Glory tomó su mano y la llevó a su boca, para besarla. Las lágrimas de la joven humedecieron sus dedos.
En aquel momento escucharon un claxon y una exclamación malsonante. Santos había aparcado el coche en mitad de la estrecha calle y estaba bloqueando el camino. Pero hizo caso omiso de las protestas.
– ¿Ves lo mucho que tenemos en común, princesa? -ironizó-. ¿Lo comprendes ahora?
Sin embargo, Glory no reaccionó como esperaba. En lugar de mirarlo con horror o lástima, lo abrazó con fuerza.
– Lo siento -declaró con suavidad, entre lágrimas-. Lo siento tanto…
Santos permaneció firme como una roca durante unos segundos. Quería alejarse de ella, negar lo que sentía. Pero al cabo cerró los brazos a su alrededor y hundió la cara en su cabello.
– La quería mucho -dijo.
– Lo sé.
Así permanecieron un buen rato, abrazados, entre el sonido de las bocinas.
Capítulo 26
El paseo por el barrio francés cambió completamente la relación entre los dos jóvenes. Habían dejado de ser unos desconocidos. Ahora los unían frágiles pero poderosos lazos.
Glory lo aceptó con facilidad, pero Santos no. No dejaba de repetirse que lo que sentía era irracional y peligroso, que no tenía nada en común con ella. Pero era algo real, y mucho más hermoso que ninguna otra cosa que hubiera conocido.
Al principio se contentaban con verse dos o tres veces a la semana, y nunca más de una o dos horas. Se veían en el colegio, en la biblioteca o en el mercado e iban a comer juntos, contentándose con unos simples besos y abrazos.
Cuanto más tiempo pasaban juntos, cuanto más se tocaban, más difícil resultaba la separación. Y Glory empezó a arriesgarse. Sabía que más tarde o más temprano su madre lo sabría, y también sabía que si llegaba a descubrirlo encontraría una forma de separarlos.
Pero la idea de no estar con él las veinticuatro horas del día le parecía inconcebible. Era como si no pudiera vivir sin él.
De manera que llamó a Liz para que le sirviera de coartada durante sus citas con Santos.
Tal y como había hecho aquella noche.
Santos la había recogido en el cine donde se suponía que iba a estar con su amiga, para llevarla después a la remota zona de Lafreniere Park. Una vez allí, apagaron las luces y Santos la cubrió de besos. El deseo era recíproco.
Glory empezó a acariciarlo, le sacó la camisa de los pantalones y ascendió hacia su pecho. Tocar su piel era como tocar el cielo.
– Te he echado tanto de menos -susurró ella.
– Yo también a ti.
Se besaron un buen rato, borrachos de deseo. Glory empezó a desabrochar su camisa y él hizo lo propio.
– Eres tan bonita -murmuró Santos.
Acarició sus senos, sólo cubiertos por el sostén de algodón, y se abrazaron. Nunca llegaban más lejos. Pero aquel día Glory estaba decidida a hacerlo.
– No sabes lo que dices.
– Claro que lo sé -dijo ella, mientras se quitaba el sujetador. Durante un instante Santos no pudo hacer nada salvo mirarla.
– Glory, cariño, no creo que sea buena idea.
– Por supuesto que lo es -susurró, llevando las manos de Santos a sus senos-. Tócame, Santos.
Santos lo hizo y ella se arqueó entre sus brazos, estremecida. Cuando sintió el calor de su boca dejó escapar un gemido.
No había imaginado que el contacto de su piel pudiera ser tan perfecto y maravilloso. Por fin comprendía el poder que Hope tenía sobre su padre, el poder que Eva había tenido sobre Adán, el poder de algo que podía ser maravilloso o terrible. Con Santos resultaba liberador, como ir montada en las alas de un ángel.
Santos era su destino. Si había tenido alguna duda, en algún momento, ahora estaba completamente segura.
Se tumbó sobre él y sintió su sexo, exquisitamente duro.
En el interior del coche hacía frío, pero Santos estaba sudando.
– No te detengas -dijo ella-. No quiero que te detengas.
– Tenemos que hacerlo.
– ¿Por qué? Te amo. No volveremos a vernos hasta dentro de tres largas semanas. Y te deseo tanto…
El recuerdo de las fiestas y cenas a las que debía asistir, obligada por su familia, la irritó durante un instante.
– Yo también.
– Entonces, no te detengas. Por favor.
– Estás jugando con fuego -declaró, lleno de deseo.
– Y me gusta.
– Glory, será mejor que…
– ¿Qué? ¿Qué ibas a decir?
Glory sonrió y se las arregló para empezar a acariciar su pubis.
Santos se movió tan deprisa que no se dio cuenta. De repente se vio sentada en su regazo, con las piernas a cada lado de su cintura. Le quitó la falda y la dejó desnuda, sin más prenda que sus braguitas blancas.
– Mi princesa -murmuró-. ¿Qué haría yo sin ti?
Glory gimió al sentir el contacto de su mano entre las piernas, y Santos la apartó.
– No, no, tócame -dijo ella, una vez recobrada de la sorpresa.
No la habían tocado nunca de aquel modo, y ahora se alegraba de que Santos fuera el primero. Se arqueó y se frotó contra él, dominada por un deseo que ni siquiera comprendía. Santos le quitó las braguitas y empezó a acariciarla.
– No te detengas… No te detengas… -repitió entre gemidos.
Entonces la penetró con los dedos y empezó a moverlos, lentamente al principio, luego con más rapidez. Era una sensación maravillosa para Glory. Una sensación que desafiaba cualquier descripción exacta. Era dura pero agradable, agresiva pero familiar. Como si se hubieran fundido el uno en el otro.
Su respiración se aceleró. Se sentía asustada y fuera de control al tiempo, pero no tenía miedo y sabía muy bien lo que estaba haciendo.
Las acometidas se hicieron más rápidas, y en determinado momento sintió que todas las estrellas estallaban en su interior. Glory gritó su nombre y se derrumbó sobre él, besándolo una y otra vez. Estaba sudando, y su corazón latía tan deprisa como si hubiera estado corriendo varios kilómetros. Se sentía gloriosamente viva.
Los segundos se hicieron minutos, pero poco a poco volvió a la normalidad. Sólo entonces notó que Santos estaba temblando.
– Oh, Santos, lo siento…
De repente comprendió lo que había sucedido. Santos limpió sus lágrimas. Unas lágrimas que Glory ni siquiera había notado.
– ¿Por qué? ¿Por hacerme el hombre más feliz del mundo?
– ¿Cómo es posible que seas feliz? -preguntó, ruborizada-. No te has…
– Me has hecho feliz entregándote a mí. ¿Te parece poco?
– Te lo daría todo, Santos, todo.
– No, no estaría bien.
– ¿Por qué?
– Por esto -miró a su alrededor-. Por dónde estamos. Porque tenemos que escondernos. Es como si todo fuera una especie de gran mentira.
– No es así. Te amo. ¿Cómo podría ser una mentira?
– Dímelo tú.
– Te amo más que a nada en el mundo. ¿Es que crees que estoy mintiendo?
Santos la miró unos segundos, sin decir nada.
– Di que me crees -continuó ella-. Di que crees que te amo.
– No puedo. Lo siento, pero no puedo.
Glory se apartó de él. No podía creer lo que estaba escuchando. No creía en ella.
Rápidamente, recobró las braguitas y la falda y se las puso. De repente se sentía muy vulnerable. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras intentaba cerrar el sujetador.
– No quería hacerte daño, Glory.
– Claro. Sólo estabas diciendo la verdad, intentando ser sincero. A fin de cuentas aún piensas que soy… Bah, olvídalo.
– Tal vez no quiera olvidarlo. Al menos, es cierto que soy sincero.
– Eres un canalla. No has sido sincero. Aún crees que estoy jugando contigo, que sólo soy una niña mimada despreocupada por todo salvo por sí misma.
– Dame una razón para que cambie de opinión.
Glory se apartó, pero Santos la tomó de la mano.
– Crece un poco, Glory. Yo ya no soy un niño.