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– ¿Por no haber ido a la iglesia?

– Se toma esas cosas demasiado en serio.

– Al parecer, tu madre no te agrada demasiado -opinó, estudiando su perfil.

– ¿Mi madre? Soy yo quien no le gusta a ella. Hope Saint Germaine es una mujer muy difícil de complacer.

Santos se sorprendió al escuchar aquel nombre. No podía creer que aquella bruja fuera su madre. Pero en cierto modo resultaba lógico.

Estaban bastante cerca de Pontchartrain Beach, un parque de atracciones que habían levantado entre Lakeshore Drive y la orilla.

– ¿Has estado alguna vez en el parque de atracciones? -preguntó ella.

– Una vez, con mi madre. Creo que entonces tenía diez años. Fue el día más feliz de mi vida -sonrió, emocionado, antes de recobrar el control-. Será mejor que regresemos.

Santos se dio la vuelta para marcharse, pero ella lo detuvo.

– ¿Puedo hacerte una pregunta?

El joven la miró, más tranquilo. No le agradaba entrar en el terreno de lo personal. No quería saber nada sobre ella que no fuera trivial o superficial, ni deseaba abrirse en modo alguno. Prefería mantener las cosas como un simple juego. De esa manera todo el mundo era feliz y nadie terminaba herido.

– Como quieras.

– Cuando ves algo que quieres, ¿qué haces?

Santos sonrió. Sabía muy bien adónde quería llegar. La miró y se inclinó sobre ella hasta que sus rostros estuvieron a escasos milímetros de distancia.

– Valoro las consecuencias que pueda tener -susurró-. Eso es lo que hacen las personas mayores, Glory.

– Yo soy una persona mayor.

– No lo creo.

– Podría demostrarlo.

Automáticamente, Santos se excitó. Pero intentó controlarse.

– ¿Qué quieres de mí, Glory?

– ¿Tú qué crees?

– Creo que soy demasiado mayor para ti -respondió, en tono deliberadamente sensual-. Creo que deberías correr a casa, a esconderte bajo las faldas de tu madre.

– ¿De verdad? ¿Tan mayor te crees?

– Sí. Tú juegas en una liga distinta, pequeña.

– Ponme a prueba -espetó, colocando las manos en su pecho-. Adelante. Te reto a que me beses.

Santos dudó, pero sólo un instante. Descendió sobre ella y la besó con apasionamiento, sin inhibiciones, demostrando lo que un hombre deseaba de una mujer.

Fue un beso largo y lleno de pasión; Glory reaccionó primero con dudas y finalmente con entrega absoluta. Santos la atrajo hacía sí para que pudiera notar su erección, para que fuera consciente de lo excitado que estaba, de lo que había conseguido con su infantil coquetería.

Acto seguido se apartó de ella. Glory lo miró con asombro. No la habían besado nunca de aquel modo, y él lo sabía.

– ¿Lo ves, pequeña? -rió con suavidad-. Te dije que era demasiado mayor para ti.

– Te equivocas. Ya te dije que te equivocabas.

Glory se puso de puntillas y lo besó, para sorpresa de Santos, con tanto apasionamiento como él.

El joven no pudo evitar reaccionar de inmediato. Quería controlar la situación, pero no podía hacerlo. Lo excitaba demasiado, algo que no había conseguido ninguna chica hasta entonces. Había algo en ella que lo volvía loco.

De repente tuvo la impresión de que no era él quien controlaba la situación, sino ella. Supo que lo estaba probando, y no le agradó nada.

– Basta -se apartó-. Ha sido divertido, pequeña, pero es hora de volver a casa.

– ¿Te veré de nuevo? -preguntó.

Una vez más, Santos se dio la vuelta para marcharse. Y una vez más, Glory lo detuvo.

– No.

– Tienes miedo -declaró la joven-. Huyes de mí.

– Eres demasiado joven, Glory Saint Germaine -declaró, mientras acariciaba su mejilla con tanta condescendencia como pudo-. Ha sido divertido, pero es hora de que vuelvas con tus papás.

– Estás aterrorizado.

– Escucha, no estoy huyendo de nada, y no…

– Estás huyendo. Un hombre tan crecido como tú no debería huir de una niña como yo -dijo con ironía.

Santos apretó los dientes. Estaba furioso. Furioso con ella por insistir; y furioso consigo por no saber resistirse.

– Mira, sólo eres una niña de dieciséis años que busca problemas. De modo que si estas buscando a alguien mayor que tú para echar un polvo te equivocas conmigo. ¿Está suficientemente claro?

Santos supo que la había herido, pero también supo que tenía muchos más arrestos de los que pensaba. Mantuvo su mirada y declaró:

– Eres un cerdo. ¿Te sientes mejor ahora? ¿Te sientes mejor sabiendo que controlas la situación? Qué gran hombre.

Glory no le dio la oportunidad de reaccionar. Se dio la vuelta en redondo y se alejó hacia el coche. Santos dudó un momento, pero la siguió.

La llamó varias veces, pero Glory no se detuvo. Al final no tuvo más remedio que detenerla.

– Por favor, déjame en paz -dijo ella.

Santos notó que había estado llorando, y en aquel momento sintió algo cálido y extraño que creía olvidado. Se maldijo por haber sido tan grosero.

– Lo siento. No debí ser tan…

– ¿Tan canalla?

– Sí, entre otras cosas peores.

Santos la miró fijamente, pero Glory no apartó la mirada. Una vez más, sintió cierto respeto por ella.

– Me presionaste demasiado -continuó él-. No me dejaste más opción. No deberías jugar con personas como yo, Glory. Debiste marcharte de inmediato.

– Yo no huyo nunca. Quiero volver a verte.

– Eres valiente, lo admito, pero estos asuntos son cosa de dos. Y soy demasiado mayor para ti.

– ¿Cuántos años tienes? -preguntó con exagerada inocencia-. ¿Cuarenta?

– Muy astuta. Sólo diecinueve.

– Oh, qué mayor -se burló.

Santos rió. De inmediato, siguieron paseando.

– De acuerdo, no soy tan mayor. Pero sí lo suficiente, y tú no. Además, entre tú y yo hay diferencias que exceden lo temporal.

Pero deja que te haga una pregunta…

– Adelante.

– ¿Por qué quieres verme de nuevo?

– ¿Por qué? -preguntó a su vez, sorprendida-. Porque sí.

– Eso no es contestación.

Glory frunció el ceño, incómoda.

– Bueno… eres muy atractivo, y además besas muy bien.

– Vaya, me abrumas -rió, más encantado de lo que le habría gustado.

Caminaron hacia el coche. Al cabo de un rato, Santos volvió a hablar.

– ¿En qué colegio estudias?

– En la academia de la Inmaculada Concepción.

– Estás bromeando.

– ¿Todas las chicas de tu colegio son como tú?

– No. Me enorgullezco de ser la chica más salvaje de aquel lugar. Al menos, en mi curso. Y estoy segura de que la hermana Marguerite estaría de acuerdo conmigo.

– ¿Te refieres a la directora?

– Sí, y creo que me odia.

Cuando llegaron al coche, Glory preguntó:

– ¿Quieres conducir?

– Por qué no. ¿Adónde vamos? ¿Al hotel?

– Si no te viene mal…

– No.

Permanecieron en silencio durante casi todo el trayecto. Santos la miraba de vez en cuando, y cada vez que lo hacía se arrepentía por ello. Cuando tuvieron el hotel a la vista, Glory preguntó de nuevo:

– ¿Te volveré a ver?

– No.

– ¿No puedo hacer nada para que cambies de opinión?

Santos pensó que podía hacerlo. Y eso lo asustó aún más.

– Lo siento.

– Me lo temía -suspiró-. En fin, déjame aquí mismo. Santos sonrió y la miró.

– Ha sido divertido, Glory.

La joven parecía tan decepcionada que no pudo evitar una carcajada.

– Oh, venga, no me digas que soy el primero que se resiste a tus encantos.

– El primero que se resiste y que me interesara de veras.

– Si te sirve de consuelo, tú también besas muy bien.