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– Ni sabes tanto como crees.

– Entonces, ábreme los ojos.

La joven lo miró con intensidad. Deseaba que se disculpara, pero sobre todo deseaba que la amara tanto como ella lo amaba a él.

– Si me amas tanto como dices, deberías decírselo a tus padres.

– Sabes muy bien que no puedo. Te conté lo de mi madre. Te dije… Pídeme cualquier otra cosa y lo haré.

– Cualquier otra cosa menos eso -puntualizó-. Por desgracia es lo único que deseo. Así que, ¿qué piensas hacer?

– Ella nos destruirá. Encontrará un modo de hacerlo.

– ¿Y crees que esto no nos destruirá?

Glory empezó a llorar. Santos la atrajo hacia sí y la abrazó. La joven se dejó llevar, deseando que los diez últimos minutos no hubieran existido.

– No me gusta que tengamos que vernos de esta forma -declaró él, con suavidad-. No me agrada esconderme, no me gusta mentir, y no me gusta lo que significa.

– No significa nada, Santos.

– Significa que crees que no soy lo suficientemente bueno para ti.

– Eso no es cierto. ¿Es que no lo comprendes? ¡Es por mi madre! Y por mi padre. Ellos son los que..

– Los que pensarían que no soy suficientemente bueno.

Glory sintió su irritación, y la abierta acusación que se volvía hacia ella. Como si tuviera la culpa de las creencias de sus padres.

– Si mi tono de piel fuera rosado sería bueno para ellos. Si fuera rico, si tuviera una carrera o si viviera en un barrio aristocrático sería bueno para ellos. Entonces me aplaudirían.

– Mi padre no es así. Es dulce y comprensivo. Pero hace todo lo que ella le dice.

– Estoy cansado de mentir. Lo que estamos haciendo no está bien, no de esta forma. Nos queremos, y no deberíamos avergonzarnos por ello. No deberíamos ocultarnos.

– No me hagas esto, Santos. Dame un poco de tiempo.

– Quiero que conozcas a Lily. Mañana.

Santos le había hablado sobre ella. Lo había hecho para asustarla con su pasado. Pero Glory no se había asustado por eso. No podía hacerlo. Lily lo quería tanto como ella, aunque de una forma muy distinta. No obstante, la perspectiva de conocerla la intimidaba de un modo extraño.

– Si llegó a conocerla será… Sé que no lo comprenderás, pero tengo el presentimiento de que cuando alguien sepa lo nuestro todo se acabará. Encontrarán un medio para separarnos.

– ¡Eso es una tontería! -exclamó, irritado.

Se apartó de ella y pasó al asiento delantero del coche. Ella lo siguió, estremecida.

– No pienso seguir como hasta ahora -continuó él-. Si me amas, hablarás con tus padres.

– No me avergüenzo de ti. Tienes que creerme. Me gustaría decirle a todo el mundo que te amo. Me gustaría que todo el mundo supiera que eres mío.

– Entonces, demuéstralo.

Santos la miró de tal forma que Glory supo que lo estaba perdiendo. Su madre estaba ganando la partida sin saberlo, y no podía permitir que sucediera.

– Muy bien, hablaré con mi padre. Pero necesito decirte algo. Algo sobre mi madre. Necesito que comprendas por qué la temo tanto. ¿Me escucharás?

Santos asintió y ella empezó a hablar. Le contó lo sucedido en el despacho con Danny, le contó todo lo relativo a sus palizas, a sus terribles castigos, a su extraña actitud. Mientras lo hacía podía sentir los azotes, ver su rostro horrible, escuchar sus amenazadoras palabras. Hasta veía su propia sangre flotando en el agua de una bañera. No había podido olvidarlo, y tal vez no podría en toda su vida.

Empezó a temblar sin poder evitarlo. Sólo entonces comprendió que estaba llorando, sollozando desconsoladamente como una niña. Santos la abrazó y la llevó al asiento de atrás. Durante un buen rato no hizo nada salvo mecerla con suavidad, susurrando palabras de ánimo.

Glory lloró hasta que no tuvo más lágrimas que derramar, hasta que el horror de aquel día en la bañera se convirtió en un poso amargo y profundo en su ser, hundido en un agujero sin luz ni calidez alguna.

– No se lo había contado a nadie -susurró ella al fin, exhausta-. Ni siquiera a Liz. Ojalá que pudiera olvidarlo.

– Lo siento, cariño. Siento que lo hayas recordado por mi culpa.

– No lo sientas -declaró, mirándolo-. Me alegro de habértelo dicho. Quería que lo supieras.

Glory apoyó la mejilla en su pecho, mucho más tranquila al escuchar los latidos de su corazón.

– Ella me roba todo lo que amo, destruye todo lo que me hace feliz. Siempre ha sido así, y cuando sepa lo nuestro nos destruirá.

– No lo permitiré -murmuró-. Te prometo que no se interpondrá entre nosotros. Ocurra lo que ocurra.

A pesar de sus palabras, Glory se dijo que no conseguiría detenerla. Pero no dijo nada. En cualquier caso, lo descubriría pronto. De momento prefería contentarse con vivir el presente; prefería actuar como si el futuro no existiera.

Entonces, lo besó.

Capítulo 27

La oscuridad la llamaba, claramente. No podía oír nada, salvo sus gritos. Hope colgó el teléfono y se tapó las orejas con las manos. No estaba dispuesta a escuchar su llamada. No podía sucumbir.

Cayó de rodillas y apretó el rostro entre las piernas. Había hecho un trato con la oscuridad y ahora tenía que pagarlo. Tenía que pagarlo definitivamente.

No dejaba de rezar. Rezaba todo lo que sabía, en una mezcla inconexa, obsesionada con alejar lo que ella consideraba el mal.

– No -murmuró.

Apretó los puños y se clavó las uñas en las palmas. Debía luchar contra la llamada del maligno. Y poco a poco fue consiguiendo que su voz se diluyera, que el rumor del caos se convirtiera en un simple murmullo.

Hasta que al final, sólo hubo silencio.

Permaneció de rodillas varios minutos, cansada por el esfuerzo de la batalla. Su corazón empezó a latir más despacio y la dominó una profunda sensación de triunfo. Creía haber vencido a la bestia de nuevo, cuando apenas había logrado detener un evidente síntoma de esquizofrenia.

Se levantó a duras penas. Caminó hacia la cómoda y se sentó frente al espejo. Buscó en su reflejo un signo de la oscuridad, pero no vio nada. Sonrió, se quitó las horquillas del pelo y empezó a cepillarlo. Doscientas veces, tal y como hacía de pequeña.

Entonces recordó lo sucedido antes de la llamada de la oscuridad. Su madre había llamado porque tenía problemas para conseguir el resto del dinero, y quería saber si necesitaba medio millón de dólares o si podía arreglárselas con algo menos. Al parecer, su contable le había aconsejado que no vendiera todas sus propiedades.

Hope entrecerró los ojos. En su locura creía haber pasado toda la vida pagando unos supuestos pecados de su madre. Y en su locura encontraba indignante que ahora dudara en hacerle un favor. No podía creer que fuera tan estúpida como para pensar que se habría rebajado a pedirle dinero de no haber sido porque no tenía más remedio.

No, necesitaba la suma completa. Y así se lo había expresado, con un falso tono de desesperación que a ella misma la asqueaba.

Pensó en su marido y en la historia que le había contado. Philip estaba convencido de que el dinero se lo había prestado un primo suyo. Agradecido con la posibilidad de salvar al hotel, no había hecho preguntas. Aunque sentía curiosidad. Hope lo notaba en sus ojos.

Sonrió a su reflejo. Philip era un completo idiota.

Mientras se miraba en el espejo vio que Glory se dirigía a su dormitorio caminando de puntillas.

– Glory Alexandra, ¿eres tú?

Hope sonrió al oír cómo suspiraba. Su hija andaba en algo raro, aunque no supiera en qué. Pero lo descubriría. Resultaba tan fácil de manipular como su marido.

– Sí, madre.

– Ven aquí, por favor.

Glory se quedó en el umbral, sin entrar, con los brazos cruzados.

– ¿Qué quieres?

– ¿Qué tal estuvo La máscara? -preguntó, para confusión de la joven-.. Me refiero a la película.

– Oh. bien. A Liz le gustó más que a mí.