– ¡Eso no es cierto! Lo amo, lo amo con todo mi corazón.
Su madre la tomó por los hombros y la sacudió con fuerza.
– Despierta, Glory. Es un canalla. Tú sólo eres una más en su lista de conquistas.
– ¡No es cierto! -exclamó, sollozando como una niña.
– ¡C1aro que es cierto! ¡Se acuesta con muchas chicas! Ya me he encargado de averiguarlo. Si lo hubiéramos sabido antes de que te acostaras con él…
– No te creo.
Su padre se acercó a ella y le pasó un brazo por encima de los hombros, para intentar animarla.
– Estoy seguro de que eres sincera cuando dices que estás enamorada de él. Pero sólo crees estarlo. Es un chico mayor que tú, con más experiencia. No le habrá resultado muy difícil convencerte -declaró-. Es culpa mía. Debí hablarte hace tiempo sobre los chicos. Algunos serían capaces de hacer cualquier cosa por acostarse con alguien. Lo siento mucho, mi preciosa muñeca. Sé que todo esto debe dolerte mucho, y sé que…
– ¡No me llames así! Perdiste el derecho a llamarme de ese modo hace mucho tiempo. Perdiste el derecho cuando dejaste de creer en mí.
Philip dio un paso atrás, atónito.
– Glory, yo…
– No sabes nada sobre Santos. Es bueno, amable, y me ama. Sé que me ama. Pienso marcharme con él, y no me importa lo que digáis.
– Le advertí que si volvía a acercarse a ti lo acusaría por violador -dijo Hope.
Glory se llevó una mano a la boca. Hope había amenazado a Santos.
– Es cierto, Glory Alexandra. Eres una menor, y él es un adulto. Se aprovechó de ti. Y hay leyes que…
– Papá, por favor, ¿es que no te das cuenta de lo que está haciendo? Intenta controlar mi vida.
Philip suspiró.
– Tú madre y yo hemos discutido alguna vez en el pasado sobre tu educación, pero en este caso estoy de acuerdo con ella. Sólo quiere lo mejor para ti. Y ese chico no es lo mejor para ti. Algún día nos darás las gracias. Algún día comprenderás que teníamos razón.
Glory se apartó de su padre, histérica.
– ¡Te odio! Siempre has estado con ella, hiciera lo que hiciera. No me has apoyado en toda tu vida. ¡Te odio!
Durante un momento se arrepintió por lo que había dicho. Pero tenía razón, y quería hacer que sufriera tanto como ella. Quería que pagara por haber permitido que su madre la torturara, literalmente, durante años.
– Si me hubieras querido, si no hubieras sido un simple calzonazos, te habrías enfrentado a ella. Me das lástima. Desearía que no fueras mi padre.
Hope la agarró con fuerza y le clavó las uñas en el brazo.
– No volverás a ver a ese chico! ¡No volverás a hacerlo!
– ¡Hope! -exclamó Philip, intentando que se apartara de su hija-. ¡Por Dios! Tal vez deberíamos escucharla. Hasta ahora, nunca nos había mentido. Tal vez tenga razón cuando dice que ese chico…
– ¡No sabes nada, Philip! Eres ciego en todo lo relativo a Glory. Yo me ocuparé de esto. La enviaré lejos, a una institución donde no toleren esa clase de comportamiento.
– ¡No iré! ¡No puedes obligarme! -gritó Glory.
Debía escapar de allí. Rápidamente, golpeó a su madre en el cuello. Hope gritó de dolor y Glory aprovechó su desconcierto para salir corriendo del despacho. Bajó las escaleras a toda velocidad, sin detenerse ante los gritos de su padre. Oyó que la secretaria llamaba a seguridad.
Una vez en el vestíbulo, dudó un momento antes de salir del hotel. Ya se había hecho de noche, y llovía tanto que al cruzar la calle ya estaba empapada de pies a cabeza. Entonces, miró hacia atrás y vio a su padre. Estaba a punto de alcanzarla.
– ¡Glory, espera! Te escucharé. Encontraremos alguna forma de solucionarlo. Lo prometo.
Glory dudó de nuevo, llorando. Pero sabía que las promesas de su padre no valían nada. Hope se aseguraría de que la encerraran y de que no volviera a ver a Santos.
Entonces sucedió lo inesperado. En aquel instante oyó el sonido de un claxon, seguido por un frenazo seco. Se dio la vuelta de inmediato y vio que un vehículo había atropellado a su padre, lanzándolo por los aires.
Pudo oír sus propios gritos, los gritos del portero del hotel y los del conductor que lo había atropellado. Corrió hacia Philip y se arrodilló junto a él. Había sangre por todas partes, pero tenía los ojos abiertos. Gritó de nuevo horrorizada.
– Papá… ¿te encuentras bien? No lo decía en serio. No lo decía en serio, papá. Te quiero.
Las primeras sirenas se oyeron a lo lejos. Glory se abrazó al cuerpo inerte de Philip, sollozando.
– Por favor, papá, ponte bien. Te quiero tanto… No me dejes, papá, por favor. No te mueras.
Su madre llegó a su altura y la miró con frialdad. Todo aquello no la afectaba en lo más mínimo.
– ¿Estás contenta ahora, Glory Alexandra? ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Es culpa tuya.
– No, mamá, no…
– Sí. No habría salido corriendo en tu búsqueda si no te hubieras escapado. No vio el coche por tu culpa.
– No, mamá, por favor, no…
Su madre se arrodilló a su lado. La tomó por los brazos y la apartó de su padre. Después, la obligó a mirar la sangre. Glory se dobló hacia delante, enferma.
– Sí. Has matado a tu padre.
Capítulo 37
A pesar de la intensa lluvia, toda una multitud había asistido al entierro del padre de Glory. Amigos, familiares, empleados del hotel y antiguos clientes, todos dispuestos a presentar sus condolencias. Philip Saint Germaine había sido un hombre amado y respetado.
Glory saludó a todos los presentes, aunque se sentía muy lejos de todo. De todo, salvo de sus propios sentimientos y del sentimiento de culpa que la devoraba por dentro.
Lo había querido con todo su corazón. Había sido la única persona que la había amado incondicionalmente. Y por desgracia, había muerto pensando que lo odiaba, recordando las horribles palabras que había dicho.
Glory respiró profundamente. Quería que su padre volviera a vivir. Le habría gustado poder retirar aquellas palabras, volver al pasado para comportarse de otro modo. Le habría gustado dar marcha atrás al reloj para regresar a su octavo cumpleaños, el momento en que todo empezó a cambiar.
Y de haber podido, se habría cambiado por él. Habría preferido que el coche la atropellara a ella, aunque en cierto modo ya estaba muerta.
Miró el ataúd cerrado. Su madre había conseguido convencerla de que era culpable de la muerte de Philip. Hope siempre decía que algún día haría mucho daño a los demás con su actitud. Su padre había muerto, y Liz había dejado de ser su amiga.
Pensó en Santos y empezó a llorar de nuevo. Llevaba dos días llorando, pero a pesar de todo aún tenía lágrimas.
Cerró los ojos. Estaba tan traumatizada y se sentía tan débil que en tales circunstancias no resultaba extraño que prestara oídos a las insidias de su madre. Creía que aquella tragedia no habría sucedido nunca si no se hubiera enamorado de Santos.
En aquel momento oyó que algo caía en el vestíbulo. Tal vez un jarrón.
Glory se dio la vuelta, y lo que vio la sorprendió. Santos intentaba entrar en la casa, pero dos hombres intentaban impedírselo.
– ¡Glory! -exclamó él.
Glory empezó a temblar. Abrió la boca para decir algo, pero no lo hizo.
Santos no tuvo más remedio que golpear a uno de los hombres para que lo soltara. Una mujer gritó, y el encargado de la ceremonia amenazó con llamar a la policía. Pero Santos hizo caso omiso de ellos y se dirigió hacia su amada.
Entre tantos trajes oscuros y vestidos de seda estaba completamente fuera de lugar. No se había afeitado, y estaba empapado de los pies a la cabeza.
Todo el mundo miró a la joven, murmurando. Todos lo sabían, y todos parecían culparla de la muerte de Philip.
Apenas pudo contener el deseo de gritar. Necesitaba esconderse en alguna parte, pero no podía hacerlo. Su corazón latía desenfrenado.