– Has estado facilitando una aventura entre mi hija y un chico totalmente inadecuado para ella. ¿No es cierto? -preguntó Hope, en tono acusatorio-. Y es posible que fueras tú quien la animara. Es posible que todo esto haya sido idea tuya.
– ¡No! -protestó-. No es cierto. No fue así. Lo prometo.
– Entonces, ¿por qué no nos dices la verdad? -sonrió Hope, sin calidez alguna-. No queremos acusarte de forma injusta.
Liz respiró profundamente. Se sentía enferma. Deseó no haber ayudado nunca a Glory. Deseó no saber lo que había sucedido la noche del baile, poder mentir sobre todo aquel asunto. Pero tenía la impresión de que Hope Saint Germaine lo sabía todo. Si mentía de nuevo y la descubrían su posición sería mucho peor.
– ¿Y bien? ¿Ayudaste a mi hija?
– Sí, señora -murmuró.
– El sábado pasado, ¿te pusiste el vestido de mi hija para que ella pudiera marcharse de la fiesta sin que yo lo notara?
– Sí, señora.
La hermana Marguerite suspiró, decepcionada.
– Hiciste una promesa, Elizabeth -intervino-. Creíamos en ti. ¿Cómo has podido traicionar nuestra confianza?
– Lo siento, hermana, no fue mi intención.
– Tienes idea de por qué te he llamado a mi despacho,
– Las condiciones de tu beca están bien claras. No podemos permitir un comportamiento inmoral.
Liz se levantó, muerta de miedo.
– ¡No lo sabía! No quería hacer nada que fuera…
– Tranquilízate, Liz -dijo la madre de Glory-. Si nos dices toda la verdad tal vez sea posible convencer a la directora para que sea indulgente contigo.
Liz asintió y se sentó de nuevo.
– De acuerdo. ¿Qué quiere saber?
– Empieza por el principio. Empieza cuando Glory conoció a ese chico.
Liz asintió de nuevo y empezó a hablar. Cuando terminó, Hope se llevó una mano al pecho, pálida.
– ¿Estás diciendo que mi hija y ese chico…?
La hermana Marguerite la interrumpió.
– Elizabeth Sweeney, ¿insinúas que han mantenido relaciones? ¿Es eso lo que estás insinuando?
– Sí -contestó en un susurro.
La monja se santiguó. Hope permaneció en silencio.
– No lo sabía -dijo Liz entre lágrimas-. Sólo lo supe más tarde. Si me hubiera dicho lo que planeaba, me habría negado a ayudarla. Tienen que creerme.
– ¿Cómo vamos a creerte? -preguntó Hope-. Has demostrado ser una mentirosa. Y ahora mi hija y ese canalla…
– Santos no es un canalla. No lo es, señora Saint Germaine. Es un chico inteligente, y una buena persona. Estudia en la universidad de Nueva Orleans, y en cuanto cumpla los veintiún años se hará policía.
– Basta, Elizabeth -intervino la monja-. Creo que será mejor que…
– ¡Deben creerme! Santos ama a Glory. Quería que Glory se lo contara a usted, señora Saint Germaine, y a su marido. No creía que fuera correcto que…
– Pero lo hizo de todas formas.
– Sólo porque Glory se lo rogó. Hasta se pelearon por ello -declaró, mientras se limpiaba la nariz-. Yo misma intenté convencerla para que se lo contara.
– Pero no quiso escuchar, ¿verdad? Qué apropiado.
– Tenía miedo. Dijo que usted no lo aprobaría, que haría cualquier cosa para romper su relación.
– ¿Y qué otra cosa podría haber hecho? Ese Santos es despreciable. Un chico que se dedica a seducir a jovencitas inocentes.
– El no es así. Si lo conociera, si hablara con él…
– Ya lo he hecho y sé qué clase de persona es -dijo, mientras se ponía sus guantes de cuero-. ¿Pensaste alguna vez en contárnoslo a la directora y a mí? ¿Pensaste alguna vez que Glory no se estaba comportando de forma correcta, que necesitaba la ayuda de sus supuestas amigas?
– Soy su amiga. Y tenía que ayudarla. Ella ama a Santos.
– No permitiré que Glory arruine su vida como tantas otras chicas -declaró Hope, con mucha beligerancia-. Ella es diferente. Sucumbe fácilmente a la tentación. Me aseguraré de que no vuelva a ocurrir. No importa lo que tenga que hacer.
Liz se estremeció y se apretó contra su asiento, aterrorizada. Sintió lástima por su amiga. Vivir con aquella mujer debía ser un verdadero infierno.
Hope miró entonces a la monja.
– No creo necesario expresar lo molesta que estoy con esta situación. Glory asiste a su academia para librarse de las malas influencias. Philip y yo donamos una suma más que generosa a la institución, y espero que arregle la situación de inmediato. ¿Está claro?
– Tendremos que considerar todas las posibles soluciones. No me gustaría actuar de forma apresurada.
– ¿Apresurada? Si lo prefiere, seré yo quien actúe de forma apresurada.
– Me encargaré de todo, señora Saint Germaine.
Liz contuvo la respiración, casi histérica. La madre de Glory había prometido que haría lo posible para que la directora fuera indulgente con ella. Pero en lugar de eso, estaba haciendo todo lo posible para que la expulsaran. Era una mentirosa y una bruja que se las había arreglado para que traicionara a su mejor amiga.
Se levantó, con el corazón en un puño, y miró a la madre de Glory.
– Por favor, señora, no lo haga. Glory es mi mejor amiga. Sólo intentaba ayudarla. Nunca haría nada que pudiera dañarla.
– Ahora ya es demasiado tarde para disculpas. Ya le has hecho demasiado daño. Has arruinado su vida.
– Necesito mi beca -rogó, a punto de llorar, desesperada-. Por favor. Se lo ruego, no haga que me expulsen.
– Deberías haberlo pensado antes.
Hope se despidió de la monja y se marchó del despacho. Acto seguido, Liz se dirigió a la directora.
– Por favor, hermana, necesito la beca. Le prometo que no volveré a meterme en problemas. Trabajaré más horas en la secretaría, y el resto del tiempo lo pasaré concentrada en mis estudios.
– Basta, Elizabeth. Lo siento. No puedo hacer nada.
– Tiene que hacer algo, hermana! Usted es la directora. Estoy segura de que se da cuenta de que…
– Las condiciones de tu beca eran bastante claras.
– Pero…
– Lo siento. Ya no eres bienvenida aquí. Llamaré a tus padres.
Liz se cubrió la cara con las manos. Lo había perdido todo. Había perdido su beca, y con ella la posibilidad de estudiar en las mejores universidades. Había perdido su futuro.
– Lo siento, Liz. Eres una chica inteligente, y sabes que tienes un futuro brillante de todas formas. Espero que hayas aprendido algo de todo esto.
– ¿Y qué hay de Glory?
– Eso no es asunto tuyo.
– ¿Pero qué le pasará? ¿También la expulsarán?
La hermana tardó unos segundos en contestar. Y cuando lo hizo, su voz sonó en un murmullo.
– Su madre se encargará de castigar su comportamiento. Liz miró a la monja, asombrada. No podía creerlo. La expulsaban por ayudar a una amiga, pero no pensaban tomar ninguna medida contra Glory.
Si su familia hubiera sido tan poderosa como la familia Saint Germaine, no le habría sucedido nada. Pero no era así.
La querían lejos de aquel lugar porque vivían de su dinero. La actitud de la directora resultaba, a todas luces, repugnante. Especialmente viniendo de alguien que se declaraba cristiana, de alguien que se pasaba la vida intentando dar lecciones de moralidad. Miró a la monja de forma acusadora, y la mujer se revolvió en su asiento.
– Lo siento, Elizabeth, pero tienes que comprenderlo. Debo dirigir este colegio. Tengo que hacer lo necesario para asegurar el bienestar de la institución.
– Oh, ya veo. Poderoso caballero es don dinero, ¿verdad?
– Veré lo que puedo hacer para que este asunto no manche tu expediente.
Liz apretó los puños, haciendo un esfuerzo para no llorar. Acababa de aprender una dura lección. Una lección que su padre, aun siendo un simple trabajador sin estudios, conocía desde muy pequeño.
La igualdad de oportunidades era un fraude. Una mentira. El dinero podía comprarlo todo. Hasta las buenas intenciones de una monja.