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– Me habría gustado ver la cara de la hermana cuando te descubrió en la capilla leyendo aquella novela rosa mientras te comías las hostias sagradas -rió una chica llamada Missy.

– Sí, pero confiscó el libro. Precisamente cuando estaba llegando a la parte más interesante.

– Uno de estos días irás demasiado lejos. Mira que comerte las hostias… ¿No se supone que eso es un pecado, o algo así?

– Oh, venga. Ni siquiera estaban bendecidas.

Otro grupo de chicas, más pequeño que el anterior, entró en el cuarto de baño.

– ¿Habéis visto la ropa que lleva hoy la pobretona? -preguntó una de las recién llegadas-. Se ha puesto una camisa que parece tener más de diez años. Y aunque fuera nueva, yo diría que es de poliéster.

Glory se apartó de ella, molesta. La mayor parte de las chicas que asistían a la academia eran niñas ricas, muy clasistas, pero de vez en cuando la dirección concedía alguna beca a estudiantes menos afortunados económicamente. Glory había oído que aquella chica era brillante.

– Es patética -dijo Bebe Charbonnet-. No puedo creer que admitan a gente así en la academia. Mis padres pagan mucho por mis estudios, y todo el mundo debería hacerlo.

– Oh, claro, tenemos que mantener el nivel de la academia -intervino Glory, con ironía-. El simple hecho de que sea una magnífica alumna no significa que pertenezca a una institución tan digna como la academia de la Inmaculada Concepción.

Bebe Charbonnet no notó el sarcasmo del comentario.

– Exacto. No pertenece a este sitio. Y desde luego, yo no le daré la bienvenida.

En aquel instante se abrió la puerta y apareció la chica de la que habían estado hablando. Todas dejaron de hablar, y Glory sintió lástima por la recién llegada. Parecía muy infeliz en aquella situación, aunque caminaba con la cabeza bien alta.

El grupo de niñas bien se interpuso en su camino para que no pudiera pasar.

– Oh, lo sentimos mucho -dijo Bebe, mirándola con exagerada inocencia-. ¿Es que quieres ir al servicio?

– Sí -respondió, ruborizada-. Por favor.

Bebe se apartó y la recién llegada pasó. Después, el grupo volvió a cerrarse a sus espaldas. Glory sospechaba lo que pretendían hacer, y acertó. Cuando la joven salió del servicio, las chicas impidieron que se acercara a los lavabos.

– Oh, cuánto lo sentimos -dijo de nuevo Bebe-. ¿Quieres pasar?

Glory no pudo soportarlo por más tiempo. Despreciaba la actitud cruel y cobarde de sus compañeras de academia. No soportaba la cobardía, especialmente porque no había sido capaz de perdonarse a sí misma por haber culpado a Danny por el incidente de la biblioteca. Se había prometido que no volvería a actuar con tanta debilidad, que no volvería a permitir que otra persona pagara por sus acciones.

– Sí, Bebe, creo que quiere pasar -murmuró Glory-. A diferencia tuya, se lava las manos después de ir al servicio.

Bebe se ruborizó, pero se apartó de todos modos. Glory se acercó a la recién llegada y sonrió.

– Perdónala -dijo-. Bebe cree que el simple hecho de tener dinero proporciona automáticamente elegancia y distinción. Pero se equivoca, por supuesto.

Varias chicas se miraron con inquietud. Todas sabían que Glory acababa de atacar a Bebe con lo que más le dolía. Su familia, a diferencia de la de Glory, era una familia de nuevos ricos, recién llegados a Nueva Orleans. No obstante, Bebe era la chica más popular y poderosa del curso. Pero Glory sabía que su posición se debía a que también era la más arrogante y despreciable de toda la clase. Y no le importaba tenerla por enemiga.

– Te arrepentirás de esto, Glory -la amenazó, furiosa-. Te aseguro que te arrepentirás.

– Oh, qué miedo tengo -se burló.

Segundos más tarde el cuarto de baño se había quedado vacío. Sólo permanecieron en él la recién llegada y Glory.

– No era necesario que me defendieras -dijo la joven.

– Lo sé, pero lo hice de todas formas -declaró Glory, mientras se encendía un cigarrillo.

– Gracias.

– De nada. De todas formas esas brujas no son mis amigas.

– Pero… olvídalo.

– ¿Qué ibas a decir?

– Nada. No es asunto mío.

– No tengo secretos para nadie.

– Muy bien, como quieras. Si no son tus amigas, ¿por qué estás siempre con ellas?

Era una buena pregunta, y Glory no estaba segura de poder contestar.

– Por desgracia, todas las chicas de la academia son como Bebe.

– Yo prefiero estar sola -declaró la chica, con amargura.

– Sé lo que quieres decir, pero no dejes que te depriman. Sólo son un grupito de brujas mimadas.

– ¿Y tú no lo eres?

Glory rió. Le gustaba que fuera tan directa.

– No. No lo creo. Sólo soy una mala chica.

La recién llegada rió a su vez. Se cruzó de brazos y dijo:

– Entonces, será mejor que nos presentemos. Me llamo Liz Sweeney.

– Me alegro de conocerte -dijo, cigarrillo en mano-. Yo me llamo Glory. Glory Saint Germaine.

– Sé quién eres -se ruborizó-. Todo el mundo te conoce.

– Eso es lo peor de ser mala -sonrió-. Personalmente, creo que la gente necesita unos cuantos escándalos de vez en cuando para sentirse viva. Sin ellos, la existencia sería algo aburrida. ¿No te parece?

– No lo había pensado, pero puede que tengas razón.

– Claro que la tengo.

Glory se apoyó en el espejo y la miró. No era una chica demasiado atractiva, pero tampoco era fea. De rostro agradable y normal, parecía sincera y sana.

– Estás estudiando con una beca, ¿verdad?

– Sí.

– ¿Y por qué te avergüenzas?

– Porque sé que se ríen de mí por ser pobre.

– Oh, venga. ¿Estás aquí por ser pobre? ¿O más bien porque eres pobre y brillante?

Liz la miró.

– Las dos cosas.

– Yo diría que no tienes razón para avergonzarte -declaró, mientras daba una calada al cigarrillo-. Yo estoy aquí gracias al dinero de mi familia. Pero a diferencia de Bebe no me siento orgullosa de ello. Tal y como lo veo, la riqueza de mi familia es un hecho que no tiene que ver conmigo.

En aquel instante sonó el timbre que daba por finalizado el cuarto de hora de descanso.

– ¡Oh, no! -exclamó Liz-. Debo marcharme, o llegaré tarde.

La joven recogió la bolsa donde llevaba los libros y se dirigió hacia la puerta, pero al llegar se dio la vuelta y preguntó:

– ¿Tú no vienes?

– No tengo prisa -sonrió-. Todo el mundo espera que llegue tarde, como siempre, y no pienso defraudarlos.

– No, supongo que no -le devolvió la sonrisa-. Ah, Glory..

– ¿Qué quieres?

– Gracias de nuevo por haberme ayudado. Algún día te devolveré el favor.

– Olvídalo. Al fin y al cabo, ¿para qué están las amigas?

Capítulo 19

Liz no lo olvidó. No olvidó aquel acto, como tampoco olvidó los que se sucedieron en las semanas siguientes. Cada vez que tenía algún problema con chicas como Bebe o Missy, Glory aparecía de repente para ayudarla.

Obviamente había decidido tomarla a su cuidado, aunque no entendía por qué. Era una recién llegada y una pobretona, mientras que Glory poseía belleza, elegancia y mucho dinero. Tenía fama de ser fría y de no perder la compostura nunca, ni siquiera ante la dura mirada de la hermana Marguerite. Muchas chicas murmuraban cosas horribles a sus espaldas, pero todas ellas la envidiaban, incluida Liz.

Pero también envidiaba su atractivo. Era la chica más bella de toda la academia; de hecho, la más guapa que hubiera visto en su vida. Resultaba muy femenina y extremadamente atrayente. A veces, cuando la veía, se preguntaba qué se sentiría al ser atractiva, rica, valiente, y por si fuera poco también inteligente.

Liz se apoyó en el mostrador de la secretaría, haciendo caso omiso al ruido que la rodeaba. Una de las condiciones de su beca era que debía trabajar cinco horas a la semana en la secretaría de la academia. En general, la secretaria le encargaba que hiciera fotocopias o trabajos menores, pero aquel día estaba enferma y no tenía nada que hacer.