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Capítulo 33

Santos esperó a que llegara el ascensor del hotel Saint Charles. Deseaba abrir el sobre que le había dado Lily. Apenas podía resistirse al impulso; tenía que saber qué había entre Lily y Hope Saint Germaine, qué se traían entre manos.

Sólo entonces, podría actuar.

Cuando llegó el ascensor, entró. Pulsó el botón del tercer piso y guardó el sobre en el bolsillo. Aquella mañana había interrogado a Lily, pero se había negado a hablar. Se limitó a decir que sería la última vez que tendría que ir a ver a Hope Saint Germaine.

Había algo en todo aquello que lo inquietaba. Algo extraño que estaba dispuesto a averiguar de inmediato.

Le había prometido a Glory que no hablaría con sus padres hasta pasado cierto tiempo. Pero después de lo que había sucedido entre ellos dos noches atrás pensaba que debía hacerlo. Para bien o para mal, eran sus padres. Y Santos amaba a su hija.

El ascensor se detuvo al llegar al piso. Salió y se dijo que era un egoísta. En el fondo, sólo quería hablar con ellos para disipar las dudas hacia Glory.

Su corazón empezó a latir más deprisa. Reconoció el síntoma sin ningún problema. Tenía miedo. Pero no de Hope, sino del poder que tenía sobre su hija. No quería perderla. La amaba demasiado.

Avanzó por el pasillo, en dirección a su despacho. Sentía un terrible vacío en el estómago, pero intentó hacer caso omiso. Se había enfrentado a personas peores que aquella bruja, y podía derrotarla sin demasiado esfuerzo.

Como siempre, la mujer lo esperaba. Pero algo había cambiado. Lo miraba con expresión triunfante. Al parecer, no contaría con el elemento sorpresa.

– ¿Tienes el sobre?

– Lo tengo.

Santos sacó el sobre del bolsillo y se lo dio. La tocó accidentalmente y entrecerró los ojos, asqueado.

Como de costumbre, la mujer comprobó el contenido antes de darle un sobre similar para Lily.

Santos lo miró, indeciso. No sabía si romper la promesa que le había hecho a Glory. Pensó en lo que le había contado sobre su madre, en los abusos a los que había sido sometida a lo largo de los años. Y comprendía su miedo.

De momento, no diría nada.

– ¿Tienes algo que decirme? -preguntó la mujer, sonriendo con malicia-. No, supongo que no.

Santos la miró, guardó el sobre en el bolsillo y se dirigió a la puerta.

– Lo sé todo.

Víctor se quedó helado.

– Lo sé todo -repitió ella, riendo.

Santos se dio la vuelta, sin saber muy bien si la había comprendido.

– ¿Cómo dice?

– Estoy informada sobre la relación que mantienes con mi hija. Y no me divierte lo más mínimo. Tengo pruebas, de modo que no intentes negarlo.

– No lo negaría. Me alegra que lo sepa.

– ¿De verdad? ¿Por qué? Pobrecillo… Ha hecho un gran trabajo contigo, ¿no es cierto? No me sorprende en absoluto.

El joven apretó los puños. No quería interesarse por lo que había querido decir, por mucho que lo deseara. Sabía que, de hacerlo, estaría en sus manos.

– ¿Cómo lo ha descubierto?

– Por Glory, claro está. Siempre me lo cuenta todo. No puede evitarlo. Suele hacer este tipo de cosas sólo para molestarme, pero al final siempre se arrepiente.

Santos tuvo la impresión de que lo había golpeado en el estómago. Pero hizo un esfuerzo para no demostrar sus sentimientos.

– No la creo. Glory y yo…

– ¿Os queréis?

– Sí. De hecho, sí.

– No significas nada para mi hija -sonrió-. ¡Nada en absoluto! Sólo se estaba divirtiendo un poco. Y has caído en su trampa. Aunque lo sabes muy bien.

Santos dio un paso hacia delante, furioso. Si no podía estar con Glory, no tenía nada que perder.

– Eso le gustaría creer, ¿verdad? Le gustaría creer que no nos amamos. Pues lo siento, pero se equivoca. Y vamos a estar juntos. para siempre. Le guste o no.

La mujer entrecerró los ojos, irritada.

– ¿De verdad? Pobre idiota. No eres nada para ella. Sólo eres un instrumento para molestarnos a mi esposo y a mí. ¿Y todo por qué? Porque la hemos mimado demasiado, porque lo tiene todo. Así que ha corrido a los brazos de un chico totalmente inadecuado para ella, sólo porque sabe que nunca permitiremos esa relación. Es una malcriada, una mentirosa que utiliza a sus amigas como coartada. Siempre ha sido así. Una completa egoísta. No le importa herir a nadie con tal de salirse con la suya.

Las palabras de la mujer lo hirieron. No en vano, eran las mismas palabras que él mismo había dicho a Glory varios meses atrás. Pero no era ningún cretino. Confiaba en Glory.

– Es usted la que hiere a todo el mundo, no ella. Se queda ahí, de pie, creyendo que es mejor que todos los demás, creyendo que es perfecta. Glory me lo ha contado todo sobre usted. Me ha contado todo lo que le ha hecho. Cuando pienso en ello me pongo enfermo. Está loca.

Hope no dijo nada durante unos segundos. Estaba muy sorprendida, y Santos sabía que su reacción no se debía a lo que había dicho Glory, sino al hecho de que se lo había contado a él.

– ¿Eso te dijo? -preguntó, una vez repuesta-. Y supongo que tú lo creíste. Por desgracia para ti, sólo es otro de sus juegos. Una manera como otra cualquiera de conseguir que no hicieras preguntas, de lograr que no hablaras con nosotros. Seguro que hasta se puso a llorar para que creyeras que soy una especie de monstruo.

– Glory dijo la verdad. Creo en ella.

Hope entrecerró los ojos y dio un paso hacia él.

– ¿De verdad crees que mi hija se enamoraría de alguien como tú? No digas tonterías. Es una Saint Germaine. ¿Y tú, quién eres? Nadie.

En el fondo, Santos empezaba a dudar de Glory. Pero mantuvo la compostura de todas formas. No estaba dispuesto a permitir que aquella bruja a arrogante lo supiera.

– Nos amamos -declaró con suavidad-, y estaremos siempre juntos. Espere y verá.

Santos se dio la vuelta para marcharse.

– Si vuelves a verla de nuevo, me encargaré de que te arresten.

El joven la miró.

– Te acusaré de haberla violado.

– Resultaría algo difícil, teniendo en cuenta que nunca…

– Tengo pruebas de que lo habéis hecho. Y te aseguro que me servirán tu cabeza en una bandeja de plata.

– Atrévase.

– ¿Crees que entonces podrías entrar en la academia de policía? ¿Crees que permitirían el acceso a un acusado por violación? Además, no dudes que acabarías en la cárcel. Somos una familia muy poderosa.

Santos no dudaba del poder de los Saint Germaine.

– Diga lo que quiera decir. Glory no…

– Glory hará lo que yo quiera que haga, lo que diga su padre. A pesar de todo, es digna hija nuestra. No lo olvides.

– No tengo nada más que hablar con usted.

– ¿Ni siquiera vas a despedirte? ¿No vas a mandarme al infierno?

Santos no dijo nada. Se dirigió directamente a la salida.

– Corre a esconderte bajo las faldas de la sucia prostituta con la que vives. Y pregúntale sobre mí. Pregúntale si eres suficientemente bueno para Glory.

– ¿Cómo ha dicho? Repítalo.

– ¿Qué parte? -preguntó, entre risas-. ¿Quieres que repita que Lily es una prostituta? ¿O quieres que repita que no eres suficientemente bueno para mi hija? Pues bien, no lo eres. Eres tan sucio como la prostituta con la que vives.

Santos apretó los puños, furioso. Podría haberla matado en aquel instante. Ahora comprendía hasta dónde se podía llegar si uno se dejaba llevar por determinadas emociones.

Caminó hacia la mujer y se detuvo a escasos milímetros de ella, mirándola con intensidad.

– Diga lo que quiera sobre mí -espetó, con firmeza de acero-. Pero no vuelva a hablar así de Lily. Si lo hace, le aseguro que se arrepentirá. Yo me encargaré de que se arrepienta.

Capítulo 34

Glory esperó junto al armarito que compartía con Liz. Por tercera vez, comprobó la hora y frunció el ceño. Eran las doce y veinte y su amiga no había llegado. Ya había pasado tres veces por allí, con la esperanza de encontrarla. Sabía que se pasaba la vida haciendo encargos para las profesoras, pero no era propio de ella que se perdiera la comida.