los de Barrayar! —Ése era el insulto favorito de la capitana Cordella Naismith (Investigadora Astrónoma de Beta, retirada), y lo repetía con multitud de inflexiones, según pidiera la ocasión. Esta vez, sonaba exasperada—. La llevé a la casa Vorkosigan. Para que esperara.
—Gracias… Le debo mucho a… a Quinn.
—Eso dicen. —Ella sonrió— Puedes estar en el lago en tres horas después de que convenzas a ese horrible doctor de que te deje salir de este terrible lugar. He invitado a la comandante Quinn. Pensé que eso te daría motivos para prestar una atención más seria a tu recuperación.
—Sí, señora —Miles se arrellanó entre las sábanas. La sensación volvía poco a poco a sus brazos. Desgraciadamente, la sensación de que se trataba era dolor. Sonrió, pálido. Era mejor que no sentir nada, sí, sí.
—Nos turnaremos para darte de comer y malcriarte —siguió ella—. Y… puedes contarme lo que quieras de la Tierra.
—Ah… sí. Tengo mucho que decir sobre la Tierra.
—Entonces, descansa. —Otro beso y se había ido.
Título originaclass="underline" Borders of Infinity
Traducción: Márgara Auerbach
1ª edición: marzo 1992
La presente edición es propiedad de Ediciones B, S.A.
Rocafort, 104 08015 Barcelona (España)
© 1989 by Lois McMaster Bujold
© Para la edición en castellano, Ediciones B, S.A., 1992
Printed In Spain
ISBN: 84 406 2526 X
Depósito legaclass="underline" Na. 182 1992
Impreso por GraphyCems
Ctra. Estella-Lodosa, km 6
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Diseño cubierta: Ángels Buxó
Ilustración: Eloy Sánchez Vizcaíno